Aunque sólo es un Mito, el Socialismo es un mito poderoso porque se basa en un Tabú: el de la Derecha. Si el Liberalismo Clásico toma el liderazgo ideológico de la Derecha, ésta puede recuperar la autoconciencia que le falta, el sentido de dignidad y el crédito. Todo eso lo tiene la Izquierda en el grueso de la opinión, todavía, pese a la carga de inmundicia y crimen; por eso el socialismo renace de sus cenizas, como el Ave Fénix. Hay que quitarle al Mito su máscara, lo que no pasa por esconder el liberalismo su propia identidad y procedencia; al contrario. Sin tabúes.
Trece gruesas diferencias
Cada punto describe primero a la Izquierda, y luego a la Derecha. Hilando uno tras otro, se ve que ambas “Cosmovisiones” antagónicas, cada una por su lado, en principio son internamente continuas y consistentes, lo que explica su permanencia.
1. Filosofía. La Izquierda abraza el idealismo filosófico, platonista: tiene un modelo ideal de orden social, proyectado por la razón enloquecida, y pretende someter a la sociedad entera a este diseño, estilo J.-J. Rousseau y Karl Marx. Según Sowell, es la “visión ampliada”: no cree en constricciones limitantes impuestas por la realidad; y la “visión de los ungidos”, los “progresistas”, procedentes de las clases acomodadas, que se atribuyen una superioridad intelectual y moral sobre el resto, lo cual les impide revisar sus supuestos, pese a la fuerza de los hechos y las evidencias. Creen saber lo que es bueno para la gente corriente, y se consideran autorizados para “deconstruir” primero, y luego “reconstruir” a todo el mundo según su parecer. Para ello se valen de la legislación, la educación, la propaganda y la coacción, y de la fuerza bruta cuando la creen necesaria. Es el racionalismo “constructivista” que denunciara Friedrich Hayek.
Esto no es de ahora. Platón fue un lejano antecesor del comunismo, explica Popper en La Sociedad Abierta y sus Enemigos (1945). Para Platón la mejor forma política es la aristocracia, “gobierno de los mejores”, o sofocracia, “gobierno de los sabios”, supuestos titulares de un esotérico y superior saber, e imbuidos de un claro sistema ético, muy por encima del vulgo y la masa inculta. En El Conocimiento Inútil (1988) Jean.-F. Revel recuerda los “mandarines” de la antigua China, expertos en caligrafía y ciencias, quienes controlaban el pensamiento, al igual que la moderna “intelligentzia”. Pero la Izquierda es acomodaticia: dogmática con sus propias ideas y obsesiones, de resto es relativista (niega los conceptos universales y absolutos), y nominalista (los toma por “meros nombres”, sin asidero real).
En contraste, la Derecha abraza el realismo filosófico, aristotelista. Entiende que el orden natural de la realidad misma nos impone a los seres humanos constricciones limitantes; según Sowell es la “visión restringida” de Adam Smith, Edmund Burke y Friedrich Hayek. Es objetivista: sabe que hay verdades objetivas; lo son porque se corresponden con la realidad de las cosas, y cabe descubrirlas con el uso sensato y no alocado de la razón, y para algunos también con ayuda de la Biblia, que si se interpreta de manera inteligente y no antojadiza, no contradice a la razón, y le sirve de brújula.
Como la realidad no se amolda a los preconceptos, intenciones y designios de la Izquierda, arremete contra ella. La Derecha entonces “reacciona” contra sus absurdas pretensiones, y busca poner coto, sobre todo a su violencia liberticida y destructiva, tratando de “conservar” las leyes e instituciones tradicionales, congeniales con la libertad y la civilización. Para ello apela a la razón, a las tradiciones culturales, de pensamiento y políticas, y/o a la autoridad de Dios, según las creencias de sus voceros. Defiende la familia y la educación, como canales privados para la transmisión intergeneracional del saber, cultura y valores. A la “visión del ungido”, la Derecha contrapone la visión del “hombre corriente”, (con su “sentido común”), cuya defensa asume.
