En coyunturas asediadas por condiciones políticas vacilantes, el hecho de debatir proposiciones contrarias al proyecto político en ejercicio luce profundamente delicado por cuanto lo que está en juego es la democratización del sistema político.
¿EL ÚLTIMO TRANCE DE LA DEMOCRACIA?
En política, el debate siempre ha sido un recurso
necesario. Primeramente, como cauce para la organización y conducción de ideas.
En segundo lugar, como mecanismo de distensión y de resolución de problemas que
no tienen solución consensual. Más aún, cuando se ventilan reveses que ponen en
aprieto a procesos de gobierno comprometidos no sólo con mantener bajo control
la magnitud de los problemas. Sino también, con gobernar en la dirección del
progreso social y económico. Sin embargo en coyunturas asediadas por
condiciones políticas vacilantes, el problema luce profundamente delicado por
cuanto lo que está en juego es la democratización del sistema político. Y tan
crucial objetivo, tiene implicaciones capaces de poner en riego la estabilidad
del gobierno. Y en consecuencia, el bienestar del colectivo bajo la égida del
gobierno en cuestión.
El mentado “llamado al diálogo” por parte del gobierno
venezolano, con el ambiguo propósito de conseguir la paz en medio del conflicto
nacional alentado, contradictoriamente, por la intolerancia propia de un
proyecto ideológico inflexible, pareció ser este jueves la expresión de un
gobierno “roñoso”. De un gobierno que no acepta otra palabra que la suya. Al
menos, es lo que se infiere luego de escuchar al presidente Maduro, quien
valiéndose del abuso mordaz y en un extenso discurso inicial, dijo que nadie
debía pensar que dicho encuentro justificaría la posibilidad de realizar algún
pacto o negociación con factores de la oposición.
Maduro, en compañía de su opresor estado mayor, está
creyendo que la crisis política nacional ha sido el resultado de una serie de
maniobras financiadas y dirigidas desde el exterior en contra del pueblo
venezolano. Ante tan simplista e infundada excusa, elaborada al estilo
castro-fascista y al margen de las crudas realidades que azotan al país, estos
gobernantes siguen empeñados en negarle al país demócrata el legítimo ejercicio
de derechos fundamentales que sólo la democracia sabe y puede exhortar. No aceptan que las causas
de esta aguda crisis de todo tenor, trascienden el momento actual. Más aún, que
tienen su asidero en los atropellos infundidos por las medidas despóticas del
ex presidente Chávez ordenadas después de los sucesos vivido de abril 2002. Y
quizás, preparadas con antelación a la susodicha conmoción libertaria.
En medio del debate que consiguió argumentos en
modelos económicos y políticos antagónicos, sólo se vio un país que ya no puede
más. Un país que ha venido padeciendo la merma de la idea de nación, que según
José Ortega y Gasset, filósofo español, “es la conciencia de querer tener un
destino compartido”. Pero ante la mengua de tan necesaria comprensión, sobran
recriminaciones que no tienen el eco deseado pues la intención desvergonzada de
imponer un socialismo carente de valores morales, ha llevado a que se haya
arrojado al cesto del olvido la dignidad antes que la perseverancia por
impugnar o revertir los desafueros gubernamentales. Pero esas mismas
recriminaciones se han articulado a acciones de tan perversa catadura, que el
país puede verse azuzado a acentuar las escisiones provocadas desde un espacio
político amalgamado por el desequilibrio de emociones capaces de animar la
patética concepción de una patria descuartizada en su esencia. Particularmente,
cuando el terreno que pudiera abonarse con sentimientos de venezolanidad, es
apolillado por la efervescencia de pasiones violentas derivadas de una u otra
manifestación de conciliación. Y esto, tristemente, colocaría el país al borde
de un verdadero despeñadero del cual no tendría salvación. Más, porque cada
quien se asociaría con cada cual, tal como viene dándose. De ser esto cierto,
ojalá nunca se llegue a tan infortunada y desgraciada realidad, no habría duda
de que lo que aconteció este jueves 10 Abril, pudiera considerarse como el
último momento decisivo y crítico que tendría la democracia venezolana para
restablecerse y fortalecerse en su naturaleza política. Es decir, Venezuela
habrá vivido ¿el último trance de la democracia?
VENTANA DE PAPEL
BALANCE DE UNA CONTROVERSIA
Todo hecho tiene las consecuencias que las
posibilidades, de darse, lo permitan. El tan fanfarroneado “diálogo” convocado
por el presidente de la República, el pasado jueves 10 Abril, además de no
contar con la presencia de todos los factores políticos opuestos a las líneas
ideológicas del régimen, pareció seguir un guión de novela negra inspirada en
los apesadumbrados momentos de la vida de quien ha sido condenado a morir en el
patíbulo.
