Después del desaguisado cometido al conferírsele la condición de ley a un programa político de gobierno (Plan de la Patria), la Constitución sigue destacando la necesidad de acudir a “una planificación estratégica, democrática, participativa y de consulta abierta” a fin de garantizar una justa distribución de la riqueza. ¡Qué contradicción!
UTOPÍA DE
ASERRÍN
El
concepto utopía, concebido por Tomás Moros en 1516, refiere un mundo
idealizado. Un mundo alternativo al mundo realmente existente. Pero pensar una
“utopía de aserrín”, es casi un exabrupto dado el carácter redundante que
envuelve tan sarcástica consideración. Y no puede ser distinto, pues las
realidades que definen al país en el contexto de la política gubernamental
asumida desde hace catorce años, son tan utópicas como irrazonables. Más aún,
son absolutamente coincidentes con el cuadro de desafueros estructurados a
partir de sarcasmos animados bajo el influjo de conjuros revolucionarios que no
llegan ni siquiera a ruegos idealistas.
El
país no aguanta más utopías. No hay duda de que se ha llegado a un estadio de
tan absurdas determinaciones, que el caos hizo crisis no sólo en la concepción
de Estado pretendida en el curso de estos tiempos de anodina revolución.
También, ante la dinámica económica cuyas implicaciones dieron al traste con el
esfuerzo alcanzado a favor del equilibrio social que requiere el proceder de
una nación que apuesta todo a su futuro. El mal llamado “plan de la patria”,
ahora convertido en ley por decisión unilateral del poder abusador, ha
terminado por infundirle aliento a un proyecto político que sólo intenta
reemplazar lo cualitativo por lo conveniente toda vez que plantea acomodar los
valores a intereses de garrafal mediocridad. Además, de temible incidencia.
De
entrada, hay que alertar sobre el carácter inconstitucional del aludido Plan de
la Patria. El artículo 187, parágrafo 8, de la Constitución Nacional destaca,
entre las responsabilidades de la Asamblea Nacional, “aprobar las líneas
generales del plan de desarrollo económico y social de la Nación, presentadas
por el Ejecutivo Nacional” lo cual no significa -de ninguna manera- que le sea
otorgada la categoría de ley de la República. El plan tiene sólo la condición
de ser indicativo del régimen socioeconómico y de la función del Estado en la
economía y en la administración de los intereses nacionales.
El
carácter impositivo del referido plan, empaña los preceptos constitucionales.
El espíritu constituyente exhortó, con base en los principios jurídicos que
avalan la norma suprema, la cooperación, la solidaridad, la concurrencia y la
corresponsabilidad, a justificar razones dirigidas a la creación de instancias
públicas que pudieran considerar necesidades en conciliación con recursos
públicos. Esto, desde el poder que reside en los Consejos de Planificación y
Coordinación de Políticas Públicas de cada Estado (Art. 166). Asimismo, en los
Consejos Locales de Planificación Pública del nivel municipal (Art. 182). Y en
el Consejo Federal de Gobierno, órgano encargado de la planificación y de las
políticas relacionadas con el desarrollo local y nacional (Art. 185).
En
consecuencia, no tendría sentido que luego del desaguisado cometido al
conferírsele la condición de ley a un programa político de gobierno (Plan de la
Patria), la Constitución siga destacando que para lograr y garantizar una justa
distribución de la riqueza, que contribuya con la seguridad jurídica, la
permanencia y equidad del crecimiento de la economía, haya que acudirse a “una
planificación estratégica, democrática, participativa y de consulta abierta”
(Art. 299)
Por
otra parte, objetivos tan ambiguos como el de “convertir a Venezuela en un país
potencia en lo social, lo económico y lo político”, o el de “contribuir con la
preservación de la vida en el planeta”, son propuestas sin asidero alguno. Y lo
que asumen como razones para su convalidación, son meras excusas que descansan
en presunciones político-ideológicas sin ningún valor que la estructure
conceptual y metodológicamente dado su ridiculez discursiva. Todo ello, sumado
al grotesco empeño de “continuar construyendo el socialismo bolivariano como
alternativa al modelo salvaje del capitalismo con lo cual asegurar la mayor
suma de felicidad” cuando las realidades apuntan a develar situaciones de
ostentosa ausencia de dignidad, justicia y libertades. Situaciones éstas que
responden a un simple simbolismo cargado de una soberbia utopía de aserrín.