2. Democracia. La Izquierda venera la democracia cuando le conviene, hace un ícono de ella, y la justifica con el viejo argumento de la “discrepancia de opiniones”: como no hay acuerdo, votemos. Esa democracia no conoce límites, y todo lo somete a los caprichos de la mayoría y de los gobernantes electos. La Derecha sostiene que los derechos fundamentales a la vida, libertad y propiedad no pueden ser cambiados, restringidos, suprimidos, vulnerados, negociados o decididos por mayoría. Justifica la democracia porque nadie es tan sabio e inmune a la corrupción del poder (Lord Acton) como para dejarle gobernar sólo por su cuna, sus conocimientos o nivel de instrucción, sin plazo fijo ni condiciones restrictivas, o sin control y revisión periódica por la gente corriente. Según Popper, es preferible sólo como método de sustitución de jefes y gobiernos sin violencia o derramamiento de sangre, a diferencia de la “sociedad cerrada”, donde el mecanismo de reemplazo es la Revolución o el golpe de Estado. Por ello la democracia es y debe ser limitada. Otras divergencias tajantes también derivan de esta oposición filosófica, trazadas en los puntos siguientes.
3. Libertad. Hay dos concepciones opuestas. La Izquierda parte de la definición del Art. 4 de la Declaración de Derechos de la Revolución Francesa (1789): “Libertad es poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás.” Es la libertad “positiva” según Isaiah Berlin, que el marxismo amplía aún más, declarando que esa libertad es imposible en medio de la pobreza que causa la “explotación” capitalista, e identificando la libertad “real” con la “liberación” del capitalismo – esa nueva esclavitud – y con un “Estado de Bienestar” que satisfaga las necesidades económicas “de todos”.
La Derecha por su parte retoma el viejo concepto hispano y anglosajón de libertad, centrado en el conjunto de garantías legales de inmunidad individual frente a la autoridad, establecido en los Fueros medievales de la península ibérica – que los liberales hispanos reivindicamos – y después en la Carta Magna arrancada a Juan Sin Tierra (1215), en la Declaración de Derechos de la Revolución Gloriosa (de 1688) en la misma Inglaterra, y en documentos similares, que basan esta libertad en fundamentos religiosos, nos guste o no.
Esta libertad de la Derecha es la libertad “negativa” según Berlin: poder actuar sin obstrucciones de otros; y no hay libertad cuando un tercero nos impide trabajar, invertir o hacer cualquier actividad. Esos “otros” o ese “tercero” puede ser otra persona, empresa o agencia particular, y para impedirlo existe el Gobierno; pero también puede ser una Iglesia oficial, o el mismo Gobierno, casos prevenidos en la Declaración de Derechos en las 10 Primeras Enmiendas a la Constitución de EEUU, estableciendo límites específicos al poder y acción de los Gobiernos en materias como libertad de expresión, de reunión, de culto, de petición, de tener y portar armas, etc. Pero la libertad tiene un precio; y es la “vigilancia permanente” (Jefferson), a través del juego de los partidos (Madison).
Los conceptos son tan dispares que hasta la comunicación se dificulta. Hoy se piensa la libertad en clave marxista, se cree que la libertad “negativa” es meramente “formal” y sólo sirve a “los ricos”. Por eso se aspira a todo aquello que el Estado promete: “derechos” a la educación, a la salud, vivienda, etc.; sin sentir ni temer que el Estado quite o pueda quitar nada. Y la permisividad ilimitada en lo sexual, transmite la sensación de que libertad abunda. Por eso la retórica liberal a favor de “la libertad” en abstracto, cae en el vacío.
Para algunos portavoces “libertarios” de hoy, la libertad es el derecho a hacer lo que a uno le plazca sin provocar daño a otros. Es la libertad “positiva” según Isaiah Berlin, estilo Revolución Francesa; no la serie de restricciones impuestas a los Gobiernos, estilo liberal clásico. Aquejados por el espíritu de la Ilustración, ellos insisten en que el liberalismo “no es de Izquierda ni de Derecha” porque se sienten ajenos a la Derecha: no participan de su cultura.
