A
pesar de su popularidad, sobre todo en Suramérica, la teoría que pretende que
el comunismo es una corriente totalmente opuesta al fascismo, es infundada y
caduca. El comunismo y el fascismo son dos hermanos gemelos, dos doctrinas que
comparten rasgos fundamentales comunes, desde el punto de vista ontológico e
ideológico.
Esos dos totalitarismos, sin ser idénticos, comparten el hecho
inaudito de haber implantado dos sistemas criminales de gobierno basados en la
violencia y en la destrucción en masa. El comunismo y el fascismo son la
emanación de una misma matriz: el socialismo. Esa corriente ideológica fue el
caldo de cultivo de donde nacieron dos mesianismos que, en el siglo XX,
estuvieron a punto de destruir la civilización humana.
César
Rodríguez Garavito, director del Centro de Estudios Socio jurídicos de la
Universidad de Los Andes, de Bogotá, no está al corriente de eso. El estima[1]
que entre esas dos corrientes hay un abismo insondable. Que el fascismo es un
extremismo “de derecha” y que el comunismo es su contrario: un extremismo “de
izquierda”. Que entre los dos no hay nada en común, que los dos “están en las
antípodas”. Pensar lo contrario es incurrir, según él, en un “esperpento
ideológico”. El aduce que negar esa teoría equivale a “cerrarle todo el espacio
ideológico a la izquierda democrática”.
Ese
razonamiento erróneo muestra hasta qué punto la cultura marxista ha penetrado
la universidad colombiana y congelado lastimosamente la evolución de la ciencia
política del país.
El
profesor Rodríguez evoca cinco sociólogos y politólogos que no han abordado
sino de lejos esa temática. En cambio, el no parece reconocer los trabajos
pioneros de Hannah Arendt, Raymond Aron, Claude Lefort, Alain Besançon, Robert
Conquest, Martin Malia, Elie Halévy, Jean-François Revel, François Furet y
Stéphane Courtois, conocidos intelectuales que produjeron los mejores estudios
universitarios sobre el totalitarismo y sus dos atroces caras. Las obras de
Alexandre Soljénitsyne, Vassili Grossman y Varlam Chalamov mostraron al mundo
el Goulag soviético en todo su horror.
Si
se examinan bien las cosas, en el pensamiento de los padres fundadores del
socialismo “científico” se encuentran las semillas del control total de la
sociedad, del Estado-partido, del genocidio, conceptos que son presentados por
ellos como armas legítimas para edificar una sociedad perfecta, para forjar una
humanidad radiante y desalienada.
Federico
Engels pedía, en 1849, la exterminación de los húngaros, quienes estaban en
plena rebelión contra Austria. En un artículo que envía a la Nueva Gaceta
Renana, de su amigo Karl Marx, él aconseja eso y arrasar también a los serbios
y a otros pueblos eslavos, así como a los bretones, los vascos y los escoceses.
En un artículo de 1852 para esa misma revista, Marx, quien tratará más tarde de
“negro judío” a su eminente rival Ferdinand Lassalle, se pregunta, por su
parte, cómo hacer para liquidar “esos pueblos moribundos, los bohemios, los
corintios, los dálmatas, etc.” ¿Puede alguien extrañarse de que Lenin,
discípulo de esos dos célebres agitadores, fuera partidario de “barrer de la
tierra esos insectos dañinos”, el enemigo burgués? ¿De que tras el golpe de
Estado bolchevique, en 1917, Lenin apodara la comisaría de Justicia “comisaría
de la exterminación social”? Lenin sabía que la realización integral del
bolchevismo no se podía alcanzar sin apelar al totalitarismo.
Los
fundadores del socialismo “científico” creían en la pretendida superioridad
racial de los blancos. En las notas previas a la redacción de su Anti During,
Engels, escribe: “Si, por ejemplo, en nuestros países, los axiomas matemáticos
son perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin tener necesidad de
recurrir a la experimentación, eso es a causa de la ‘herencia acumulada’. Por
el contrario, eso sería muy difícil de enseñar a un bosquimano o a un negro de
Australia.”
