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miércoles, 12 de febrero de 2014

JOSÉ LUÍS MÉNDEZ, MIEDO INSTAURADO

El miedo, en sus más distintas manifestaciones se ha apoderado  de la sociedad venezolana. La gente en general, siente temor cuando sale  la calle por el grado de violencia desenfrenada  del  hampa  y de la delincuencia  común. 
Pero detrás de ese temor, hay otro aun mayor, el que deja la sensación casi palpable, de la inexistencia  o carencia de una autoridad que tenga la voluntad de luchar contra ese flagelo social que acaba con la vida de los venezolanos diariamente. O lo que es peor, que el  gobierno que detenta el  poder  coercitivo del  Estado, deja con su discurso permanente, la impresión de que  no le importa mucho  el problema de la inseguridad en las calles, y que incluso lo  alienta. Una veintena de fracasados planes  en materia de seguridad durante estos últimos quince años y un lenguaje ambiguo, entre el bien y el mal, que confunde  pueblo con delincuencia, así  lo demuestran. De esas  recientes soluciones que no sirvieron de nada, recordamos la de sacar los militares a la calle; ahora le toca  al patrullaje inteligente y vigilancia por cuadrantes.
Pero las personas tienen, igualmente,  otro tipo de miedos. Tienen terror a quedarse sin alimentos básicos como leche, harina, azúcar o pollo. Un tipo de miedo que el venezolano del siglo pasado no llegó a conocer, que le era ajeno por completo y en el que nunca pensó pudiera ocurrirle, siendo  habitante de un país petrolero, o mejor dicho, de una potencia petrolera donde la abundancia era  su común denominador. Un miedo que si se conoce en otras latitudes, como consecuencia de la guerra o de unas condiciones  económicas  precarias.
El otro miedo que perturba al venezolano desde hace ya un buen rato, por no decir años, es el de que cada vez más,  estamos perdiendo la libertad de poder decir lo que queramos, siempre que queramos, en forma de manifestación  o protesta contra la autoridad. Desde aquel fatídico 11 de abril del 2002, pasando por otras protestas ciudadanas de menor escala, como por ejempló, las estudiantiles en el Táchira de hace unos días, la aparición ya usual, de francotiradores o encapuchados en motocicletas, disparando sin recato alguno contra quienes se atreven a manifestar públicamente su oposición y critica al gobierno, es una constante que como medio represivo, busca amedrentar a la gente y garantizar que ninguna protesta pública colectiva vaya a tener éxito.
Pavor casi reverencial, que de manera similar se ha instaurado también en los medios de comunicación, nacionales y regionales, a través de la autocensura, consecuencia de medidas políticas anteriores de cierre, contra canales de televisión y emisoras de radio, de los cuales hemos visto desparecer programas de opinión donde se solía hacía critica al gobierno, así como a sus conductores, situación que la escasez actual de papel para los periódicos agrava de manera brutal, pues en el fondo, es un ataque a la libertad de expresión,
El temor al futuro también invade a los venezolanos, quizás el más terrible de todos, pues se impone como una sombra larga y oscura sobre el quehacer del venezolano y el de su familia. Miedo que se traduce en inseguridad de vida propia,  en el desarrollo del individuo, en cada vez menos posibilidades de estudios, de encontrar un trabajo que permita vivir en condiciones dignas, de constituir una familia, de que el sueldo o el ingreso producto del esfuerzo propio  alcance para labrarse ese futuro.
Últimamente, un nuevo sobresalto nos sacude. Esta vez con características de pánico. Nos referimos a la imposibilidad  cada vez más acentuada de poder adquirir un pasaje al exterior en las líneas aéreas nacionales e internacionales. Un aislamiento que sin vivir en una isla, deja en la genta un sentimiento de impotencia y de cerco, de bloqueo, similar al que viven los cubanos de La Habana.
 Qué duda cabe que el miedo se ha institucionalizado en Venezuela.
Jose Mendez
xlmlf1@gmail.com

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