El miedo, en sus más distintas
manifestaciones se ha apoderado de la
sociedad venezolana. La gente en general, siente temor cuando sale la calle por el grado de violencia
desenfrenada del hampa
y de la delincuencia común.
Pero
detrás de ese temor, hay otro aun mayor, el que deja la sensación casi
palpable, de la inexistencia o carencia
de una autoridad que tenga la voluntad de luchar contra ese flagelo social que
acaba con la vida de los venezolanos diariamente. O lo que es peor, que el gobierno que detenta el poder
coercitivo del Estado, deja con
su discurso permanente, la impresión de que
no le importa mucho el problema
de la inseguridad en las calles, y que incluso lo alienta. Una veintena de fracasados planes en materia de seguridad durante estos últimos
quince años y un lenguaje ambiguo, entre el bien y el mal, que confunde pueblo con delincuencia, así lo demuestran. De esas recientes soluciones que no sirvieron de
nada, recordamos la de sacar los militares a la calle; ahora le toca al patrullaje inteligente y vigilancia por
cuadrantes.
Pero las personas tienen, igualmente, otro tipo de miedos. Tienen terror a quedarse
sin alimentos básicos como leche, harina, azúcar o pollo. Un tipo de miedo que
el venezolano del siglo pasado no llegó a conocer, que le era ajeno por
completo y en el que nunca pensó pudiera ocurrirle, siendo habitante de un país petrolero, o mejor
dicho, de una potencia petrolera donde la abundancia era su común denominador. Un miedo que si se
conoce en otras latitudes, como consecuencia de la guerra o de unas
condiciones económicas precarias.
El otro miedo que perturba al venezolano
desde hace ya un buen rato, por no decir años, es el de que cada vez más, estamos perdiendo la libertad de poder decir
lo que queramos, siempre que queramos, en forma de manifestación o protesta contra la autoridad. Desde aquel
fatídico 11 de abril del 2002, pasando por otras protestas ciudadanas de menor
escala, como por ejempló, las estudiantiles en el Táchira de hace unos días, la
aparición ya usual, de francotiradores o encapuchados en motocicletas,
disparando sin recato alguno contra quienes se atreven a manifestar
públicamente su oposición y critica al gobierno, es una constante que como
medio represivo, busca amedrentar a la gente y garantizar que ninguna protesta
pública colectiva vaya a tener éxito.
Pavor casi reverencial, que de manera similar
se ha instaurado también en los medios de comunicación, nacionales y
regionales, a través de la autocensura, consecuencia de medidas políticas
anteriores de cierre, contra canales de televisión y emisoras de radio, de los
cuales hemos visto desparecer programas de opinión donde se solía hacía critica
al gobierno, así como a sus conductores, situación que la escasez actual de
papel para los periódicos agrava de manera brutal, pues en el fondo, es un
ataque a la libertad de expresión,
El temor al futuro también invade a los
venezolanos, quizás el más terrible de todos, pues se impone como una sombra
larga y oscura sobre el quehacer del venezolano y el de su familia. Miedo que
se traduce en inseguridad de vida propia,
en el desarrollo del individuo, en cada vez menos posibilidades de
estudios, de encontrar un trabajo que permita vivir en condiciones dignas, de
constituir una familia, de que el sueldo o el ingreso producto del esfuerzo
propio alcance para labrarse ese futuro.
Últimamente, un nuevo sobresalto nos sacude.
Esta vez con características de pánico. Nos referimos a la imposibilidad cada vez más acentuada de poder adquirir un
pasaje al exterior en las líneas aéreas nacionales e internacionales. Un
aislamiento que sin vivir en una isla, deja en la genta un sentimiento de
impotencia y de cerco, de bloqueo, similar al que viven los cubanos de La
Habana.
Qué
duda cabe que el miedo se ha institucionalizado en Venezuela.
Jose
Mendez
xlmlf1@gmail.com
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