El
concepto de raza obsesionaba a los autores del Manifiesto Comunista. Engels
escribe en 1894 a un tal Borgious: “Para nosotros, las condiciones económicas
determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es, en sí, un dato
económico…” Engels despreciaba a los eslavos y estimaba que ellos no podrían
acceder a la civilización. En un texto para la Nueva Gaceta Renana, del 15-16
de febrero de 1849, dice: “Fuera de los poloneses, los rusos y quizás los
eslavos de Turquía, ninguna otra nación eslava tiene futuro, pues todos los
otros eslavos carecen de las bases históricas, geográficas, políticas e
industriales que son necesarias para la independencia y para la capacidad de
existir. Naciones que no han tenido jamás su propia historia, que apenas
alcanzan el grado más bajo de civilización… no son capaces de vida y no pueden
jamás alcanzar la menor independencia.” Federico Engels consideraba que esa
“inferioridad” eslava tenía causas “históricas”, y empeoraba su planteamiento
al concluir que la mejora de eso era imposible por el factor de la raza.
Los
comunistas no exterminan a los “enemigos del socialismo” invocando como
pretexto la raza, como hicieron los nazis. Las exterminaciones comunistas
fueron y son hechas bajo un pretexto de clase. De ambos lados los muertos
fueron y son, en todo caso, millones de personas. Sin embargo, el principio
clave de esas dos corrientes criminales es idéntico: es legítimo destruir todos
los grupos raciales o sociales que erigen obstáculos a la realización del ideal
socialista o nacional socialista. Los 85 millones de muertos dejados por el
comunismo únicamente en Rusia y China son el resultado de esa mentalidad. ¿En
ese contexto cómo puede decirse que el comunismo es más de “izquierda” que el
nazismo?
El
economista austriaco Friedrich von Hayek en su obra La Route de la servitude
(1944), escribe que los nazis “no se oponían a los componentes socialistas del
marxismo, sino a los componentes liberales, al internacionalismo y a la
democracia”. Jean François Revel, autor de La Tentation totalitaire, recuerda
que Hitler se consideró siempre como un socialista, que él había explicado a
Otto Wagener[2] que sus desacuerdos con los comunistas eran “menos ideológicos
que tácticos”. Revel agrega que ante los insípidos reformistas de la
socialdemocracia en la época de la República de Weimar, Hitler prefería a los
comunistas y que éstos le pagaron con creces esa actitud votando por él en
1933. La obra del filósofo alemán contemporáneo Ernst Nolte demuestra la
importancia determinante y directa del marxismo en el nacimiento del
nacional-socialismo[3].
¿Antípodas
el nazismo y el comunismo? Fabricada por la propaganda leninista, esa visión no
explica por que Stalin ayudó a Hitler a escamotear las prohibiciones del
tratado de Versalles respecto del rearme alemán y por qué, más tarde, firmó el
pacto germano-soviético de 1939, que desató la segunda guerra mundial y que fue
aprobado por los partidos comunistas del mundo, incluido el colombiano. ¿No
felicitó Stalin a Hitler, en junio de 1940, por su invasión de Francia?
¿Y
Mussolini? ¿No era él un ferviente opositor de la guerra colonial en 1911, un
fogoso orador antinacionalista, director del diario socialista Avanti y
creador, con el apoyo de garibaldistas, socialistas, sindicalistas, anarquistas
y socialistas revolucionarios, de Il Popolo, antes de hacerse expulsar del PS
en 1914 y de convertirse en partidario de la guerra, de la aventura colonial y
en jefe del partido fascista?
El
debate sobre el paralelismo entre comunismo y nazismo ha conocido un notable
progreso en los últimos años, gracias a la apertura de los archivos soviéticos
y de los testimonios de los sobrevivientes del terror en Rusia y en la ex
Europa del Este, cuyos primeros elementos aparecieron, es verdad, incluso antes
del famoso discurso “secreto” de Khrushchev, de febrero de 1956, durante en XX
congreso del PCUS.
