La
épica asegura a un militar la gloria. La política no. Porque la gloria apuesta
a consagrarse en la eternidad, en cambio la política es una dinámica que
fructifica en la relatividad del tiempo.
Un político gana unas elecciones, y en
los siguientes comicios, puede
perderlas. El incidente no lo desanima, más bien le hace repensar sus
estrategias para la toma del poder en una nueva oportunidad.
Un militar pierde
una batalla y la derrota puede conducirlo a la depresión o al suicidio. La
vergüenza la confunde con la pérdida del honor. La revancha no siempre le
resulta esperanzadora. Sin embargo, la épica puede abonar el camino hacia la
política. Los éxitos militares de Napoleón Bonaparte lo convirtieron en un
estadista que representó un hallazgo de la política. Aunque a través de ella
prosperó la cruzada hacia su derrota militar definitiva en Waterloo.
Contrario
es creer que desde la política es posible llegar de manera feliz a la épica. En
la Segunda Guerra Mundial, los aliados de países democráticos revirtieron esta
premisa al deponer la política y pactar con la dictadura comunista de Stalin, y
junto a él, armar un poderoso ejército que
habría de consagrarse en la
gloria de derrotar a la poderosa máquina de guerra del Tercer Reich. En
escenarios como aquél, la política logra
restituirse a través del sendero
de la guerra.
Los
golpes de Estado ejecutados por militares, apuestan a la rivalidad de
creer que la épica es superior a la política, y por ello, éstos se
consideran salvadores de la patria a la hora de ejecutarlos. Cada golpe de
Estado ostenta el pendón de restituir la Constitución o de elaborar una nueva,
a través de una Asamblea Constituyente, o en el caso más extremo, imponer la
suya una vez tomado el poder.
La primera noche del golpe la democracia promete
florecer, pero al amanecer comienza el engaño. La sangre corre y la persecución
es desatada. A partir de la asonada, los militares dirigen los destinos de la
sociedad a su antojo. La política es disfrazada de épica; y los dictadores se
conducen entre la crueldad y lo ridículo. El error está en la creación del
Estado moderno, que otorgó protagonismo desencadenante a los militares en la
preservación de la nación y el mismo Estado, las veces que la política y los
malos gobiernos colapsan.
El golpe de Hugo Chávez, fue un trazado cruento que
fracasó a falta de valor y pericia militar de éste. No logró ejecutar el
magnicidio contra el presidente constitucional Carlos Andrés Pérez. Tampoco se
suicidó, pero lloró. Su fracaso fue convertido en éxito político arrollador
celebrado por mayoría de venezolanos, aquéllos desencantados de una
democracia extenuada por los desaciertos
de sus conductores. Extrañamente, el pueblo vio en el cobarde a un héroe.
Cuando
la oscuridad parecía vencida, Hugo Chávez toma el poder de manera electoral, y
de inmediato, planteó transformar la Constitución vigente a través de una Asamblea Constituyente, donde gran número de
sus representantes eran afectos a la línea del partido cívico-militar creado
por él mismo. Esa Constitución -aprobada sin suficiente representación
popular-, una vez investido de presidente, Chávez la violaría a través de leyes
habilitantes, caprichos y artimañas.
Muerto Chávez sin ninguna gloria, el golpe
de Estado sigue prosperando en Venezuela con la complicidad de la institución
militar. Rondan preguntas ante su inexplicable conducta: ¿Será que la Fuerza
Armada Venezolana cambió su dignidad y ética marcial por beneficios materiales?
¿Por qué ha permitido la invasión de un ejército extranjero al corazón de la patria
que dice defender con su vida? ¿Por qué arrodilla el honor ante el mando de ese
ejército que la humilla y veja en los cuarteles?
En
casi quince años, la Fuerza Armada Venezolana no ha hecho ningún
pronunciamiento para restituir la Constitución y las leyes del país. Se ha
cobijado en un largo silencio que se confunde con la cobardía o el valor que
acecha. Aun sabiendo que el pronunciamiento no significa un golpe militar.
Menos, una exposición sin cautela.
Que acontezca un golpe de Estado sería
contra el ya instalado desde el fraude electoral. Acción que podría ser
fraguada por los Castro para desatar la guerra civil, porque todavía la
política sobrevive en Venezuela. El prestigio de la Fuerza Armada Venezolana
está en entredicho, y hasta ahora, la misma no parece dispuesta a redimirlo.
Si
Venezuela cruza el umbral de la adversidad, a futuro, su pueblo tendrá que
considerar la posibilidad de eliminar la Fuerza Armada a través de un
referéndum popular. Por haberse probado que ésta, frente a una de las grandes
tragedias vivida por la República, fue ociosa, inútil e irresponsable.
Derrotada sin batallar. Entonces, desde ese mismo momento, habrá de inaugurarse
un nuevo concepto de conformación del Estado venezolano.
edilio2@yahoo.com
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