VENTANA DE PAPEL
LA VIDA,
PARTE DEL PENSUM UNIVERSITARIO
Casi
al término de cinco años de carrera universitaria, en el área de las ciencias
económicas y sociales, surgió una necesidad que si bien no respondía al ámbito
de formación profesional podía entenderse como un ensayo que correspondía al
contexto donde el conocimiento académico roza con el conocimiento sobre la vida
en su más trascendental confluencia. De esta manera, se tomaría la decisión de
formalizar un seminario que tocaría la gerencia de la vida. Todo, en
consonancia con la epistemología de la gerencia que al fin de cuentas
compromete la enseñanza-aprendizaje en los respectivos estudios. Y si de alguna
forma este exordio luce como explicación, la idea de todo es compartir las
apreciaciones de quienes formaron parte del aludido seminario toda vez que su
sesión de clausura dejó ver la aprehensión que estos tuvieron del mismo a lo
largo del lapso académico.
Hermosas
reflexiones de todos quienes tomaron la palabra para expresar sentimientos forjados
a la luz de los postulados de la Gerencia de la Vida. Razones que comprendieron
el alcance del seminario para otear oportunidades de negocio donde resulta
imprescindible considerar las potencialidades del otro desde un enfoque no sólo
analítico, sino también de tipo humano. La relación entre individuos con
pensamientos diferentes y proyectos de vida distintos, hace que se tenga algún
dominio en torno al modo de percibir los intereses de quienes están del otro
lado y buscan, al igual que uno, obtener el mejor provecho económico o
administrativo del acuerdo en traza. Universitarios del talante de José, María
Virginia, Alicia, Joaquín, Jesús, Alejandro, Ani, María Cristina, Wadih,
Najath, Josué, Glendy, Leidi, Sara, Eberth, Milena, María Gabriela, Viviana,
Adalberto, Jenny y Jismary formaron la legión de jóvenes que vencieron los
restos de tan interesante ejercicio de análisis personal. Ello hicieron que la
vida fuera parte del pensum universitario.
SIN
HALLACAS NO HAY NAVIDAD
La
distancia puede ser buena consejeras cuando de anhelos se trata. Sobre todo, de
degustaciones que son propias de momentos tan especiales como las Navidades en
la tierra de Bolívar. Más aún, en los Andes venezolanos tan típicos por su
tradiciones. Arianna Isabel Monagas Boada, residenciada en Córdoba, Argentina,
por razones de estudios de postgrado, ha dejado ver cuanto extraña su terruño.
La nostalgia la lleva a evocar recuerdos que forjaron sus emociones. Así
escribe: “Una Navidad sin hallacas no es Navidad. Tampoco sin el arbolito
pintoresco de mi madre. Tampoco sin las gaitas que al oírlas, con una negra
bien fría, te acelera la sangre que busca poner a bailar tus caderas y piernas.
Tampoco sin intentar llamar a los amigos que amas para recordarles que, aunque
hace un año no los veas, y sea por cortesía la llamada, amas sus recuerdos.
Tampoco sin buscar la cosa esa amarilla que te pones debajo de todo, porque la
cultura se respeta y aunque disguste a aquellos desconocedores y falsos
creadores, te da una insignia para toda la vida”.
“Y
mucho menos, Navidad no es Navidad, sin estar en Venezuela donde las creencias
se renuevan con la sonrisa del vecino cuando te regala una hallaca. Aunque su
bolsillo no alcance para satisfacer la demanda “hallaquera”. Una es para la
cena alegrándote la barriga que ha esperado un año para saborear esa alegría
que pocos entienden o que muchos critican por no ser creyentes de la felicidad.
Sobre todo, cuando la felicidad no existe en el curso del sistema político
criollo. En esta Venezuela “socialista” la felicidad es cosa que se reniega
tanto como quienes critican al hedonismo. Pero esas cuestiones que nos
politizan y despolitizan, no forman parte de esta alegría... La alegría de
sentir una hallaca. Aunque importe poco, saber si la Navidad es cierta o falsa.
Lo que interesa es estar en familia. Comiendo en una mesa un pedazo de
Venezuela. Y que Venezuela esté entre tus venas”. Es por lo que Arianna expone
con toda razón pues como bien asegura: sin hallacas no hay Navidad.
Idealizar
la inmoralidad de sostener una patria sin honor, peca también de utópico. Las
utopías no sólo exaltan paradigmas que construyen naciones. Las revoluciones
infundadas, como la bolivariana a lo venezolano, son asiento de artificios
ideológicos que viven a expensas de absurdos.
antoniomonagas@gmail.com
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