4. Historia. La Izquierda tiene una interpretación revolucionaria de la historia: basa sus exigencias en el supuesto conocimiento privilegiado de las leyes del cambio histórico, su ritmo, sus características, su sentido, dirección y destino final, que sólo poseen los “ungidos”. La Derecha tiene por su lado una interpretación conservadora: todo conocimiento de las tales leyes históricas, si es posible, y si las hay, debe servir para guardar más respeto por las instituciones heredadas.
5. Leyes. Por su sapiencia superior, los heraldos y agentes ejecutivos de la historia (esos “altos mandarines” según Jean-F. Revel) merecen el encargo de educarnos, y de escribirnos las leyes de derecho positivo, único que hay para la Izquierda, “positivista” kelseniana y reglamentista. Para la Derecha en cambio, las normas jurídicas son parte del derecho “natural”, ciertas pautas de justicia y conducta justa, de carácter general, y objetivas, conocidas desde antaño; y nadie es tan intelectual o moralmente superior como para erigirse por encima de ellas o cambiarlas.
6. Cambio Social y Progreso. La Izquierda quiere “cambio”; es “progresista”: afirma que no hay tal cosa como “naturaleza humana”. Y si la hay, es en esencia buena, y aún se puede mejorar hasta ser perfecta, incluso comenzando de inmediato y por un corte abrupto: “La Revolución”. La Derecha en cambio es conservadora porque no es ingenua: sabe que hay una naturaleza humana invariable, que no es buena – o no enteramente – ni puede mudarse al antojo de los “ungidos” o de las mayorías; y si se intenta, los resultados distan de ser perfectos, y las cosas pueden quedar mucho peores, ¡sobre todo con las “revoluciones”! Por eso los cambios han de ser graduales, “incrementales”, resultar de un riguroso y detenido examen, y tener constante seguimiento, evaluación y reajustes.
7. Sociedad, economía y cultura. La Izquierda es contractualista, imagina que la sociedad humana es pura convención arbitraria, y que las convenciones pueden cambiarse, hasta el lenguaje incluso, si hay suficientes “estudios científicos” a favor, gentes o grupos que lo exijan, y congresistas por el cambio. La Derecha es tradicionalista: sabe que los principales usos e instituciones que rigen la convivencia humana no son producto de la razón de nadie en particular, ni del acuerdo explícito (“contrato social”, Rousseau) sino de una lenta evolución histórica, y pasan de una generación a otra porque obedecen a razones objetivas, no siempre fáciles de entender para nadie, ¡y menos para los “mandarines”!
En Economía, la Izquierda es intervencionista, dirigista y controlista, fiel a sus principios filosóficos. Y la Derecha, cuando es fiel a los suyos, prefiere la “mano invisible” del mercado, que atribuye a la naturaleza, o también a la Providencia divina, según las creencias religiosas de sus exponentes.
La Izquierda se inspira en el positivismo sociológico: con Augusto Comte, cree que cultura puede y debe cambiarse a voluntad. Las leyes positivas, basadas en las ciencias sociales según el modelo de las naturales, y la educación, son los instrumentos principales de cambio cultural al servicio del Progreso, en manos de Gobiernos capaces de prever y planificar todas las situaciones, para evitar que los males ocurran, y de “desfacer los entuertos” si ocurriesen. La Derecha en cambio es anti-positivista: sabe que el conocimiento de lo social no se logra con los mismos métodos de las ciencias naturales, y que los Gobiernos no pueden “manejar” la sociedad con nuevas leyes y enseñanza planificada acorde a ellas, porque leyes y educación son parte de la cultura, el tejido de la sociedad, que no debe ser destruido; sin desmedro de ajustes necesarios, pero con orden e inteligente prudencia. Y sabe que las situaciones humanas son por naturaleza imprevisibles, ¡sobre todo para los Gobiernos!
8. Ser humano y realidad. La Izquierda es fiel a su crónico Utopismo: el Estado de Bienestar es posible y es viable; y más allá: el “Hombre Nuevo” última meta y resultado esperado de la Revolución. Por eso la juventud es la esperanza del futuro, y objeto especial de sus desvelos, atenciones y halagos, y parte esencial del Mito. La Derecha es anti-utopista: el Estado no da felicidad. No hay “hombre nuevo”, y si lo hay, no es el Gobierno quien puede “rehacer” al hombre; sólo Dios, y alma por alma, individualmente. ¿La juventud? Debe aprender de la experiencia y las lecciones de la historia.
