Las
protestas estudiantiles conforman una buena parte de la historia contemporánea de Venezuela. De hecho, puede afirmarse que son el eje
motor en el desarrollo de los acontecimientos políticos del siglo XX.
Desde la
Generación del 28, nombre con el que se conoce al grupo de estudiantes
universitarios que lideraron en el carnaval caraqueño de 1928 un movimiento de
carácter académico y estudiantil que derivó en un enfrentamiento con el régimen
de Juan Vicente Gómez y que llevó a la cárcel de la Rotunda y al castillo de
Puerto Cabello a centenares de jóvenes, hasta las más recientes manifestaciones públicas de
rechazo al régimen de Nicolás Maduro, por parte del sector estudiantil, ha
transcurrido casi un siglo, pero los protagonistas siguen siendo los mismos.
Podrán cambiar las condiciones socioeconómicas, las circunstancias políticas
internas, los factores de poder internacional, pero los estudiantes y su voz
estrepitosa en el aire, seguirán siendo
los héroes de la jornada.
Las
manifestaciones estudiantiles en cualquiera de
sus formas, estuvieron presentes en todos los gobiernos adeco-copeyanos
entre 1958 y 1998. Las causas y las
justificaciones varían; no así la manera
de enfrentarlas, y por eso las reacciones de los gobiernos de turno para
reprimirlas, frenarlas o acabarlas, casi siempre conllevaba al uso de la fuerza
o conducían, por el choque, a más violencia. Un error político recurrente, del
que ningún gobierno, sea de izquierda o de derecha, sale bien librado.
Durante
esos cuarenta años, basta hacer un
recorrido por los periódicos de la época, para darse cuenta que las noticias sobre la desaparición de algún
estudiante, o algún universitario o liceísta muerto en disturbios estudiantiles
y enfrentamientos con las fuerza del orden público no son una novedad reciente.
Incluso debido a circunstancias típicas de esos años, en que la universidad
autónoma, además de un lugar para el saber, era también un refugio de la
subversión y de los movimientos insurgentes, así como de la clandestinidad a la
luz del sol, algunos gobiernos decidieron
intervenir a las universidades nacionales, como ocurrió, por ejemplo
con la UCV, allanada en mayo de 1964,
bajo la presidencia de Leoni, y posteriormente en octubre de 1969 siendo Rafael
Caldera presidente, con fuerzas militares y cierre incluido durante año y
medio.
Durante
la década de los ochenta el movimiento estudiantil venezolano también estuvo
presente en el seno del movimiento popular. Esta vez, factores como el
incremento de la deuda externa, la fuga de divisas y la caída internacional de
los precios del petróleo, entre otras circunstancias sociales y económicas,
como el famoso” viernes negro” y los
sucesos del Tazón, conllevaron a varios episodios de disconformidad social.
Las
manifestaciones estudiantiles
continuaron durante la década de los noventa, bien para tomar las calles en
protesta por el asesinato de catorce pescadores del estado Apure, conocido como
“la masacre de El Amparo”, o bien para apoyar la marcha de varias asociaciones
de vecinos contra el gobierno, o enfrentarse a un nuevo allanamiento de la UCV
durante el segundo gobierno de Carlos A, Pérez.
Algunas
cosas han cambiado entre aquellas manifestaciones estudiantiles del siglo
pasado y las que se han dado, en lo que va de este siglo XXI, tanto contra
Chávez como contra Maduro.
Una,
es que la izquierda ya no se encuentra enconchada en las universidades
nacionales y ahora juega para el gobierno.
Otra,
es que los gobiernos de antes no calificaban de
“golpe de estado” las
manifestaciones estudiantiles, por más violentas que fueran.
Por
lo demás, con el arribo de Chávez al poder, las causas del malestar estudiantil
no desparecieron, estuvieron tapadas por el hecho político, el fenómeno
mediático, y el adormecimiento de los problemas socioeconómicos con la
abundancia de los petrodólares repartidos en forma de misiones sociales.
Pero con un mañana incierto, tomando forma de presente, de este presente aniquilador y desesperanzador, el movimiento estudiantil, como tal, y los jóvenes de este país, en general, tienen una causa que va más allá de la política, para protestar y reclamar. Ya no se trata simplemente de un problema de izquierdas o de derechas, de una lucha por el poder, sino por su futuro.
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