El
nazismo y el comunismo son doctrinas y regímenes igualmente criminales. Por su
extensión y por sus metas, los genocidios por ellos cometidos son comparables,
a pesar del carácter único de la Shoah. Sin embargo, si los nazis masacraban a
los judíos por haber nacido judíos, los comunistas masacraban individuos,
grupos y poblaciones enteras por pertenecer a una clase social, como los
burgueses y los llamados kulaks, o por cumplir con las cuotas y las
indicaciones estadísticas de destrucción en masa dadas personalmente por
Stalin. Los comunistas no asesinaban a los judíos por ser ellos miembros de una
“raza inferior”. Lo hacían luego de clasificarlos como miembros de una clase
social “irrecuperable”, por lo tanto exterminable. En ambos casos la razón de
esas condenas era haber nacido.
Pese
a todo ello, el juicio que muchos se hacen hoy sobre los dos totalitarismos es
diferente. Las atrocidades del nazismo fueron juzgadas y condenadas por
tribunales, comenzando por el de Nüremberg. El régimen hitleriano es hoy
reprobado por todo el mundo y es abundante la literatura, la documentación y
los filmes que denuncian esa monstruosidad. En cambio, el comunismo y sus
crímenes, por haber hecho parte la URSS del bloque que ganó la segunda guerra
mundial, han sido eclipsados, amnistiados. De la descripción de los crímenes
nazis el comunismo sacó una ventaja: desviar la atención sobre los crímenes de
Lenin y Stalin. Y el “antifascismo” se convirtió, como dijera François Furet,
en el “criterio esencial para distinguir los buenos y los malos”[4]. El
derrumbe interno del régimen comunista de la URSS y Europa del Este señaló el
triunfo de la democracia pluralista. El desafío de las nuevas generaciones es
lograr que un alto tribunal internacional, condene solemne y universalmente el
comunismo, para que esa pesadilla, como la del hitlerismo, no se repita. Los
primeros pasos para lograr esto ya comenzaron en Europa. En Colombia parece que
muy pocos lo saben.
Llama
la atención que el profesor Rodríguez, luchando contra los hechos y contra la
historia, intente disculpar el comunismo al no catalogarlo siquiera como un
totalitarismo sino como un vago “autoritarismo”, y se pierda en distinciones
arbitrarias al decir que el fascismo fue un fenómeno “urbano” mientras que el
comunismo habría tenido un origen “campesino”.
A
pesar de su retórica antimarxista, el nazismo fue, en realidad, como el
comunismo, un movimiento jacobino, igualitario y plebeyo. Por eso los rasgos
comunes entre ellos son notables. El historiador Jean Sévillia, los resume así:
“culto del jefe, partido único, fusión del Estado y del partido, dislocación de
la sociedad civil por ese aparato, obligación de adherir a la ideología del
régimen, conversión de la política en guerra, movilización de las masas,
propaganda permanente, vigilancia de los espíritus, mecánica represiva,
exacerbación de la violencia, desprecio del derecho, eliminación de las élites
tradicionales, reclutamiento de la juventud, odio de los valores antiguos y de
toda religión.”[5]
¿El
antisemitismo es un crimen únicamente “de la derecha”? Eso es lo que siempre
trató de hacer creer Moscú. Sin embargo, en la URSS el antisemitismo siempre
existió y sus efectos no fueron únicamente internos. Después de haber votado a
favor de la creación de Israel, y de algunas semanas de entusiasmo por ese
joven Estado, la URSS regresó a las posiciones clásicas de hostilidad del
marxismo-leninismo y contestó la legitimidad de todo proyecto emancipador del
pueblo judío. Tal hostilidad es una herencia de Karl Marx quien mostró su
antipatía visceral por el judaísmo en La Cuestión judía, opúsculo escrito en
1843-1844, donde él llega a dos conclusiones terribles: “Cuando la sociedad
logre suprimir la esencia empírica del judaísmo, y suprimir el tráfico de sus
condiciones, el judío devendrá imposible” y “La emancipación social del judío,
es la emancipación de la sociedad del judaísmo”. Alérgico a la alteridad, a la
singularidad judía y de otros pueblos, Marx pretende que la revolución es el
advenimiento a una humanidad purificada de las taras del judaísmo y de las
otras alteridades, lo que explica por qué el progresismo de hoy aspira a una
sociedad sin clases, uniforme, de seres “genéricos”, es decir exclusivamente
“sociales”, exenta de intereses privados, singulares y plurales.
