Un
hábito ancestral de todo gobierno de izquierda radical es el de restar
veracidad a todo aquello que pueda arrojar un velo de duda sobre el correcto o
eficiente desempeño del gobierno. China no es una excepción: es el mejor
ejemplo de la negación de lo que es evidente, que es la actitud asumida por los
gobernantes en Beijing en torno al tema de la colosal deuda del gobierno que ha
puesto a temblar al mundo entero desde
los últimos días del año recién terminado.
Ocurre
que los niveles de endeudamiento de las regiones del interior alcanzan el 55%
de su PIB, una situación que pone a prueba la capacidad del país de sostener su
crecimiento económico en el futuro cercano y que pudiera ser el anuncio de una
desastrosa crisis financiera con un impacto global de mucha envergadura. En
menos de tres años, las deudas adquiridas por las provincias han escalado hasta
3 billones de dólares ($3.000.000.000.000) a través de mecanismos paralelos a
los bancarios. Es sobre la base de fórmulas poco ortodoxas de endeudamiento con
garantía sobre la tierra que ha sido posible expandir las economías regionales
y cumplir con las metas impuestas desde la capital.
En
las pasadas semanas, el sector oficial, ante la estridencia que estas cifras
han ocasionado domésticamente y en el exterior, ha asumido dos posiciones. La
primera ha sido advertir a la prensa especializada sobre la inconveniencia de
“inflar” la cobertura de los problemas del mercado financiero y, asimismo,
exigir con instrucciones detalladas una actitud patriótica a los medios de
comunicación frente a lo que es considerado como “asuntos sensibles”,
susceptibles de socavar la legitimidad del Partido Comunista. La segunda fue
publicar una auditoria oficial efectuada sobre las cifras nacionales (la
tercera en tres años) para exhibir cifras que les permitan sustentar la tesis
de que la contabilización de algunos pasivos contingentes es lo que ha generado
el pánico colectivo.
El
poderoso departamento de propaganda del Partido Comunista y algunas otras
oficinas gubernamentales encargadas de los asuntos comunicacionales oficiales
se las han arreglado para que el tema no coja vuelo. De acuerdo con sus propios
cálculos, un tercio de las deudas globales caen dentro de esa categoría y, de
ser ellas deducidas de los montos totales, el nivel de exposición del sector
público chino apenas alcanzaría 39% de su PIB, lo que no es muy diferente a la
situación de Japón y un buen número de países europeos. Es decir, intereses
subterráneos han estado sumando peras con manzanas.
Lo
trágico es que a todos estos tortuosos cálculos oficiales habría que sumarles
otras manzanas que el gobierno tampoco ha contabilizado en sus reportes y
auditorias: las que tienen que ver con la deuda corporativa, que asciende a más
del 110% del PIB de la gran nación. También en la capital estiman que la deuda
corporativa de empresas estatales no siempre debe ser considerada totalmente
deuda de la nación. Y si a todo lo anterior se le suman los endeudamientos del
gobierno central, entonces China inicia el 2014 con una exposición financiera
que supera 200% su PIB!
En
síntesis, la opacidad de los indicadores y las cifras macroeconómicas chinas
siempre ha aportado una buena dosis de inseguridad a los observadores. La
censura impuesta a la prensa, desde el pasado diciembre, no hace sino agregarle
inquietud a una crisis que pudiera estar en puertas. Estamos hablando de los
astronómicos endeudamientos del gigante que es hoy la segunda economía mundial.
bdemajo@gmail.com
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