9. Orden social. La Izquierda es “agonista-colectivista”, ve la vida como desigual e injusta lucha de clases, y le parece que ella puede identificar a las clases perdedores, a los colectivos “victimizados”. Según la moda del día serán los obreros, los pobres, los negros o los indios, o bien las mujeres, niños, animales, plantas, agua y aire del medio ambiente, o consumidores. Y sus respectivos victimarios serán los patrones burgueses, los ricos, los blancos, los varones, los padres y familiares, las industrias o comercios. Entre las clases antagónicas se interponen los “ungidos”, ingenieros de la sociedad, con sus diseños societarios, su “planificación central”, y sus sistemas de compensación.
La Derecha cree que no son siempre “los opresores”, sino las circunstancias de la vida, las que no siempre nos tratan con arreglo a criterios rígidamente igualitaristas de justicia. Pero para superar esos trances son los intercambios pacíficos y voluntarios, los contratos y negocios privados, sean lucrativos o de otra especie; todos arreglos individuales, por naturaleza, aunque forman un “orden social extenso” (Hayek), no inventado, en todo caso descubierto. Estos tratos particulares, y virtudes tradicionales como el trabajo diligente, la prudencia y el ahorro, nos permiten superar obstáculos y emparejar circunstancias desfavorables, en buena medida, desde luego dentro de las constricciones limitantes; y además posibilitan la armonía y la concordia. En caso de resultar perjuicio a otro, con algún daño real y comprobable en su persona, hacienda, o derechos legítimos a la vida, libertad y propiedad, el perjudicado puede acudir no a las agencias del Ejecutivo sino al juez. A la victimización colectiva, la Derecha opone la responsabilidad individual.
10. Igualdad. La Izquierda es igualitarista, y siempre declara buscar igualdad de resultados, o al menos “de oportunidades”. La Derecha sólo quiere igualdad de derechos, y no de cualesquiera, sino a la vida, libertad y propiedad. Eso es Estado de Derecho.
11. Poder. La cultura, las leyes, instituciones y educación actuales son “opresivas” para la Izquierda: nos atan, nos dividen en grandes colectivos, víctimas y victimarios, y nos corrompen. Por eso deben ser subvertidas, a través de la “contracultura”, primero poco a poco, y luego de golpe, para ser por fin cambiadas y sustituidas por decreto desde el poder, liberando a los “colectivos oprimidos”, por los cuales la Izquierda abriga “sentimientos de compasión”. La Derecha es anti-colectivista. Y sabe que el poder es opresivo y corruptor, y el que nos divide en dominantes y dominados si se excede; por eso debe ser celosamente vigilado. Y que el individualismo es garantía de libertad vigilante, contra los abusos de las mayorías y de los grupos de intereses especiales, no infrecuentes en las democracias. A la “compasión” estatal, la Derecha opone la justicia, acompañada de la caridad por las vías privadas.
12. Tolerancia. En este punto, como en otros, la Izquierda es bifocal. Y cínica. Es rebelde y antinomiana con las leyes y reglas éticas del libre mercado por ej., y con aquellas que aborrece, como las dictadas por las instituciones privadas para sus miembros, socios, directivos o postulantes, sus clientes o usuarios. Pero con sus propias ordenanzas de “Política correcta”, todas impuestas por y a través del Estado, la Izquierda es intolerante, legalista, sectaria, y entrometida hasta ínfimas minucias. Todo el mundo debe someterse a sus estrictos patrones legales de pensamiento, emoción, sentimiento, habla y comportamiento exterior. Pero no los mismos para todos, sino para cada clase específica de seres vivientes, por separado: las madres, los padres, los “niños y las niñas”, los “jóvenes y las jóvenes”, los viejos y las viejas, los conductores, los peatones, los educadores, los bodegueros, los fumadores y bebedores, los obreros y patrones, los vendedores y compradores, ¡hasta los perros y los gatos! Como en el Ejército: todo a Reglamento. A cada categoría su plétora de prohibiciones, restricciones y obligaciones – e impuestos – según el particular enfoque del “ungido”, conforme a la moda del día, sea clasista, ecologista, racial, “pluralista”, de buena salud o “de género”, de “seguridad” contra todo riesgo y a cualquier costo, “anti-homofóbico” o el que sea.