El
escritor ruso Vassili Grossman y el historiador ruso Arkadi Vaksberg, llegan
incluso a hablar de una “revancha póstuma” de las concepciones raciales del III
Reich pues, a diferencia de lo que ocurrió en los años 1920 y 1930, el punto 5
de las hojas de vida y de los pasaportes devino después en la URSS, según
ellos, más importante que el punto 6: el origen étnico prevalecía sobre el
origen social. “A través de la actitud respecto de Israel y, más generalmente,
de la población judía, el Kremlin renegó de la teoría de clases y del
internacionalismo marxista (…) Destruido en los campos de batalla, el nazismo
renacía triunfalmente en la esfera ideológica. (…) ‘Patriota’ devino sinónimo
de ‘ruso’ –entiéndase étnicamente ruso— mientras que el occidentalismo era
identificado al judaísmo.”[6]
Los
ejemplos acerca de la cercanía entre nazismo y comunismo son muchos. Resumirlos
excede los límites de este artículo. No obstante, la actualidad de esta
discusión en Colombia es enorme. Ello explica quizás la virulencia de la
respuesta del profesor Rodríguez contra el ex ministro Fernando Londoño
mediante la cual el primero pretende clausurar el debate y estigmatizar una vez
más a quienes intentan hacer avanzar la reflexión política.
Fernando
Londoño habla, con razón, de una “tenaza fascista que se cierra” sobre
Colombia. Lo que ocurre en Venezuela, Ecuador y Bolivia debe abrirnos los ojos.
¿Puede haber un fascismo de izquierda en América Latina? La respuesta es sí. El
debate sobre el experimento “bolivariano” muestra una vez más que la frontera
entre comunismo y fascismo es frágil. En la aventura chavista cristalizan y se
mezclan con rara intensidad los dos elementos: por una parte, el leninismo
agresivo y el castrismo belicoso y retrógrado, cuya síntesis pretende ser hecha
por Marta Harnecker, y el extremismo de derecha, por el otro, militarista,
antisemita y fascista del señor Ceresole, iluminado argentino cuyos textos
hacen parte, también, del arsenal teórico central de los cuadros chavistas. El
mimetismo de Chávez ante el régimen de La Habana, su convergencia con el
proyecto ruso-nacionalista de Putin y con la dictadura islamista iraní, que
pretende borrar de la faz de la tierra a Israel (y a los Estados Unidos), es la
consecuencia práctica de las chapucerías ideológicas y económicas del chavismo
y de la izquierda post-soviética y “alter-mundialista” que lo apoya, fascinados
como están todos ellos por el islamismo militante, forma extrema y altamente
eficaz, según ellos, de “anti-imperialismo”.
Sería
irresponsable ignorar que desde el derrumbe de la URSS se forja una
convergencia internacional neo-totalitaria (que el 11 de septiembre de 2001 no
ha hecho más que acelerar). El politólogo francés Alexandre del Valle
describe[7] así ese nuevo fenómeno: “Preconizando la lucha de las
civilizaciones y de las religiones, declarando después la guerra al mundo
judaico-cristiano en nombre de los ‘desheredados’ del resto del planeta, [el
islamismo revolucionario] seduce tanto a los nostálgicos del tercer Reich
pagano, decididos a erradicar el judaísmo y el cristianismo, como a los
partidarios de la hoz y el martillo, dispuestos a combatir el Occidente
‘burgués’ y el ‘capitalismo’”. El chavismo y sus amigos latinoamericanos están
lejos de oponerse a esa nueva convergencia totalitaria. Por el contrario, todos
ellos se sienten poderosamente atraídos.
