El
país vive una crisis tremenda. Basta con hacer un inventario incompleto para
verla: faltan alimentos y medicamentos básicos de todo tipo; el índice anual de
asesinatos por 100.000 habitantes es de 79, un dato astronómico detrás del cual
se oculta un sinnúmero de historias macabras; la inflación terminará este año
arriba del 70%, robando de sus ingresos a los pobres, a quienes el Gobierno
luego “resarce” con permisos para saquear tiendas de electrodomésticos, como si
uno pudiera sentarse a cenar un televisor.
En
fin, cualquier duda se disipa al considerar que, según los datos del propio
régimen, la pobreza está subiendo en Venezuela, pese al millón de millones de
dólares recibidos en 15 años.
Bueno,
¿pero al menos una parte de esta inmensa renta petrolera se está ahorrando?
No,
Venezuela desahorra, pues cada vez vende más petróleo a futuro, en particular a
China, con el consecuente aumento en la deuda pública. Apremiado, el Gobierno
se apresta a malbaratar el complejo de refinerías y estaciones de servicio Citgo,
un acto demente que privaría a Venezuela de una salida segura para sus crudos
pesados.
La
separación de poderes desapareció hace mucho, convirtiendo a la democracia
venezolana en un cascarón vacío, como lo demuestra el juicio totalitario contra
Leopoldo López, en el que han sido violadas todas y cada una de las garantías
del procesado. El saqueo del erario sigue inclemente, en tanto que el
narcotráfico campea por doquier, con todo y generales de bolsillo, a la manera
de Carlos Lehder en las Bahamas en su momento.
Lo
lamentable es que la oposición, abrumada por tantos males, se ha venido
equivocando. La fracción “salidista” le apostó todo a la caída de Maduro y,
dado que no cayó, la sensación que se tiene es que salió fortalecido. María
Corina Machado y otros proponen una asamblea constituyente, o sea la
capitulación del régimen. Igualmente improbable es otra idea que se menciona:
que una fracción de las Fuerzas Armadas tumbe a Maduro, su cómplice. Para todo
lo anterior es mejor que esperen sentados.
Pocos
en la oposición parecen entender que es preferible que los cambios los inicie
el chavismo cuando no pueda proseguir por donde va, pues si mañana sale Maduro
del poder dejando las cosas como están, y entran, digamos, Capriles o López,
tendrán que enfrentar la debacle, con el consabido desprestigio por las medidas
draconianas que habría que tomar. Un Gobierno así sería derrotado con
facilidad, condenando al país a una espiral de estilo peronista. Por lo demás,
gran parte de la oposición está abandonando el centro del espectro político,
actitud que de imponerse sería suicida.
Maduro,
aplicando una versión del modelo cubano cuya fuerza no puede subestimarse, ha
ido liquidando cada vez más medios independientes —el último fue El Universal—,
hasta el punto de que, de los que cuentan con alcance nacional, tan sólo queda
El Nacional, aunque sin papel. Eso sí, en internet se consigue toda la
información que uno quiera, pero no es allí donde busca la mayoría de los
votantes venezolanos.
Un
último factor que alimenta el pesimismo es que la gente que apoya al régimen
parece acostumbrada a la crisis. Las mentiras, el saqueo, los
desabastecimientos y la incompetencia oficial al comienzo te indignan, pero al
repetirse hasta la náusea, se vuelven crónicos. Lo dicho, es imposible ser
optimista sobre Venezuela.
Andres
Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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