Es
bueno mirar a todas partes pues el camino es culebrero. En estos apremios, como
pajarito en grama, me detengo a reflexionar sobre la agenda actual de la
oposición venezolana, o lo que percibo de ella a través de las acciones
concretas que realiza, o lo que los medios transmiten, tergiversan o callan.
Gústenos o no ellos crean e imponen realidad.
Así
observo que además de los temas coyunturales que son los escándalos, que de tan
repetidos se han convertido en estructurales e inofensivos, existen dos bloques
temáticos en los que se sustenta la acción con la que se desnuda al gobierno
que tenemos enfrente. Son, por un lado, la denuncia de su ilegitimidad de
origen y de desempeño, y por el otro, la crisis económica que vive el país y
que no es sino el resultado de la piratería productiva del Estado monopolizador
y la corrupción política y administrativa que la acompaña.
Sobre lo primero, el
fraudulento triunfo del partido de gobierno, ya se ha recorrido un camino de
denuncia política y jurídico-administrativa, nacional e internacionalmente,
importante pero que pareciera agotado. El significado práctico de la
impugnación de las elecciones parece haberse desplazado en momento, interés y
pegada política.
El
segundo tema, el de la crisis económica, sí que ha encontrado eco en la
conflictividad interna, que es dónde se bate el cobre, como lo demuestran el
descontento notorio expresado en diversas manifestaciones de protesta y huelgas
en todo el país por parte de diversos sectores sociales y económicos.
Decepción
social al mayor y al detal. El territorio de la frustración está fresco y
echando chispas por doquier: en las universidades, colegios, hospitales,
industrias, clase media, barriadas y campo; hasta en amplios sectores del
chavismo se siente el naufragio y el murmullo crítico.
Vistas estas realidades, la agenda de la oposición democrática venezolana debe ser discutida y renovada de cara a la contienda electoral del próximo diciembre. Aparte de los dos temas ya citados, la oposición está en la obligación y necesidad de plantearle nuevos argumentos a la colectividad a fin de consolidar su credibilidad y posicionamiento en las calles del país y además crear nuevos elementos que internamente sostengan la unidad, porque una agenda agotada puede causar efectos nocivos de dispersión y distracción en el ánimo político de la oposición al crear una sensación de cansancio e insatisfacción consigo misma y hacia la población.
Nuestro
discurso político no puede entonces momificarse. La tarea no es sencilla, quién
lo niega, pero su realización es una necesidad categórica para motivar e
involucrar a los ciudadanos. Los factores democráticos que constituyen la
unidad deben proponer, pues, al país, un plan de lo que vamos a hacer de aquí a
diciembre para que la coordinación de las acciones otorgue un sentido e
intensidad al conjunto y así se comprenda, se sienta y se comparta el reto que
se debe atender con prontitud y celo inexcusables.
leandro.area@gmail.com
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