Extracto
del mi libro Raíces Democráticas de Venezuela
Resumir el itinerario o las raíces de la
acción de gobierno que arrancó el 13 de febrero de 1959, bajo la Presidencia de
Rómulo Betancourt, es siempre una tarea incompleta y que no debe descender a la
demagógica plebeyez, especialmente cuando para combatirla y desfigurarla han
trabajado al unísono extremistas de derecha e izquierda. Pero la tarea de la recuperación de Venezuela y de su
saneamiento fiscal y económico es
también una faena de informar más y mejor de lo que aquí se ha hecho y seguirá
haciendo, en beneficio de la nación y del pueblo. La obra
político-administrativa de los siguientes cuarenta años que se inician en 1958,
independientemente de las incuestionables e ineludibles fallas que acarrea toda
empresa creadora, demuestra una voluntad de servicio, deseo de acertar y empeño
no sólo de garantizar las libertades públicas sino también de ejecutar un
programa coherente de desarrollo económico y justicia social.
En toda esta labor están los argumentos
irrebatibles de las cifras, contradiciendo siempre a quienes se empeñan en
desvíos interesados causando dudas sobre la posibilidad abierta a los regímenes
democráticos que están animados de mística creadora y de vocación social para
realizar en los pueblos cambios estructurales y profundos por vías
verdaderamente pacíficas y con apego a procedimientos legales, siempre en
contra de la arbitrariedad erigida en fórmula de gobierno. Porque cuando un
vastísimo frente civil confluye en empresa libertadora, fracasa el podrido
armatoste del despotismo.
Eso sucedió con la aurora de la libertad
recuperada en nuestra tierra, consolidándose el ansia de vida libre y digna,
como pasión de libertad entrañable, inextinguible, irrenunciable. La derrota
aplastante de la dictadura fue posible porque decenas de venezolanos ilustres
lucharon y murieron en las cárceles, en el destierro o asesinados en las
calles. Todo ello y más hace que sobre nosotros gravite como inexorable mandato
el no cejar en el empeño de hacer de Venezuela una patria ya para siempre inserta
dentro de un estilo de vida democrática, inmunizada contra la recurrencia
dictatorial. Por encima de las tumbas, Venezuela se hizo una nación de
conciencia cívica adulta, capacitada plenamente para transitar por los caminos
pacíficos de la ley democrática hacia el logro de su estabilidad institucional.
No sucedió al despotismo unipersonal la
enconada disputa entre grupos por el poder, no advino una situación caótica
tras eliminar el orden mecánico impuesto a la sociedad por el terror. Hubo
brotes aislados de inadaptabilidad, pero fracasaron ante la actitud
institucionalista de las Fuerzas Armadas y ante la decisión de los venezolanos
de todos los estratos sociales y de todas las condiciones económicas de
cerrarle el paso a los representantes del retroceso. En esto hay que honrar a
quienes encarnaron y respetaron la voluntad democrática de Venezuela en los
doce meses de provisionalidad posteriores al 23 de enero de 1958, como el
militar civilista Wolfgang Larrazábal y Edgar Sanabria, entre otros. Porque los
venezolanos sellamos un pacto de unidad nacional, escrito en la conciencia de
todos, para preservar la libertad recién recobrada.
La Revolución Democrática tiene raíces en
el hecho de que patronos y obreros llegaron a fórmulas de avenimiento que no
entorpecían el normal proceso de la producción; los gremios profesionales
suscribieron un pacto solemne comprometiéndose ante el país y ante la historia
a no prestar jamás sus servicios técnicos a un régimen de usurpación; el
estudiantado evolucionó hacia la constitucionalidad; las Fuerzas Armadas se
marginaron al debate político y a la controversia ideológica; y los partidos
políticos dieron una revelación impresionante de clara conciencia de sus
responsabilidades con el destino de Venezuela.
Los partidos políticos venezolanos,
obligados por el despotismo a laborar en la clandestinidad, convinieron en una
acción concertada y unida para abrirle a Venezuela caminos hacia el orden
democrático, tal como sucedió en las jornadas de diciembre de 1957 y enero de
1958. Hubo tregua en la pugna interpartidista y un esfuerzo coordinado para
ofrecer a la nación soluciones a sus problemas básicos, políticos, económicos y
sociales. Fue un compromiso acordado entre colectividades partidistas con
plataformas programáticas diferenciadas, con estilo y filosofía políticos
propios, que en el trienio 1945-1948 habían contenido ásperamente. Esta
discordia fue reducida el mínimo, en señal de madurez.
Fue más profundo el sentido que se dio a la
tregua partidista: en pacto público suscrito el 31 de octubre de 1958, AD,
Copei y URD (que obtendrían más del 92% de los votos) adquirieron compromisos
concretos con la nación, en vísperas de iniciarse la campaña electoral, donde
sostenían y elevarían el tono principista, erradicándose el desfogue verbal y
la acrimonia personalista; comprometiéndose a respetar y hacer respetar el
resultado de los comicios; a popularizar un programa común de gobierno y a que
se gobernase dentro de un régimen de coalición.
