La enfermedad infantil del sectarismo izquierdista descrita por Lenin, sumada a la audacia ignorantona, tal cual la ilustrada
vanidad resentida que pretende reservarse ciertos campos para el exclusivo
ejercicio de "su" magister dixit, casi siempre adolece de mala memoria
o de cuidados olvidos, según algunos historiadores y analistas políticos.
Ocurre que de la idea original del genio de
un iluminado o de una constelación de talentos, a la concreción de la misma,
generalmente transcurren períodos de distinta duración, según la coyuntura que
se viva, durante los cuales el ideal que se aspira alumbre el porvenir, es como
una antorcha que las sucesivas generaciones cuidan no extinga su fuego.
Los grandes proyectos creados por la generosa
ambición humana por un mundo mejor, siempre ocurren como procesos, de tal
manera por ejemplo, que a partir de la nación de repúblicas planteadas y
libertadas por el Libertador, siempre – se tuvo la certeza – antes y después de
su proclama, que esa voluntad era parte de los grandes sueños de los pueblos al
sur del río Grande.
En nuestro caso y en los actuales momentos,
tiene méritos el esfuerzo cumplido por
el expresidente fallecido, fomentando
la integración de nuestros pueblos, lo cual no necesita de cipayos que lo
alaben, pero tampoco lo convierte en el gran demócrata como en el que ahora
pretenden mostrarlo. Su figura ocupó el escenario de Latinoamérica y de gran
parte del mundo, y ese es un mérito que es de su exclusivo patrimonio, por lo que el aspirante a la Presidencia de la
República, Nicolás Maduro parece no saber y mucho menos, lo que siempre se ha
afirmado: los caudillos, como lo fue el difunto, no dejan herederos.
Este régimen autocrático por naturaleza,
revestido de democracia, si bien es cierto que le ha cambiado la vida a algunas
personas, también ha empeorado la de otros y esto es fácil de entender, por
cuanto ningún caudillo ha logrado solucionar todos los problemas de un pueblo,
y menos aún cuando imprime una política de exclusión y de diferencias entre los
sectores sociales.
La muerte del expresidente es el final de un
capítulo, y el comienzo de otro, en la accidentada historia de nuestra nación.
Desaparece un personaje para quien el destino del país, la vida de todos,
dependía de su voluntad. Moldeó la política y la institucionalidad para imponer
un modelo autoritario de poder, para controlar la riqueza social sin rendir
cuenta a nadie, para acallar cualquier intento de desacuerdo o protesta
colectiva, y para adecuar la historia de tal manera que Bolívar asomara como el
simbólico espíritu mayor y él como su representante en la tierra.
La constitución "bolivariana", que
el puño de Nicolás Maduro agita como si
se tratara de una Biblia, son manifestaciones formales de un altar religioso,
en cuya cima sonríe, como si estuviera alumbrando a la multitud, ese
complaciente padre, dispuesto a apiadarse de los incrédulos que osaron
contradecirlo, y bendecir a su grey.
Quienes estuvieron cerca del poder y lo
disfrutaron, aparte de heredar los materiales réditos, que deben ser
voluminosos, reciben como legado una lógica muy peculiar de interpretar y
manejar el poder: concebir la democracia como una palabra, como dato reiterado
en su monserga con la que anuncian un mundo de felicidad; hablar sin descanso
de que su meta nunca dejará de estar al servicio a los más pobres y, sobre
todo, culpar de los males y de las desgracias al "imperio y a sus
lacayos”.
Cumplir esta parte del encargo no será
difícil para Maduro y sus lugartenientes civiles y militares, como ya lo
demostraron cuando acusan del origen del cáncer de su líder al imperialismo;
expulsan a los agregados militares de los Estados Unidos, y el ministro de la
defensa quien, a nombre de las fuerzas armadas venezolanas, manifiesta
adherirse a su candidatura.
Lo complicado para el aspirante del oficialismo
a la silla de Miraflores, será mantener la política de dádivas con la que
el expresidente fallecido afincó su legitimidad interna y
externa, la cohesión entre grupos que se disputan como en “saco de alacranes”,
definido así en cierta ocasión por un fallecido y alto militar, las jugosas cuotas en los negocios del
Estado, y la avalancha de la mitad de un país que no va a aceptar que su futuro
le sea hipotecado de por vida.
“La
tumba del Padre está vacía”, escribe el psicoanalista francés Charles Melman,
para indicar que más allá de la ausencia de cuerpo o de lugar en las tumbas de
Moisés, Abraham o Jesucristo, la función del Padre (que no es lo mismo que el
papá o el progenitor) es una función simbólica que opera desde la ley, desde el
lenguaje, desde el pacto simbólico que los hombres establecen y respetan para
construir naciones. La función del Padre no es la voluntad de una persona, por
meritorias que hayan sido sus realizaciones en el mundo. La función del Padre
opera por la invocación de las leyes, los reglamentos o la Constitución, que
solía exhibir el difunto a la cual denominó prosaicamente “La bicha”.
Por todo ello, no existe la certeza de que
Maduro-Cabello-Jaua tengan los mismos recursos intelectuales, políticos y
materiales para sostener al régimen, menos aún a la vuelta en apenas
breves días, de un proceso electoral en
el que no podrán aprovechar la estela dejada por el expresidente fallecido, y este detalle
preocupa a Maduro porque no podrá afirmar a sus conmilitones, que hay plena
garantía del alcanzar el solio presidencial.
El Estado bolivariano que dejó el difunto generó una polarización insostenible, que
solo él era capaz de sostener y ninguno
de sus acólitos tiene el capital social del caudillo y, aunque
su memoria basta y sobra para fundar un peronismo tropical, la coalición
chavista no es invencible, pues hasta puede extinguirse.
Señor Maduro, el mito chavista puede lograr
la coalición de una izquierda que aspira a sobrevivir, pero es incapaz de
refundar un Estado según el auténtico espíritu bolivariano. Bolívar era el
símbolo de la unión sobre las facciones (“la unidad es nuestra divisa”), el
guerrero de toda la nación. El comandante no solo dividió al país, sino
también aprendió a someter a una oposición, manteniendo el favor de las masas
merced al populismo.
Y usted que se proclamo su hijo, es el fiel
heredero del negro nubarrón que amenaza el futuro de nuestro país.
careduagui@yahoo.com // Twitter:
@_toquedediana
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