La Derecha no es antinomiana; enfatiza el respeto a las reglas. Pero sin ser bifocal, sabe que una cosa son reglas privadas, y otra cosa leyes para todos. Distingue entre pecados, delitos y virtudes: afirma que todos debemos tolerar creencias o conductas que desaprobamos como inmorales; pero el convivir civilizado nos obliga a “dejar hacer” (laissez-faire), sin legislar sobre ellas. Esa “tolerancia” no es “permisividad”, que implica cierta aprobación: p. ej. “tolerar” la infidelidad del cónyugue no es darle “permiso”. Pero no todas las conductas inmorales o juzgadas como tales deben ser prohibidas, ni todas las morales o juzgadas como tales deben ser obligatorias; y aunque cabe discrepar acerca de cuáles sean unas y otras, el principio se mantiene como tal. Por eso la Derecha quiere pocas leyes, mismas para todos, y en asuntos graves. De resto, como dice aún la Constitución argentina en su Art. 19: “Las acciones privadas de los hombres, que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados.”
En este punto como en otros, las diferencias se hacen teológicas a partir de cierto nivel, nos guste o no. El perfeccionismo de izquierdas revive el rigorista espíritu pelagiano (del monje Pelagio, s. V) por su énfasis en las “buenas obras” humanas, propio del católico Concilio de Trento (1545–1563), y del arminianismo protestante (Jacobo Arminio, 1560–1609); y también de la Iglesia “metodista” y la Teología de la Santidad de su fundador Juan Wesley (1703-1791). La visión de la Derecha en cambio es herencia del realismo de Agustín de Hipona (s. V), de Santo Tomás de Aquino (s. XIII), y también de la Teología calvinista y anglicana, sabedoras del carácter caído de la naturaleza humana, y de sus muchas flaquezas y debilidades, que no todas deben ser materia de legislación represiva. Y herencia de la moral “victoriana”, dispuesta a tolerar muchas conductas, siempre que fuesen en privado.
Por ahí se oye: “¡Eso es doble moral! ¡Hipocresía!” No. Todos hacemos muchas cosas en la intimidad y nunca en público, por ej. orinar y defecar, como sí lo hacen los animales. En ellos es natural hacerlo a la vista de cualquiera y así proceden, pero en los humanos no es así. Y no es hipocresía, es “pudor” (o vergüenza), compadecimiento con la humana naturaleza; y ética de una sola pieza.
Doble moral e hipocresía es la de los “ungidos”, muy tolerantes para con ellos mismos. Creen en el Estado como instrumento de corrección moral, según y conforme sus propios códigos éticos, aunque para el resto de la gente. En su “auto-indulgencia”, ellos acostumbran pasar por alto sus códigos, tan pronto les conviene, pensando que no son para ellos. A sus escuelas públicas no envían a sus hijos, sino a colegios particulares; a sus hospitales del Estado no van – aunque a veces mandan a sus padres – sino a las clínicas privadas; y las Cajas estatales de Jubilaciones no son para ellos, que tienen sus Planes privados de Retiro y contingencias.