Acción Democrática, una vez ganadas las
elecciones, relevó de responsabilidades disciplinarias a Betancourt para la
escogencia del equipo ministerial, para la integración de un gobierno de ancha
base nacional, pensando en lo más apropiado para la buena marcha de la República.
Prevalecieron en el gabinete una mayoría de técnicos, políticamente
independientes, eminentes ciudadanos con capacidad indiscutible. Se respetó así
"el espíritu del 23 de enero". El Pacto de Punto Fijo, que será
posteriormente denigrado en gesto de gran estupidez, permitió avances que
superaron lo anteriormente logrado en toda la historia de Venezuela (afirmación
que no es una exageración fanática, como seguiremos viendo).
Habiendo dejado la dictadura al país al
borde de la bancarrota, se aplicó una audaz política de austeridad. El
nuevorriquismo derrochador desapareció de las costumbres oficiales,
eliminándose lo ornamental y suntuario en las obras públicas, con mano firme se
puso en vigencia la Ley contra el Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios
Públicos y se afrontaron las tareas inaplazables del desarrollo económico
nacional, así como del mejoramiento de las condiciones de vida del venezolano.
Se encaró la necesidad de diversificar y de venezolanizar su producción,
creándose múltiples instituciones financieras, protegiéndose la producción
nacional para preferir lo nacional a lo importado, con la defensa de los
intereses del consumidor.
Se aplicaron bien estructurados programas,
como los de la petroquímica y la siderúrgica, perfilándose la creación de una
Venezuela grande, próspera y feliz. Carreteras de penetración, electrificación,
puertos, aeropuertos, obras de riego, telecomunicaciones; todo con estudios y
realización de obras técnicamente elaboradas. Se hizo una utilización racional
del crédito público para aplicar aportes fiscales cuantiosos y continuados a la
atención de problemas de primera magnitud, como el desempleo generalizado, las
condiciones infrahumanas de vivienda, la ausencia de servicios sanitarios de
ninguna especie (acueductos, cloacas), el analfabetismo, la carencia de
planteles educacionales, de maestros y profesores, escasos servicios
asistenciales, la construcción de hospitales; todo a escala nacional.
Se echaron las bases para un orden social
nuevo, donde CORDIPLAN pensaba más allá del quinquenio, desechando planes
parciales, desarticulados e inconexos, en una coordinada y vasta acción de
conjunto de gobierno y nación, planeada con detenimiento y ejecutada con
acometividad agresiva, recabando el concurso de la iniciativa privada y la
cooperación de todos los venezolanos con sensibilidad social. Lo mismo sucedía
con la política internacional, integradora y respetuosa, defendiendo los
intereses nacionales y colocándole un cordón sanitario a los regímenes que no respeten
los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los
tiranicen con respaldo de políticas totalitarias.
Toda la política nacional e internacional
se realizó a la luz del día, en diálogo constante y abierto, a conciencia de
que los gobernantes no son sino mandatarios de la nación, y porque la
permanente vigilancia del pueblo y de la opinión pública impiden al gobernante
desviarse hacia el ensimismamiento ególatra, hacia la vacua presunción de
infalibilidad. Sin arrogancia, se consultó a todos los sectores de la
colectividad con respecto a los rumbos políticos y administrativos por
imprimirle a la nación, creándose inclusive un nuevo modus vivendi con la
Iglesia.
Con crudeza de plantearon las dificultades
y problemas venezolanos, aunque con firme optimismo de futuro. Hubo creencia en
que conjugando recursos, voluntades y esfuerzos públicos y privados, Venezuela
lograría estabilizar un régimen democrático, de libertades ciudadanas y creador
de riqueza, cultura y bienestar general. Porque el gobierno constitucional
nacía asistido de un sólido aval de opinión colectiva, y con el respaldo leal
de las Fuerzas Armadas, donde se inyectó un afán de superación, de estudio, de
trabajo, dentro de un concepto de profesionalización y apoliticismo de la
institución toda.
Esto dijo Rómulo Betancourt al asumir la
Presidencia el 13 de febrero de 1959: "Estoy seguro de que cuando dentro
de cinco años venga aquí a cumplir con el imperativo constitucional de
transferirle la banda presidencial a quien habrá de sucederme en la jefatura
del Estado, se podrá decir que he cometido muchos errores y desaciertos en mi
gestión de Presidente de la República, porque la infalibilidad y la aptitud
para acertar siempre, no son virtudes que se hayan dado nunca en ningún ser
humano. Pero Venezuela reconocerá entonces -estoy seguro de ello, porque tengo
dominio de mis convicciones- cómo durante los años en que cumplí el mandato de
Presidente de la República, no actué nunca con intención distinta de la de
procurar con lealtad, con empeño creador, con fe si se quiere fanatizada, la
gloria de Venezuela y la felicidad de su pueblo".
albrobar@gmail.com
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