¿En
ese contexto, cómo aceptar la pintura ingenua que algunos hacen del régimen
chavista como un gobierno de izquierda ordinario que no amenaza las bases de la
libertad en el continente? Cómo podría hablarse en Colombia de una pretendida
“izquierda democrática” que le hace el juego a Chávez y pretender, al mismo
tiempo, “servirle” al pueblo colombiano? En Colombia, los amigos de Chávez, el
Polo Democrático Alternativo y ciertos liberales “de avanzada”, no son una
“izquierda democrática”. Si el Partido Comunista Colombiano, núcleo en crisis
pero núcleo dirigente del PDA, encarnara una izquierda “democrática”, ya habría
cambiado de nombre y de programa y ya habría roto pública y realmente toda
connivencia, directa o indirecta, con las Farc y demás bandas armadas “de
izquierda” del país. Y ya habría repudiado la empresa subversiva
castro-chavista que intimida a Colombia. El PDA no ha hecho nada de eso. Por el
contrario, se hunde cada día más en un pantano de compromisos obscuros sin
dejar de agitar el esperpento de la guerra civil y del odio de clase.
Este
debate sobre el neo-totalitarismo es fundamental para Colombia, y es de alcance
filosófico y político pues la lucha contra esa empresa destructora no será
únicamente policiaco-militar, sino también política, filosófica, social y
cultural. Esa lucha no es fácil, desde luego, pues los enemigos de la
democracia, del ejercicio de la razón crítica y de la economía liberal están
bien implantados. Quizás la prédica “progresista” contra el “imposible”
fascismo de izquierda del profesor Rodríguez es un mensaje: no tocar ese tema
que puede abrirle los ojos a muchos.
[1]
En su réplica a un comentario del ex ministro de Justicia Fernando Londoño
publicado en un diario bogotano en marzo de 2007. Ver El Tiempo, 21 de marzo de
2007.
[2]
Otto Wagener, Hitler aus nächster nähe : Aufzeichnungen eines Vertrauten,
1929-1939, Francfort, 1978. Citado por Jean-Francois Revel en La grande parade,
Plon/Pocket, París, 2000, página 122.
[3]
Leer en particular Les Fondements historiques du national-socialisme, Editions
du Rocher, Paris, 2002.
[4] François Furet, Le Passé d’une illusion. Essai sur
l’idée communiste au XXé siècle, Editions Robert Laffont, París 1995.
[5]
Le terrorisme intellectuel, Perrin/Tempus, París, 2004, página 199.
[6]
Citado por Alexis Lacroix en Le socialisme des imbéciles, quand l’antisémitisme
redevient de gauche, Editions La Table Ronde, París, 2005, página 29.
[7]
Revista Politique Internationale, Paris, N. 102, hiver 2003-2004, página 266.
Publicado
por Iván Budinich
Etiquetas:
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En realidad, intenta ver en que país estas, primero
ResponderEliminarEsto es del K@rajo, para uno que Nunca ha leido un Libro de los comienzos y los finales del Siglo 20 aqui estan Condensadas muchas Historias Ciertas que hasta de paso Nosotros los Leyentes hemos pogado con Sangre, Sudor y Lagrimas una que otra Vez!, ahora No me Canso de leer, y releerlo como Otra Biblia! que de paso muy poco he Leido de *Ella.................. (*Santa Biblia)
ResponderEliminarEn éste escrito se habla mal del comunismo, pero en el encabezado abajo del título de la página citan una de las más famosas frases de Bertolt Bretch, un comunista convencido que recibió el premio Stalin de la Paz y que vivió y murio en la RDA.......
ResponderEliminarLeninenoctubre@gmail.com
Bueno, parece que no van a publicar mis posts, pero por lo menos parece que lo leyeron, lamentablemente sacaron la frase de Bertolt Bretch. se dicen muy demócratas pero censuran los post que concuerdan con su ideología, como dice más arriba bajo el título, quieren un país de propietarios, o sea que lo que les interesa es la propiedad y no el bienestar del pueblo, generalmente la propiedad es de unos pocos en detrimento de las grandes masas que son explotadas por los propietarios.
ResponderEliminarLeninenoctubre@gmail.com