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jueves, 13 de noviembre de 2014

DARÍO ACEVEDO CARMONA, LA CHISPA QUE NO INCENDIÓ LA PRADERA (II)

DARÍO ACEVEDO CARMONA
En los primeros años del Frente Nacional fueron varios los ensayos revolucionarios que se hicieron, inspirados por la revolución cubana la mayoría. Esto representó la perdida de la condición de liderazgo hegemónico que ostentaba el partido Comunista prosoviético en el ámbito de la Izquierda. Las nuevas agrupaciones criticaron su pacifismo y su revisionismo, lo acusaban de conciliar con el sistema, por privilegiar el reformismo que adormecía a las masas y traidor al dogma de la lucha armada revolucionaria.

Los comunistas debieron sentirse incómodos ante el dilema de mantenerse fieles a la línea del vigésimo congreso del PCUS sobre la “transición pacífica” o sostener los núcleos armados desmovilizados de las autodefensas de “Tirofijo”. No se conoce información documental que nos permita establecer con exactitud cómo se abordó y se resolvió el problema: ¿cómo no ser hostil a la revolución cubana, a la que no miraban con simpatía, sin adoptar su estrategia foquista? Alvaro Delgado, exmiembro del Comité Central en el libro Todo tiempo pasado fue peor, cuenta que fue Manuel Cepeda Vargas el que propuso la fórmula de rescatar la idea leninista de la combinación de todas las formas de lucha, que significa tener un pie en la legalidad y otro en la ilegalidad. Alias “Tirofijo” fue elevado a la condición de miembro del Comité Central del partido Comunista y este organismo, a su vez, nombró comisario político del partido en las FARC a alias Jacobo Arenas, el ideólogo cuya función consistía en el adoctrinamiento comunista de los guerrilleros.
Mientras las izquierdas se estremecían al calor de intensas y furiosas rivalidades ideológicas en torno a cuál era la línea correcta, del otro lado, Estados Unidos, consciente del peligro que representaban esas tendencias en su considerado “patio trasero”, diseñó dos estrategias para contener el avance del comunismo. Por una parte, lanzó la política de la Alianza para el Progreso que se ocupó del financiamiento de proyectos de carácter social como el incremento de la cobertura y la calidad en la educación, la reforma agraria y la salud. De otra, creó la doctrina de la Seguridad Nacional orientada a reprimir grupos guerrilleros, protestas populares y todo foco de influencia a las que los Estados Unidos y sus gobiernos aliados, en el marco de la “Guerra Fría”, consideraran un peligro de infiltración comunista. Esta política estipulaba, cuando fuere necesario, la opción de propiciar golpes de estado para que dictadores de la más baja calaña tomaran el poder y reprimieran a los subversivos. En no pocas ocasiones, esos dictadores extendieron el radio de acción de sus arbitrariedades a fuerzas democráticas.
No hay evidencia constatable de que estas políticas y en particular la segunda provocaran insurrecciones por doquier o hubiesen sido la causa determinante en la escogencia de la vía armada por los grupos que se lanzaron a la guerra de guerrillas, aunque estos en sus panfletos y documentos denunciaban dicha estrategia del “imperialismo yanqui” como una de las causales.
Entre los años 1964 y 1966 surgieron en Colombia tres movimientos guerrilleros inspirados en cada uno de los faros revolucionarios del mundo. El primero de ellos surgió después de una operación del Ejército colombiano en la región de Marquetalia en contra de las llamadas “repúblicas independientes” controladas por las Autodefensas Campesinas de “Tirofijo”, para restablecer, según se sostuvo por parte del gobierno de Guillermo León Valencia, la soberanía sobre el territorio y garantizar el libre juego de los partidos. Por unos meses, esta guerrilla se mantuvo a la defensiva hasta que en 1966 se declaró revolucionaria con aspiración de tomarse el poder y realizar la “revolución agraria democrático-burguesa” denominación usada por el estalinismo y el maoísmo para caracterizar a las revoluciones en países del Tercer Mundo.
Al año siguiente ocurrió el lanzamiento del Ejército de Liberación Nacional (ELN) a través de varias incursiones armadas, la más publicitada de las cuales fue la toma de la población de Simacota y el asalto a un tren en el departamento de Santander. Esta guerrilla se internó en las selvas y montañas del Opón y el Carare. Su liderazgo estaba integrado por los hermanos Vásquez Castaño, provenientes del sector radical e izquierdista del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y un grupo de estudiantes universitarios, la mayoría de las universidades Industrial de Santander y Nacional de Colombia. Algunos de estos habían viajado a Cuba con el supuesto fin de estudiar y aprender de su sistema educativo, pero, realmente, el de prepararse en las artes de la guerra de guerrillas. Su estilo, su discurso y su accionar revelaban la influencia del foquismo castro-guevarista y por eso se puede calificar como un intento de calcar la experiencia cubana. A diferencia de otras tendencias, y de ahí su rivalidad y enemistad con los comunistas y las Farc, negaban la necesidad del partido para liderar la revolución, y creían, a la manera del Ché, que el grupo de avanzada haría las veces de chispa que incendiaría la pradera. El ELN fue calificado por otros grupos marxistas de aventurero, voluntarista y aislado de las masas aunque su programa era en esencia el mismo de las Farc.
Finalmente, a comienzos del año 1966, el partido Comunista de Colombia Marxista-Leninista pro-Beijing, fiel al pensamiento maoísta, impulsó en el país la fórmula de la Guerra Popular Prolongada. Esta teoría plantea que la revolución debe iniciarse en el campo y luego rodear las ciudades, el peso principal del esfuerzo militar reside en el campesinado pero bajo el liderazgo de la clase obrera a través de su partido. Contempla la formación de una alianza de los comunistas con otros sectores de la sociedad en un frente patriótico antiimperialista. El aparato militar (EPL) es el ejército del pueblo cuya tarea es conquistar el poder por medio de las armas  bajo la  consigna maoísta “el poder nace del fusil”. El objetivo inmediato es realizar la revolución “democrático-burguesa” fase preparatoria para la instauración del socialismo y la dictadura del proletariado.
Tal como el ELN, los maoístas pensaban, metafóricamente, que una chispa podría incendiar la pradera, pero, se diferenciaban en cuanto consideraban que la guerra era una gesta prolongada y el partido era necesario para dirigir la revolución. Incrustados en las montañas del noroeste colombiano, intentaron, por varios años, construir las bases de apoyo popular a su proyecto.
(Espere la tercera y última parte en próxima columna)

Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc


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