Negociar con el chavismo es un inmenso riesgo. Esta verdad se ha transformado en un axioma.
Lo demostró el importante fracaso que tuvo la Coordinadora Democrática, después
del 11 de abril de 2002. Hugo Chávez regresó de La Orchila, dándose golpes de
pecho para demostrar que pensaba rectificar.
La dirigencia de la oposición cayó
en la celada. La crisis, provocada por él mismo cuando despidió de una manera
ignominiosa a un grupo de altos empleados de PDVSA, se le había ido de las
manos y necesitaba ganar tiempo. Utilizó a los ex presidentes Carter y Gaviria,
para que sirvieran de intermediarios, ofreciéndoles todas las garantías que
ellos exigieron para después violarlas descaradamente.
La situación política de Venezuela se
caracteriza por varios factores que se observan a simple vista: el primer
factor, el surgimiento de un gobierno absolutamente ilegítimo después de haber
realizado unas elecciones que han dejado inmensas dudas de su transparencia,
tanto en la opinión pública nacional como internacional. El segundo factor, la
existencia de un líder de ese gobierno, Nicolás Maduro, que ha despilfarrado un
capital político de manera sorprendente.
En menos de un mes de campaña electoral
perdió cerca de un millón de votos que fue captado por Henrique
Capriles. El tercer factor, la profunda crisis política, económica y
social que se observa en la sociedad.
Estas delicadas circunstancias tienen acorralado al régimen chavista.
Inicialmente, Nicolás Maduro y los hermanos Castro, pensaron que la manera de
responder era mediante la represión. Empezaron a aplicarla, pero se encontraron con el dilema
de que la estrategia de Henrique Capriles era la no violencia y el respeto de
las normas constitucionales. Al equivocarse en el análisis inicial de la crisis
cometieron errores muy graves como el golpe al parlamento, la represión a las
iniciales protestas contra el fraude electoral, la detención del general Rivero
y pare usted de contar. Las consecuencias han sido sumamente graves: un total
rechazo en los sectores democráticos del mundo y en particular de la América
Latina.
El juego estratégico planteado es suma cero. Uno de los dos actores
políticos, chavismo u oposición, se impondrá de manera definitiva. En la
actualidad, no hay margen para la negociación. Eso deben entenderlo los jefes
de las fracciones parlamentarias. Si no establecen claramente los objetivos a
alcanzar en dichas conversaciones pueden causarle un grave daño a las reales
posibilidades que tiene Henrique Capriles de hacer respetar la voluntad
popular. Es cierto que lograr, de nuevo,
el funcionamiento del parlamento es importante, pero sólo es posible
alcanzarlo, sin pagar un elevado costo, si se logran establecer condiciones
claras que muestren la derrota del
régimen a los venezolanos y al mundo.
El nuevo liderazgo del chavismo, Maduro y Cabello, no tienen la
imaginación ni la capacidad de maniobra de Hugo Chávez. De todas maneras, eso
no indica que dejen de ser peligrosos y más desesperados como están. Las
recientes amenazas contra Capriles así lo indican. Plantear su destitución
utilizando alguna triquiñuela jurídica muestra que no se quedarán tranquilos
ante una realidad política que se resume en las últimas encuestas: Capriles
fortaleciéndose, Maduro cayendo estruendosamente. Esta acción ratifica que
mantendrán la línea de la represión con la finalidad de atemorizar al pueblo
opositor. La otra línea es utilizar el petróleo para alcanzar cierto grado de
legitimidad en el exterior.
¿Qué campo de maniobra tiene la oposición democrática para enfrentar a
un régimen arbitrario que concentra todo el poder del Estado? El camino es uno sólo: mantenerse dentro de
la línea de la no violencia, preservando con firmeza el orden constitucional.
Eso sí, entender que las acciones deben ser totalmente ofensivas. El campo de
maniobra existe: el descontento social. Las protestas deben ser orientadas y
capitalizadas por la oposición democrática. Eso exige preservar la unidad y
fortalecer el liderazgo de Henrique Capriles. La primera etapa de la lucha debe
mantenerse en el campo jurídico, después sólo queda tomar la calle para
desarrollar una permanente protesta
popular.
En esas circunstancias es muy difícil prever el desenvolvimiento de los
acontecimientos políticos. Una crisis de
la magnitud de la que va a vivir Venezuela buscará algún camino de solución. En
la sociedad surgirán factores que presionarán para una solución rápida. El
liderazgo democrático debe preservar, en cualquier circunstancia, su objetivo: lograr que se organicen, a la
brevedad posible, unas elecciones dentro
de condiciones totalmente diferentes a las actuales. ¿Se podrán obtener nuevas
instituciones en una negociación con el régimen? No lo veo fácil. Al contrario,
me imagino una crisis política que modificará a motu proprio la estructura del
Estado.
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FOchoaAntich.
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¡Excelente! Ud. es de las pocas personas bién realistas y ubicadas que he podido leer.
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