Si hay una conclusión a la que todos
deberíamos llegar es a la de que en política, doméstica o internacional, como
en la vida en general, nos toparemos a menudo con preguntas sin respuestas
inmediatas, con la dimensión desconocida. Que no todo tiene una solución
cristalina, perceptible, tajante, sin lugar a dudas y cisnes negros, a primera
vista.
Que la incertidumbre, la opacidad y lo
gelatinoso siempre estarán presentes, habiendo ganado o siendo derrotados. Que
en la brutal competencia entre los hombres por hacerse con el poder, nada está
dado de una vez, ni está garantizado, ni es concluyente, mucho menos perenne.
Que lo único seguro es el cementerio, como dicen por ahí, y ni tanto.
Obviamente, esa carencia de certezas, esa
profusión de dilemas, la diversidad de apuestas posibles que se abren, tantas
encrucijadas oscuras; las coaliciones de conveniencia que se nos imponen; las
puñaladas traperas furtivas a media noche; el trasiego a tientas; los acomodos
liosos, los toma y daca contingentes y las negociaciones problemáticas e
ineludibles, no se avienen bien con el fanático maximalista, que solo admite
blanco o negro, bueno o malo, amigo o enemigo, tú o yo, nada de grises, todo
definido de una vez y las soluciones inmediatas que corten por lo sano lo que
haya que cortar, incluso cabezas humanas.
No se allanan a estos difíciles vericuetos de
la lucha, los paladines de la antipolítica, los que ven la pelea por el poder
como un oficio sucio y deleznable, para individuos ayunos de moralidad o
escrúpulos, personas entregadas al cálculo que sólo lo persiguen para colmar
sus ambiciones y llenar sus bolsillos.
A ambos, el fanático y el nihilista, altas
dosis de paranoia, desconfianza y escepticismo mediante, las situaciones
intermedias, los procesos a veces largos e indefinidos, los equilibrios
inestables, las transiciones complicadas, les resultan inaceptables, “todo o
nada” es su enseña, no hay en ellos lugar para el análisis frío y sosegado que
exige la complejidad de la realidad.
Y cómo abundan estos personajes en circunstancias
como las que vivimos en nuestro país.
Ciertamente, no es muy fácil afrontar la
crisis nacional, abrumados y agobiados como estamos por la incertidumbre
presente y el dudoso futuro de Venezuela. Huelga insistir en la situación grave
de arbitrariedades que todos conocemos y padecemos.
Después de superar decisivos errores, las
fuerzas democráticas venezolanas han venido recuperando espacio político e
institucional, enfrentando, desde la precariedad de los recursos, uno de los
Estados más poderosos de la región, puesto al servicio de una ideología
demencial por más de tres lustros.
Y eso no es “concha de ajo”, ni se resuelve
en un santiamén, por mucha voluntad y empeño que pongamos en tal tarea
titánica. Los que han intentado implantar, enfrentando una dura resistencia
democrática, una sociedad del anti-bienestar duradero, del atraso y la
descomposición moral, tienen sus fervientes acólitos y son millones. Esa es una
realidad, nos guste o no, que está allí, frente a nosotros, y que no podemos
despachar así como así.
Tal correlación de fuerzas nos impone unos
ritmos y velocidades que no nos gustan, nos agotan y desesperan.
Pero si queremos cambiar ese estado de cosas
de forma civilizada y pacífica, aunque hayan unos desalmados frente a nosotros,
hace falta armarse de paciencia, mayor a la de Job, poner a funcionar la
inteligencia y sobre todo mantener la mollera bien fría.
Sé que sostener tal talante no es fácil y que
los resultados positivos demorarán, no serán inmediatos, que mucha angustia y
duras experiencias habrá en el camino. Pero no tenemos otra. La horrenda
alternativa sabemos cuál es.
De allí que el dialogo entre fuerzas
paritarias enfrentadas cobre enorme significación. Vale la pena apostar por él,
aun teniendo reservas y dudas. La historia nos enseña de muchas experiencias al
respecto. Enemigos se han sentado a conversar, así sea para regular el combate.
Es la hora del ejercicio de la política responsable, seria y realista. No es una apuesta de ingenuos, como algunos descaminados dicen. La oposición democrática está obligada, por principios, a hacerla. Si el gobierno falta a su palabra, si no obra en consecuencia, allá él y los suyos, ya no será culpa de los demócratas que el país se hunda en la confrontación salvaje y el caos.
Estamos en una de esas situaciones que
aludíamos al comienzo de estas líneas. Nada está claro, chapoteamos en arenas
movedizas, y ojalá, a la brevedad, nos enrumbemos por senderos civilizados de
respeto y apego a la ley. Es el clima que podría favorecer el restablecimiento
de la democracia y la paz.
Será necesario deslindarse de los Savonarolas
desquiciados que estorban en la oposición. No me queda la menor duda, hacen
mucho daño, y retrasan el proyecto de recuperación de la democracia y de las
libertades plenas. El gobierno deberá hacer otro tanto.
Hemos avanzado y podemos avanzar más en ese
propósito. Voluntad indoblegable de lucha, firmeza de convicciones e
inteligencia son las claves de la victoria definitiva.
@ENouev
emilio.nouel@gmail.com
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