Los representantes del régimen dejaron ver que no sólo
son sordos. También, ciegos. Aunque excesivamente charlatanes. Los de la
oposición, si bien demostraron alguna orden en cuanto a la temática abordada y
en conocimiento de la gran política o Política en mayúscula, no fueron lo
debidamente contundente. La oportunidad requería menos discreción y mayor
pegada. Sin embargo, no todo fue infortunado. A juicio de algunos observadores,
por primera vez se vio desguarnecido el cerco mediático impuesto por el régimen
desde hace casi tres lustros.
Los declarantes del oficialismo, pusieron al
descubierto las debilidades que tantas veces buscan encubrir con horribles
mentiras y sarcásticas argumentaciones. El desconcierto y atoramiento de
personajes de la calaña de Diosdado Cabello, Aristóbulo Isturiz y Blanca
Eekhout, así como de José Pinto, líder tupamaro, hicieron que sus discursos
fueran tan vacíos como denigrantes. Atropellaron no sólo el idioma. También, la
moderación propia de una alocución hecha ante la opinión nacional. Hubo
palabras que lucieron ridículamente adulantes.
Por su parte, Jorge Arreaza, a pesar de su voz meliflua y postura
melindrosa, no pudo evitar esconder su característica petulancia y
desconocimiento del mundo de la politología. Asimismo, Maduro demostró
nuevamente su mal remedo de Chávez lo cual lo retrata como un pésimo comediante
de porte cubanizado.
Los discurso más centrados y lucidos, indudablemente
provinieron de la oratoria de Ramón Guillermo Aveledo, Henry Ramos Allup, Henry
Falcón, Omar Barboza, Julio Borges y Roberto Enríquez. El cierre de Henrique
Capriles, fue valiente toda vez que sus expresiones estuvieron a la altura del
riesgoso compromiso asumido. No obstante, pese al esfuerzo que dicha jornada ha
significado para la historia política contemporánea, será difícil detener el
creciente descontento que ha venido acumulándose en la población en contra del
régimen presidido por Nicolás Maduro. Gobernante éste cuyas órdenes de reprimir
la osada resistencia civil venezolana, ha dejado un deplorable saldo de vidas
ofrendadas en nombre de la lucha por recuperar la democracia. Aparte de los
cientos de detenidos y heridos. Esto es lo que, en la brevedad del espacio de
prensa, puede explicarse como balance de una controversia.
EL PUEBLO HA CONCIENCIADO LA CRISIS
La dictadura suele concentrar su poder en torno a la
figura de un único individuo. Este gobernante es la persona que funge como
dictador razón por la cual se arroga todas las atribuciones posibles para
actuar de acuerdo a una visión sesgada de la realidad. Al acceder al poder, ya
sea por vía democrática o mediante un golpe de Estado, el dictador suele formar
un gobierno de facto donde no existe la división de poderes y se impide que la
oposición llegue al gobierno por medios institucionales. Esta situación, aunque
todavía no del todo calcada con la exactitud del caso, está próxima a ser lo
que de ella se dice y se ha escrito. Aunque algunos hechos acometidos en el
país, evidencian un relativo grado de dictadura que puede demostrarse por vía
de distintos argumentos irrebatibles.
Por ejemplo, el hecho de que el régimen declare su
obstinación ante la exigencia nacional de poner en libertad a numerosos presos
políticos, o como quiera llamarlos algunos encumbrados politiqueros, es
fehaciente demostración de que las cosas apuntan a una dictadura. Asimismo,
permitir la impunidad ante la violación de derechos fundamentales, es otra de
las razones para creer que el país vive una auténtica dictadura. El
quebrantamiento de la autodeterminación del pueblo, como razón para hablar de
soberanía, a lo que se ha prestado la complicidad del régimen con gobierneros
cubanos genuflexos al dictamen de los hermanos Castro, es otra razón para
pensar en la decadencia de la democracia venezolana.
Estas consideraciones, son razones para justificar las
protestas que ocupan las calles y avenidas por parte de una población
enardecida a consecuencia de legalizados e inconstitucionales atropellos
endosados por la firma del presidente de la República. Con estas acciones, que
aunque molestan al régimen pues lo descubren ante el resto del mundo, el pueblo
demócrata está reclamando e imponiendo su poder originario. El grito seguirá
siendo “abajo cadenas”. Más, cuando ahora, más que nunca, el pueblo ha
concienciado la crisis que padece.
“Cuando la democracia comienza a presentar fisuras en su comprensión, por abusos de autoridad y poder del gobernante, sus acciones tienden a contaminarse por la perversión gubernamental que decanta a través de una praxis que se contrapone al esfuerzo de un pueblo cubierto de dignidad y moralidad” AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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