Muchos voceros libertarios redefinen el liberalismo histórico, que prácticamente reducen a la tolerancia, la que identifican con permisividad, e incluso relativismo. Sin embargo las “Cartas sobre la Tolerancia” de John Locke (entre 1689 y 1690), aluden a la materia confesional: predican contra la unión del Gobierno a una Iglesia o Confesión en particular, establecida como oficial. Porque la tolerancia de la Derecha que el Estado no es medio de perfección moral. Tampoco es que se divorcie el poder de la Ética o los principios (Maquiavelo); es sólo que el Gobierno no está para “corregir” a nadie, sino para un piso ético pero mínimo, en torno a los tres derechos humanos naturales a la vida, libertad y propiedad. Y que los más altos ideales de perfección, cualesquiera sean, y respectivas sanciones y correcciones disciplinarias, quedan para las instancias privadas: familias, Iglesias, escuelas, empresas y demás, cada cual con su propio código, anglicano, metodista, católico, judío, mormón, islámico, masónico, rosacruz, ateo, agnóstico, deísta, filantrópico, naturista, nudista, vegetariano, abstemio, “ario puro”, feminista o el que sea. No para ser ley del Estado sino para los adherentes a cada una de las respectivas Iglesias, sociedades o clubes, sean secretos o públicos, cerrados, abiertos, “anónimos” o de otra especie.
13. Estado. Para cada problema, real o imaginario, incluso los males causados por ella misma (¡sobre todo!), la Izquierda siempre ve “soluciones” socialistas: sea con la “ayuda”, sea con el “estímulo” (y la “promoción”) o con el garrote, pero siempre a cargo de la mano visible de las agencias estatales, de preferencia el P. Ejecutivo central. Y hace de ellas su Oferta política, sin mayor examen ni evaluación de sus potenciales consecuencias, pese a su declarado amor por la “planificación”, y a su marcada obsesión por la “prevención” de todos los riesgos, reales o imaginarios.
La Derecha coherente es anti-estatista: para cada una de las “soluciones” estatistas ve los problemas. Y ve las respuestas y remedios en el tranquilo curso de las instituciones naturales o voluntarias: los mercados y el capitalismo, la familia, la educación privada y la religión. Y de las agencias estatales, prefiere las de los gobiernos locales o municipales. La Izquierda es centralista; por contraste la Derecha es municipalista y federalista.
Pero aquí las dos líneas se atraviesan y entrecruzan en muchos temas, y no es fácil seguirlas; por eso mismo, para orientarse, es básico no abandonar los criterios expuestos, y tenerlos bien presentes.
Ambas aguas se parten
Las izquierdas se dividen en cuanto a las mencionadas instituciones, los mercados y el capitalismo, la familia, la educación privada y la religión. Unas aspiran a destruirlas, como por ej. los comunistas, los terroristas árabes, las feminazis y los econazis; otras las distorsionan, falsean y subvierten, y las atan a sus intereses y propósitos, como hace el socialismo democrático con el capitalismo. Así hace también la “Teología de la Liberación” (y la Teología negra o feminista) con el Cristianismo, o el estatismo terrorista musulmán con el Islamismo.
Pero las derechas también se dividen: unas son anti-liberales, y pasando por sobre las instituciones privadas, se hacen estatistas. Usan la fuerza del Estado para proteger injusta y caprichosamente sus intereses de tribu, sean corporativos, mercantilistas, sindicales, profesionales, militares, religiosos, eclesiásticos, o los que sean; o más ingenuamente, “para proteger a la familia”, como cierta derecha religiosa. Esas derechas torcidas pactan con las izquierdas más “benévolas”. Otra derecha en cambio favorece la libertad y la libre competencia, y se mantiene erguida e intransigente en sus principios: esa “otra derecha”, es el Liberalismo Clásico.
Las confusiones son muchas, algunas propagadas a propósito, otras por ignorancia. Por ej. esos sedicentes “libertarios” que ahora admiten ser de izquierdas, al menos en eso son coherentes. Pero no lo son muchos de esos “anarco-capitalistas” y liberales “Ni derecha ni izquierda”, marxistas culturales que leyeron a Mises, pero saltando la parte donde dice “sin Gobiernos fuertes pero limitados” no hay mercados libres de violencia y fraude, ni respeto a la vida, libertades y propiedad. Leyeron a Hayek, sobre el orden social “extenso”, pero no donde dice que es “espontáneo” porque no requiere diseño, no porque no requiere Gobierno. Pretenden ser “lógicos y consistentes” aspirando a unos “gobiernos de libre mercado”, sin entender que muchas instituciones sociales, culturales, jurídicas y políticas son “meta-mercado”, precisamente porque sirven de soporte y protección al libre mercado.
