Pedir
paciencia a los venezolanos puede resultar una de las empresas más temerarias,
dado que argumentan han pasado 15 años y ante la voracidad que se come la
calidad de vida, y ante la desorientación general, todavía claman por acciones
que no ven materializarse. Manejamos el término paciencia tal como lo entiende
la tradición filosófica, esto es, como constancia valerosa, como un sinónimo de
entereza.
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La
paciencia ha sido considerada siempre una virtud, pero acompañada siempre de la
sombra del conformismo, lo que hace probable
que los pueblos no logren ver el exacto momento histórico de un salto
cualitativo, de uno que no tenga nada que ver con el vacío.
Es
difícil entender el tiempo de paciencia como uno de reflexión y de cultivo, de
organización y de producción de ideas, de visualización del futuro. Más aún lo
es percibir que desde la definición del futuro se está incidiendo de manera
determinante en el cambio del presente. Tener el camino delineado es la única
posibilidad de saber a dónde ir cuando llegue el instante que los procesos
sociopolíticos suelen ofrecer.
Ese
instante no llueve como maná, es también producto de la paciencia creadora y
del estado mental de alerta, del cultivo de la verdad y de la superación de las
falsificaciones, entre las cuales muchas veces se coloca una simulada
pacificación como simple estratagema táctica de reducción de las resistencias.
La
impotencia, denominador común de quienes no ven salida y, sin embargo, están
conscientes del agravamiento progresivo que asfixia, sólo puede superarse
mediante el crecimiento constante de un personalismo social que avance en la
construcción de un cuerpo común que los impotentes no visualizan como condición
esencial.
Jamás
un cambio histórico se ha dado para restaurar y los ejemplos que podamos
conseguir sólo indican inestabilidad, provisionalidad e ilusión momentánea que
será seguida de otro sacudón. Los saltos nunca deben olvidar el estadio
anterior, uno que debe ser entendido y asimilado libre de fango y distorsiones.
Los pueblos también exigen, aunque no se den cuenta con precisión y el ánimo de
salir de lo que quieren salir valga en su psiquis aparentemente más que la
oferta sustitutiva, el ofrecimiento emocionante, el desafío que permita la
conformación de la voluntad colectiva.
Hay
razones objetivas que determinan el instante, como puede serlo una gran crisis
económica -ejemplos a granel hay-, pero las verdaderas causas del instante
vienen de una decisión colectiva, del previo engranaje de un corpus claro de lo
que se quiere y que deberá sustituir a lo que no se quiere. Podríamos definirlo
como la creación de una conciencia, lo que también podríamos plantear como una
paciencia creativa, una que logre evitar con inteligencia la peligrosa sombra
de la resignación. Paciencia no es error repetido, no lo es incurrir en
estrategias equivocadas o en omisiones vergonzosas o en entendimientos por debajo
de la mesa. La paciencia es acción penetrante y acertada. La verdadera
paciencia es una acción que no ceja un instante de construir lo sustitutivo y
de preparar para su final lo que hay que sustituir.
La
mentira en la que se vive, y que a ratos conduce o a la exigencia de acciones
descabelladas o a la entrega en brazos de la abulia, debe ser sustituida por la
creación del mecanismo alterno y por la convicción del poder colectivo
consciente. El instante, producido por las condiciones objetivas, pero creado
en lo profundo de la psiquis, permitirá la transformación del sentido de
sumisión en uno de creación sustitutiva. Es así como la paciencia deja de ser
defecto u omisión, para convertirse en el punto nodal del gran salto
cualitativo en procura de la justicia social, de nuevas formas de protagonismo
no excluyente, de nuevas formas democráticas adaptadas al futuro y no al
pasado, de lo que he llamado un pragmatismo pleno de ideas sobre una
organización social en que un nuevo concepto de poder y de ejercicio político
tome las riendas del propio destino.
La
“realidad” se alimenta de apariencias. La falsificación es su nutriente
preferido. La existencia del mismo hecho de conocer y de tener la “imagen” es
condición indispensable para que algo se convierta en real. El punto clave es
la sustitución de la apariencia, lo que no pueden lograr los pueblos que nadan
en ella. Vivimos en un presente donde se ha hecho de la apariencia el
“cambiante” de cada día. La paciencia creativa conseguirá el instante de luz, a
la manera en que lo hemos definido, cuando pase la escoba sobre las apariencias
y se haga sustitución. Creo es de Susan Sontag esta frase: “Las ideas conceden
permiso”
tlopezmelendez@cantv.net
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