El Tribuno - 26-Oct-13 - Opinión
Análisis internacional
Rousseff, con la ideología no se
come, ni se educa
por Pascual Albanese
Por orden de la
presidente brasileña Dilma Rousseff, una ex guerrillera de la década del 70
presa y torturada durante el último régimen militar, un millar de soldados del
Ejército, atrincherados alrededor del Hotel Windsor en Río de Janeiro,
impidieron que manifestantes encapuchados de distintas organizaciones de izquierda
impidiesen el acto de apertura de los sobres de la licitación de la cuenca del
petróleo submarino del Atlántico Sur, en la licitación que ganó un verdadero
consorcio global, integrado por la empresa anglo-holandesa Shell con la
francesa Total y las compañías chinas Cnnoc y Snopec.
Shell y Total retienen el 20% de las acciones cada una y las dos empresas
chinas se distribuyen igualitariamente otro 20%. El 40% restante corresponde a
la estatal brasileña Petrobras, porque así lo estipulaba el pliego de la
licitación.
El consorcio fue el único oferente en un concurso que muchos economistas
tacharon de “pobre” y en el que tampoco participó ninguna firma petrolera
estadounidense. La española Repsol se abstuvo a último momento de intervenir,
puesto que su socio chino, la estatal SNOPEC, resolvió sumarse a la asociación
que resultó triunfante.
Hasta último momento reinó suspenso sobre el desenlace del concurso porque la
noche anterior a la apertura de los sobres todavía quedaban en pie seis de las
veinticuatro acciones judiciales presentadas para impugnarlo, las que fueron
cayendo una tras otra en virtud del eficiente trabajo de un ejército de 300
abogados contratados especialmente por indicación de Rousseff.
En un discurso por la cadena nacional, Rousseff señaló que con esta licitación
Brasil inaugura un nuevo camino en su historia y que la fórmula utilizada se
repetirá en las futuras licitaciones del pré-sal, término referido a un
conjunto de rocas ubicadas en gran parte de las costas brasileñas que anidan
una incalculable riqueza petrolífera.
Según Rousseff, “Brasil preserva su soberanía pero está abierto a los
inversionistas privados y respeta los contratos, en una vía que indica la
internacionalización de los negocios petroleros que, hasta ahora, eran
competencia del Estado”.
El gobierno defiende el camino escogido con el argumento de que el Estado
brasileño percibirá durante 35 años alrededor de 370.000 millones de dólares,
que serán afectados principalmente a inversiones en educación, salud pública y
preservación del medio ambiente, según porcentajes que ya fueron establecidos
taxativamente por el Congreso.
Relaciones difíciles
Desde el descubrimiento del petróleo en su cuenca marítima en 2006, que
posicionó a Brasil como el cuarto país del mundo en materia de reservas
petrolíferas, comenzó un arduo debate político. El presidente Lula, que tenía a
Rousseff como jefa de gabinete, tuvo que manejarse con cautela para desmontar
las prevenciones ideológicas del Partido de los Trabajadores (PT) contra la apertura
al capital privado.Lula definió el descubrimiento como “la segunda
independencia de Brasil”, porque abría la oportunidad histórica de terminar con
la dependencia energética y transformar al país en un gran exportador de
petróleo.
Simultáneamente, el tradicional nacionalismo brasileño sintió como una amenaza
estratégica la atención puesta por Washington sobre el petróleo del Atlántico
Sur. Cuando en julio de 2008 el gobierno de George W. Bush comunicó al
canciller brasileño Celso Amorim, ahora a cargo de la cartera de Defensa, la
decisión de reactivar la Cuarta Flota, dependiente del Comando Sur, la reacción
inmediata fue vincular esa decisión con el interés norteamericano en los
yacimientos petroleros del Atlántico Sur.
De allí que la tensión desatada en la relación bilateral entre Brasilia y
Washington a partir de las revelaciones sobre el espionaje electrónico
estadounidense sobre Rousseff, quien canceló una cita con Obama en la Casa
Blanca, se multiplicó al conocerse que ese espionaje electrónico había tenido
también como blanco las comunicaciones de Petrobras.
En este contexto, hubiera resultado entonces extremadamente conflictivo que una
compañía norteamericana participara de la licitación. Ese vacío generado por la
ausencia estadounidense fue ocupado rápidamente por China, que ya desplazó a
Estados Unidos como principal socio comercial de Brasil. El gobierno de Beijing
instruyó a sus dos compañías petroleras estatales para que intervinieran en el
concurso.
Palos desde la izquierda
La reacción de la izquierda brasileña contra la apertura petrolera,
sugestivamente coincidente con la que protagoniza la izquierda mexicana contra
la reforma energética anunciada por el mandatario azteca Enrique Peña Nieto, se
entremezcla con un factor de política doméstica: las alternativas que presentan
las elecciones presidenciales de 2014, en las que el PT afronta un impensado
desafío.
La novedad reside en que a la clásica oposición de centro, encarnada por el
Partido Social Democrático Brasileño (PSDB), que postula al gobernador de Minas
Geraes, Aecio Neves, se suma ahora una flamante alternativa de izquierda,
encarnada por el Partido Socialista Brasileño (PSB), encabezado por el
gobernador de Pernambuco, Eduardo Campos, quien acaba de romper lanzas con la
coalición gubernamental y establecer una alianza con Marina Silva, una ex
Ministra de Medio Ambiente del gobierno de Lula, que renunció al PT y acaba de
afiliarse al PSB.
Silva, abanderada del ecologismo y tenaz enemiga de los estragos ambientales de
la explotación petrolífera, tiene una fuerte imagen positiva en la opinión
pública y es la dirigente política mejor ponderada por las decenas de miles de
manifestantes que periódicamente inundan las calles de San Pablo, Rio de
Jaineiro y las demás grandes ciudades brasileñas.
El fantasma que aterroriza al PT es que una fórmula Campos-Silva le quite votos
por izquierda, impida que Rousseff logre su reelección en la primera vuelta
electoral y genere un escenario de ballotage, ya sea con Neves o con Campos,
con final incierto. Este temor a la pérdida de votos ”por izquierda” condiciona
la actitud política de un ala del oficialismo, pero no al gobierno.
Ocurre que la realidad económica y social tampoco concede tregua a la
especulación política. Rousseff y Lula saben que el “modelo brasileño” está
agotado, que el país perdió competitividad internacional, que para recuperarla
necesita impulsar un gigantesco salto en infraestructura y educación y que los
recursos propios son notoriamente insuficientes. La apertura al capital
extranjero ya no puede demorarse.
Mientras los efectivos militares frenaban en Río a los manifestantes
izquierdistas, un informe del Fondo Monetario Internacional subrayaba que para
que Brasil alcance en 2014 una modesta tasa de crecimiento del 3,5% anual (este
año lo hará un 2,25% y en 2012 lo hizo apenas un 0,9%) tendrá que incrementar
fuertemente sus niveles de inversión.
Rousseff, como su colega uruguayo José Mujica (otro ex guerrillero izquierdista
hoy volcado al pragmatismo económico), aprendió que con la ideología no se
come, no se cura ni se educa y que a veces el Ejército también tiene que
reprimir.
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