Se cumplen treinta y dos años desde que mis
convicciones políticas e ideológicas de
origen católico, nacionalista y peronista que fui formando desde mi infancia y
adolescencia entraron en un movimiento indetenible desde entonces.
Por cierto, no entró todo en crisis en el
mismo momento sino que fue por etapas, gradualmente, y fragmentariamente,
creyendo y descreyendo simultáneamente unos temas y otros, sobrellevando el
desconcierto psicológico que me provocaban mis crecientes contradicciones intelectuales
y sobre todo aquella cada vez más exigua fe de otrora en las cosas de Dios y de
la Patria, con las cuales combatían en mi cerebro y en mi corazón las ansias de
libertad, por un lado, y las sensaciones de culpa, los miedos ante lo
desconocido y los miedos de mi mismo. Por caso, la contradicción entre el
supuesto valor de la soberanía territorial al punto de ir a la guerra en su
defensa y la anulación del valor real de la soberanía política, pese a los
aplausos incomprensibles de mis compatriotas en el mismo escenario y en el
mismo balcón de tantas mistificaciones anteriores. Esa imagen es para mi la
madre de todas las batallas de liberación de mi conciencia política e
ideológica.
A pesar de todo pude superar esa lucha
interior toda vez que me decía que de nada valían ni servían las supuestas
certezas y verdades de valor eterno (acumuladas y atesoradas desde mi juventud
como llaves maestras capaces de abrir las pesadas puertas del futuro de la
sociedad), si la realidad del presente -que es la puerta del futuro- las
contradecía plenamente una y otra vez.
Recuerdo con tristeza las barreras
representadas por la formación católico nacionalista y peronista, no sólo en mi
sino en miles de jóvenes con buenas intenciones e ideales, que creíamos a pie
juntillas los mitos y mistificaciones que manaban de aquellas fuentes.
Barreras de soberbia intelectual, de
jactancia en la creencia de la superioridad moral del relato nacionalista
católico que se remontaba hasta Dios para legitimar su supuesta verdad.
Barreras de autolimitación al conocimiento de
lo distinto, de lo otro.
Reducción del mundo al bien y al mal siempre
en combate respondiendo a la obligación “apostólica” de estar del lado del
bien, lo cual sólo se puede lograr si se transita por “ese camino”, no por
cualquiera. ¡“Sólo por ése”!
Fundamentalismo de esclavos y fariseos que claman a Dios mientras se golpean el ladrillo que hay en sus corazones. Eso es el nacionalismo católico, el peronismo y el populismo, en el mismo lodo todos revolcados, y sin que ello signifique dar pábulo aquí a la zoncera de un supuesto humanismo peronista de izquierda que ¡“ése sí”! fuera el camino correcto!
Todos son relatos y clichés brillantes pero
inconsistentes, útiles para las necesidades y conveniencias de cada causa.
Causa de “nosotros los buenos”, causa de facciones, de bandos, de bandas, de
sectas.
¡Nunca causa de todos, nunca de la sociedad
sin distinciones, nunca de la humanidad!
Lo mismo sucedía en los otros
fundamentalismos del Libro (Das Kapital), ni más ni menos.
Todos, absolutamente todos, los de un lado y los del otro, fueron y son fuentes de soberbia, de odio, de desprecio al otro, al que piensa distinto. Y en ambos casos presente el mito de la guerra justa, envoltorio aberrante de la codicia, la egolatría y el deseo de poder de unos pocos vivos, a costa de muchos tontos.
Repito, en ambos casos.
Recientemente reparé en este inusual
aniversario de mi vida y lo compartí telefónicamente con un amigo, uno de los
tantos que ha realizado una parábola similar a la mía respecto de la fe y la
voluntad puestas al servicio de vivir y convivir en sociedad.
— ¿Habrá
valido la pena? —preguntó con cierta desilusión.
— ¡Claro
que sí —respondí con intención de alentarlo—. ¡Yo ahora me siento libre y dueño
de mi mismo! ¿Vos no?
— Pues…
no sé… —respondió —. Cuando veo en la televisión tantas caras de antaño, cuando
escucho tantos discursos y aplausos emocionados de aquellos que recuerdo …me
pregunto si no estaremos equivocados nosotros…
— ¡Pues
yo no! —contesté enojado —. ¡Y me jacto de haber cambiado! ¡Mirá vos qué triste
sería que me hubiera muerto sin haber podido descubrir la gran mentira! ¡Y peor
aún, que habiéndola descubierto en mi mente y en mi corazón hubiera continuado
siendo un esclavo pero ya sin dignidad!
No sin jactancia y provocación, pero con gran
alegría y esperanza, dedico esta nota a todos los que de un lado y del otro de
aquellas imposturas reconocieron la verdad y la mentira pero se quedaron allí,
al abrigo del rescoldo…
Carlos Schulmaister
carlos@schulmaister.com
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, ACTUALIDAD INTERNACIONAL, OPINIÓN, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, REPUBLICANISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA,ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.