Cada
vez que veo el Bolívar del chavismo, observo que allí se cumple esa ley;
que tanto dio que hacer a los dialécticos, como fue aquella de la relación del
uno y el todo; en el sentido de que, así como hubo una fiebre de
bolivarianismo, que los llevó a usar como calificativo dicho apellido hasta en
el nombre de nuestra República; también a su efigie le llegó el turno de
“bolivarianarse”, y es aquí donde está presente ese verso de Pablo Neruda,
cuando dice: “Padre, todo lleva tu nombre”.
Dicen
que en los EEUU hay varios pueblos con el nombre de Bolívar; como hay calles y
plazas con el nombre de Bolívar en varias ciudades del mundo. En París hay una
estación del Metro Bolívar, hay una avenida Bolívar y al fondo hay una plaza
Bolívar. Nada más sortario que este sustantivo, como diría alguno.
Es
así como se configura la religión Bolívar o lo que el historiador Germán
Carrera Damas ha venido conociendo como “el culto al Libertador”; es decir,
estamos ante una deformación de una figura, y eso a objeto de volverlo afín a
la visión de mundo chavista; pero obsérvese que ésta aparece muy marcada por el
pardismo, y que fue algo que siempre combatió el Libertador; desde el momento
en que observó las primeras manifestaciones en Piar. Es por esto que hablo de
la deformación de una figura en función de adaptarla a nuevas circunstancias, y
que es lo que ocurre también con el caso de su efigie.
Porque
es verdad que el chavismo se valió del retrato, que el Libertador admitió como
el que más se parecía a su persona; sólo que en esta adecuación, que se ha
hecho en lo que el chavismo habla de una nueva dimensión de su rostro
sobresalen, por encima de sus otros rasgos, los negroides; cuya ascendencia no
dejaba de estar en la línea de consaguinidad suya, habida cuenta de que los
historiadores señalan que una de sus bisabuelas fue una negra venida de Cuba, y
que la raza española, que es la otra procedencia de los suyos, es considerada
más morena que blanca, pero que, de acuerdo a la efigie suya que uno se ha
acostumbrado a ver en retratos y estatuas, en realidad, no eran los más dominantes;
de modo que aquí el Libertador no sólo es deformado desde el punto de vista
físico, sino que además se le vuelve mulato, justo, para adecuarlo a ese
prejuicio racial que sufre el chavismo como es ese que caracteriza la ideología
pardista; que es algo con lo cual el Libertador nunca comulgó, en especial,
porque este prejuicio hace que esta gente practique eso que ellos dicen
aborrecer, como es la exclusión; habida cuenta de que se arropan con la
demagogia de de la proclama de la
inclusión.
Porque
nuestra guerra de independencia, además de formar parte de nuestros procesos de
democratización, fue una guerra racial o de castas, y esto porque las razas de
color, que habían sido segregadas a los papeles de sirvientes o de esclavos,
arrastraban por estas mismas causas una serie de resentimientos y de rencores
que, precisamente, le dieron ese contenido de guerra civil, como lo hacía ver
el viejo Vallenilla Lanz, en un mundo en que la conciencia del hombre estaba
muy lejos de comprender esa idea, con la cual se inician las revoluciones de
los siglos XVIII y XIX, de que el pueblo debe ser su propio soberano; lo que
explica el hecho de que más de un criollo de color para esa época haya gritado
a los cuatro vientos: “¡Viva el rey! Mueran los blancos”.
Es
como apoderarse de la figura del Libertador, y reconstruirla a su manera, para
tratar de ajustarlo a eso que conoceré como el “populismo bolivariano”, pues
así como en su momento José Tadeo Monagas expresó que la Constitución daba para
todo, así también el llamado “padre de la patria” da para todo. Precisamente,
el Libertador llamó la atención del mundo occidental por su condición de hombre
blanco; aparte del manejo de su discurso, apegado a los criterios de la llamada
razón ilustrada. Así se habló de un “chapeau” (sombrero) Bolívar, usado por la
gente de ideología liberal en la Francia de su tiempo; como Marx se lanzó con
un ensayo, tan deformante como las manos chavistas, a propósito de la
manipulación de su figura, y esto para presentarlo como la caricatura del típico
revolucionario burgués; de modo que se pudiera decir que este Bolívar chavista
vendría a ser como una especie de capitán de los pardos; tomando en cuenta,
precisamente, que la revolución chavista lo constituye eso: una revolución de
pardos; una revolución que se apoya en el pasado, y de allí su necesidad de
tergiversar desde su pensamiento, hasta su físico, sin temor a caer en el
anacronismo que ello supone.
¿No
intentó Chávez más de una vez, descontextualizando una que otra cita de su
pensamiento, expuesto en cartas, sobre todo, presentarlo como una especie de
comunista de avanzada? Porque, a pesar de todo lo que decía en torno a la
conveniencia de un gobierno democrático, el Libertador no dejó de ser de
pensamiento monárquico, y la prueba más fehaciente se encuentra en la
Constitución de Bolivia, donde contemplaba la idea de una presidencia
hereditaria, y esto porque el Libertador consideraba que al “príncipe” había
que formarlo desde la infancia.
melendezo.enrique@yahoo.com
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