Por lo general los “ancaps” son ateos o agnósticos; pero ese no es el problema; es la terca negativa de muchos a reconocer los evidentes y estrechos lazos entre la religión organizada y la defensa eficaz de las libertades individuales, que claramente admitieron Marx y Engels para dedicarse a romperlos, y a batallar contra el capitalismo y a la vez la herencia judeo-cristiana. La religión sólo puede oprimir cuando se ata no a la política sino al Estado, y por eso el estatismo busca erigirse en una religión, que será la más opresiva y asesina de todos los tiempos, si no la detenemos.
El futuro de la Derecha
Algunos suponen que la cuestión religiosa hace imposible un consenso entre los creyentes y los libertarios ateos, agnósticos o indiferentes. Sin embargo, este “fusionismo” constituyó el programa político de William F. Buckley Jr. y su semanario National Review, principal motor que sacó al Liberalismo Clásico usamericano de su virtual ostracismo en los ’50.
En ese mismo consenso piensa por ej. Llewellyn Rockwell, Presidente del Instituto von Mises. Muy aventajado discípulo del legendario Murray Rothbard, y mentor del Senador Ron Paul, es anarco-capitalista pero serio, y católico profeso, y en su Portal en Internet, reconoce ampliamente el vital aporte del Cristianismo a la tradición histórica del Liberalismo Clásico, y el potencial a futuro, al igual que buena parte de sus contribuyentes, académicos de primera línea, periodistas y políticos destacados, muchos creyentes, otros no.
En la Hispanosfera tenemos a Esperanza Aguirre, y a “Libertad Digital” desde el 2000. Sus colaboradores abarcan un amplio abanico que va desde el anarcocapitalismo y el liberalismo clásico a posiciones conservadoras; muchos de ellos católicos, protestantes o judíos.
También algunos piensan que el talante conservador de la Derecha, su preferencia por el progreso evolucionario y los cambios lentos e “incrementales”, y su desconfianza hacia las “Revoluciones”, le veda impulsar un movimiento por un cambio tajante, tras una propuesta de ruptura y abrupta discontinuidad con las condiciones presentes. Pero la gente de Libertad Digital y LewRockwell.com no piensa de ese modo. El historiador César Vidal, protestante y español, recuerda siempre que el primer rey decapitado en defensa de las libertades fue Carlos I de Inglaterra, juzgado y ejecutado 1649 por los “puritanos”, mismos que motorizaron la Revolución Gloriosa de 1688. Y hoy el Tea Party en EEUU convoca a “repetir la Revolución Americana de 1776 en nuestros días, retornando a sus mismos principios”.
El TP, como los líderes de LD en España, nos avisa que la Izquierda ya ha hecho casi por completo “su” Revolución, que a diferencia de la Astronomía, en Política es un giro o vuelta no de 360 grados – lo que llevaría al mismo punto de partida, como los cuerpos celestes en sus órbitas – sino de 180. Desde hace más de 50 años a la fecha, la Izquierda ha alterado sus países desde la fisonomía hasta la médula, de una forma tan profunda y extendida, que los hace irreconocibles. Por tanto requieren un viraje radical en sentido contrario, para evitar hundirlos en el Tercer Mundo.
Tea Party: ¿una “Revolución” de derechas?
El TP no es anti-político sino contra la presente clase política estatista, y propone la vuelta a la filosofía constitucional original de EEUU. (¿”Retornismo”?) Con sus protestas callejeras gana visibilidad, prensa y crédito, así como difamación, calumnia y distorsión por parte de sus enemigos. No sin fricciones, conviven herederos de la “Vieja Derecha” aislacionista, conservadora y cristiana – no son los guerreristas “Neocons” tipo Bush padre e hijo – con típicos libertarios “fumones” y relajados en costumbres y estilos de vida, pero enemigos del estatismo. Después de todo, en el movimiento de 1776, ignitado por el “motín del té” del primer Boston Tea Party de 1773, también cooperaron “puritanos” con masones, deístas, escépticos y “librepensadores”.
