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lunes, 6 de febrero de 2012

AGUSTÍN LAJE (*): EL KIRCHNERISMO, CADA VEZ MÁS CERCA DEL CHAVISMO (DESDE ARGENTINA)

Si durante la segunda mitad del siglo XX el caso paradigmático que obró de guía para el marxismo-leinismo latinoamericano fue el de la Revolución Cubana, el modelo chavista es el que obra de guía para mandatarios socialistas en lo que va del siglo XXI.

En efecto, Hugo Chávez le ha enseñado a la izquierda de la región que alguna forma de marxismo todavía es practicable, siempre que se descarte el leninismo (lectura del marxismo según la cual la revolución es imposible sin violencia y guerra civil) y se adopte en su reemplazo formas de populismo autoritario (que aseguren un progresivo control del ciudadano).

Así pues, el ejemplo venezolano no es más que una receta para hacer de un gobierno democráticamente constituido, una dictadura socialista que se va consolidando a través de mecanismos aparentemente institucionales.

La fórmula se asienta sobre siete maniobras fundamentales: desmoralización y desarticulación de las Fuerzas Armadas; destrucción progresiva de los valores tradicionales; construcción de un relato del que emerjan enemigos imaginarios; relativización de la propiedad privada y desmedido crecimiento del Estado; amordazamiento paulatino de voces opositoras; resquebrajamiento de la estructura republicana estropeando la división de poderes; reforma de la Constitución Nacional.

¿Cuáles son las razones? Pues resumidamente, que desarticulando a las Fuerzas Armadas −que históricamente en nuestros países representaron al sector contrarrevolucionario− se neutraliza el riesgo de que impidan (como en Honduras) la concreción del proceso; destruyendo los valores tradicionales, se les quita a los ciudadanos el fundamento de una rebelión; creando un relato en términos amigos-enemigos, se divide a la sociedad; atacando la propiedad privada, se reduce la libertad del individuo; amordazando a la prensa independiente y estatizando medios de comunicación, se generan condiciones de adoctrinamiento y se construye una realidad artificial; anulando la independencia de los poderes republicanos se concentra todo el poder en el Ejecutivo; y finalmente, reformando la Constitución Nacional, se intenta hacer pasar por institucional y democrático, a un proceso de suyo autoritario que pretende perpetuar en el poder a una gestión.

El orden de ejecución de cada artimaña −de vital importancia en la receta− dependerá de las circunstancias políticas y sociales de cada país, sumado a sus realidades culturales.

Ahora bien, si nos preguntáramos cuáles de estas siete medidas se han ido aplicando en la Argentina bajo el gobierno de los Kirchner, surge rápidamente que nuestras Fuerzas Armadas fueron y continúan siendo pisoteadas y perseguidas por el difunto, la viuda y todo su séquito; que los valores que cohesionaban a nuestra sociedad están al borde del abismo; que el oficialismo construyó poder en función de un relato maniqueo sobre los años `70 y utilizó desvergonzadamente con fines políticos la bandera de los Derechos Humanos; que la propiedad privada ha sido tan mancillada, que la Argentina se ha llevado los últimos puestos de los índices internacionales de libertad económica de los últimos tiempos; que la guerra contra la prensa opositora, la censura y el constante adoctrinamiento que se practica desde medios estatales se constituyen en algo de todos los días; y que elementos del Poder Judicial, lejos de mantener la imprescindible independencia, actúan como verdaderos militantes políticos archivando causas de corrupción (por ejemplo, la del tan desmesurado como injustificable crecimiento patrimonial de los Kirchner) y entorpeciendo otras que perjudiquen, aunque sea indirectamente, al régimen (por ejemplo, la causa Shoklender).

En lo que respecta a la reforma constitucional, si bien aún no se ha planteado formalmente, resulta evidente que existen intereses en activar este último mecanismo. Cabe destacar que los intelectuales rentados por el oficialismo (agrupados bajo el sello de “Carta Abierta”) ya se encuentran trabajando para instalar el tema en la sociedad. El propio Ricardo Forster, el personaje más reconocido del grupo en cuestión, dijo la semana pasada que “una reforma constitucional es un imperativo en la Argentina actual”. Por su parte, nada menos que el rockstar y vice-presidente de la Nación Amado Boudou se pronunció (por tercera vez en lo que va del año) sobre la necesidad de un tercer mandato para Cristina Kirchner a los efectos de “seguir transformando a la Argentina”.

En el año 2007 los prestigiosos escritores y analistas políticos Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa editaron el best-seller “El regreso del idiota”, donde dividieron a los países con gobiernos izquierdistas entre “vegetarianos” (sector encabezado por Michelle Bachelet) y “carnívoros” (sector encabezado por Castro y Chávez). La Argentina se encontraba, a la sazón, en el primer grupo, pero los autores enfatizaban sobre la dificultad que suponía colocar a nuestro país en tal escala.

A cinco años del aludido análisis, las cosas parecen haberse clarificado bastante: la Argentina está siguiendo con sus tiempos y a su manera la receta chavista, y todo indica que una reforma constitucional es inminente.

Nicolás Márquez 

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