El martes 8 de abril se enfrentaron
Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña, y Mariano Rajoy,
presidente del gobierno español.
Lo que estaba en juego era
trascendental: la posible realización de un referendo independentista en
Cataluña el 9 de noviembre de este año.
Esa tarde el Congreso de los diputados español
desautorizó por un 86% de los votos la realización del referendo. Los
nacionalistas catalanes dijeron que lo harían de todos modos. Estaba listo el
duelo de pistoleros, pero cuando todo el mundo esperaba saber quién era el más
rápido, Mas parpadeó. En una entrevista al diario francés Le Figaro dijo que
tal vez el referendo no se podría hacer, que veía alternativas, que patatín,
que patatán, en fin, que le habían podido el miedo o la prudencia y que mejor
no acudía a la cita.
Pese al recurrente ir y venir de
magistrados, tendría que ser obvio para cualquiera que una Constitución como la
española, por más liberal y tolerante que se estime, no está diseñada para
permitir que un trozo del país en el que rige sea cercenado sin más de un gran
mordisco nacionalista. Y los nacionalistas radicales, como la diputada del
parlament Marta Rovira (de Esquerra Republicana de Catalunya o ERC), por
definición no tienen tiempo para oír cháchara de magistrados si surge una
posibilidad real de constituirse en nación independiente.
Los nacionalismos son muy afectos al
simbolismo crudo y 2014 ofrece a los catalanes una opción de oro, pues se
cumplen trescientos años de la capitulación de Barcelona en 1714 ante las
tropas de Felipe V al final de la Guerra de Sucesión. Fue esa la mejor opción
que tuvo nunca Cataluña de ser independiente y la perdió. Ahora que le veían la
cara a una nueva tres siglos después, el president demostró que no es ningún
Simón Bolívar.
¿Qué habrá pasado, alguien hizo por
fin las cuentas y sacó conclusiones? Una cosa sí está clara, que la ahora más
remota secesión terminaría muy mal para España y muy mal para Cataluña. Los
damnificados sumarían millones. Y Rajoy no será propiamente la reencarnación de
Churchill, pero se apersonó de su papel y dijo con claridad que una
declaratoria de independencia sacaría a Cataluña sine die de Europa.
La razón
es que España tiene derecho a vetar el ingreso de cualquier país a la Unión
Europea y desde luego que podría vetar el ingreso de Cataluña, a menos que
medie una razón muy poderosa, digamos una indemnización colosal. La
independencia catalana implicaría una gigantesca destrucción de valor
económico, por lo que parece apenas justo que el costo de la misma recaiga en
quien causa el daño, en este caso, el que se marcha. Está además la
abultadísima deuda pública española. ¿Quién quedaría a cargo de qué tras la
secesión de una provincia? Si se hacen, pues, las cuentas, resulta que la
potencial nación catalana independiente nacería quebrada.
Es posible que del proceso salga
fortalecido ERC, el partido de Rovira y Oriol Junqueras, si bien es muy
improbable que, dado su radicalismo, ellos logren agrupar a la mayoría de los
catalanes, proverbialmente pragmáticos, sin el concurso del más conservador
CiU, el partido de Mas. Entre otras, ya empezó el tiroteo interno entre los
catalanes.
La ceguera de los políticos españoles
de todos los bandos les impidió hacer los referendos independentistas a tiempo;
luego la crisis incubó una potencial mano ganadora para los nacionalistas. Pese
a todo, parece que esta vez tampoco se harán.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com /
@andrewholes
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