Un país que no entiende cómo funcionan sus
finanzas tampoco sabe para dónde va.
Colombia vive desde hace décadas un conflicto
costoso, que sumado a la proverbial indolencia de sus élites ha conducido a un
grave atraso en todo lo público. El recaudo impositivo actual es del 15% del
PIB (sin seguridad social), un monto a todas luces insuficiente para afrontar
el posconflicto. Con ello en mente, ¿entiende alguien por qué Clara López, la
candidata del Polo, quiere reducir los impuestos a la gasolina?
De una
dirigente de izquierda uno esperaría que hablara de aumentar los ingresos del
Estado, no de disminuirlos. Sobra decir que ni ella ni su compañero de viaje,
el senador Luis Fernando Velasco, han explicado con qué impuestos nuevos
piensan sustituir lo que se perdería en los combustibles.
La que está cara no es la gasolina, es el
petróleo, bien por encima de cien dólares el barril. Este precio no promete
bajar mucho en el futuro, dado que las explotaciones de petróleo esquisto dejan
de ser viables por debajo de 60 dólares el barril. La autosuficiencia petrolera
de Colombia, según reservas certificadas, no va más allá de 2019 —prolongar en
apenas un año el consumo y la exportación actuales requiere pozos nuevos que
sumen 470 millones de barriles— lo que implica que gastarse lo más rápido
posible el petróleo que tenemos es suicida y demagógico.
Pero incluso si Colombia tuviera más reservas
comprobadas, sería un error vender barata la gasolina. Estados Unidos se cita
como ejemplo. Este país es una referencia obligada en innovación tecnológica,
en la calidad de sus universidades, en la fuerza de su cultura popular, pero
desde hace mucho se sabe que allí se practica el peor urbanismo del mundo, uno
de cuyas bases fue siempre la gasolina barata. Los suburbios americanos no son
apenas lugares en los que es imposible vivir sin carro; son lugares donde los
vínculos sociales se debilitan. En un suburbio es costoso, además de medio
inútil, montar una biblioteca, distribuir un periódico general o tener centros
comunitarios masivos. Los suburbios son fáciles de segregar por raza y estrato
socioeconómico, y es allí donde se han hecho fuertes el Partido Republicano y
las sectas protestantes radicales. ¿No le dirá esto nada a la izquierda
colombiana?
Los sofismas abundan: que dizque el precio de
la gasolina tendría que depender del ingreso per cápita, sin tomar en cuenta
que según la última Encuesta de Calidad de Vida (DANE, 2011) apenas el 13,9% de
los hogares en Colombia tiene carro. El carro nuevo más barato cuesta cerca de
20 millones, de modo que uno no entiende cómo podrían comprarlo los estratos 1
y 2 sin quedar hipotecados hasta las narices. Incluso alguien de estrato 3 se
verá a gatas para pagar un único carro pequeño por familia.
Cuentas muy simples indican que abaratar la
gasolina implica un gasto adicional de billones en vías para la circulación de
automóviles. De hecho, los carros en Colombia no pagan ni de lejos lo que
cuesta darles por dónde transitar. El verdadero ascenso social está en la
educación, la vivienda y la salud, no en el carro. La única opción razonable es
generalizar el transporte masivo multimodal de calidad en ciudades densas.
¿Quiere alguien carro? Que pague.
Casi todos los países de ingreso alto,
productores de petróleo o no, cobran más por la gasolina porque saben para
dónde van. Venezuela, que no lo sabe, la regala. No tendría que ser tan difícil
escoger un modelo.
@andrewholes
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