Otra cita, la última, antes de terminar. De Walter Block, autor que es ateo y “ancap”, y es “ni Derecha ni Izquierda”, y sin embargo apoya a los candidatos del TP. Escribe:
“Yo rechazo la religión como ateo, porque no estoy convencido de la existencia de Dios. Y más allá; no soy agnóstico: estoy convencido de su no existencia. Pero como animal político, abrazo la institución por ser un baluarte contra el totalitarismo. Quien quiera oponerse a las depredaciones estatistas, no puede, sin el apoyo de la religión. La oposición anti-religiosa, aún por razones intelectuales y sin pretender ser política, implica no obstante de hecho un apoyo al estatismo.”
El TP nació contra la Ley de Estabilización Económica del 3 de Octubre de 2008 (Bush), y la Ley de Reinversión y Recuperación del 17 de Febrero de 2009 (Obama); contra los impuestos, las guerras, los rescates bancarios, el exceso de gasto estatal, y la Reforma del Sistema de Salud. A través de Blogs y de las redes Facebook, Twitter y MySpace, se transmitieron los íconos libertarios del siglo XVIII. Y el TP no es anti-partido: participaron exitosamente en las primarias republicanas de Septiembre de 2010, y en las elecciones de Noviembre de ese año para el Congreso.
Integridades
Luego de tantas diferencias, ¡una semejanza! Es el requisito de integridad, necesario para conseguir con éxito los respectivos fines, aunque son muy diferentes. La Izquierda tiene un cuerpo ideológico macizo y robusto, que no puede descuartizarse sin riesgos. Eso lo saben los socialistas coherentes, por eso los regímenes comunistas más duraderos son los que se mantienen intransigentes, incólumes a punta de pistola, alambres de púas (o cercas electrificadas), y mastines vigilantes bien entrenados, como sus propietarios. Porque la violencia forma parte inseparable del “sueño”, como en Cuba y Corea del Norte. Pero no sólo eso; hay algo más: también se mantiene el socialismo ejerciendo violencia en las mentes a través de la “educación pública” (indoctrinación) desde la niñez, y de la propaganda masiva mentirosa, insistente y apremiante. Es el método de Joseph Goebbels, y del Marxismo cultural de Antonio Gramsci, Luckacs, Horkheimer, Marcuse y la Escuela de Frankfurt. Y de la menos conocida Escuela de Birmingham o de los “estudios culturales”, fundada por Richard Hoggart en 1964.
Es riesgoso para la Izquierda bajar la guardia. Al menor descuido, por ej. en los ’90, aparece una Margareth Thatcher como en Inglaterra, un Ronald Reagan como en EEUU, o una fuerza conservadora medianamente consistente como en Suecia, ¡y se arruina la fiesta! a lo menos por un tiempo.
Con la Derecha igual, sólo que la violencia no está en el Menú. No hay que usar pistolas ni soldados armados, sino el cerebro, un instrumento más delicado y sensible, pero más eficaz cuando se usa bien. Porque muchas cosas se requiere entender, y la primera es que el cuerpo ideológico de la Derecha es igualmente macizo y robusto, y no puede desintegrarse sin riesgos.
Un conservador cultural puede decir “El Estado debe intervenir en la Economía”. Pero si se les permite a los Gobiernos manipular y controlar la producción y el comercio de bienes y servicios, y decretar impuestos a mansalva además de regulaciones, entonces los socialistas, en el poder y con los bolsillos llenos, de inmediato se adueñan de la educación, las artes, los medios y la cultura. Y pronto desaparecen los valores y principios tan caros a los conservadores, comenzando por la ética laboral “protestante” – en realidad, judeocristiana – y siguiendo con los tradicionales valores familiares. No queda rastro ni memoria de ninguno de ellos.
De igual modo, un liberal puede decir: “Yo defiendo la economía de libre mercado, aunque no soy conservador cultural”. Pero eso es ignorar sobre qué piso y cimiento están paradas esas libertades económicas, que se esfuman tan pronto se pierden los buenos y viejos valores y principios que las sustentan, como bien saben los marxistas culturales, dedicados día y noche a “deconstruirlos” y subvertirlos.
“Las ideas tienen consecuencias” es un libro (1948) de Richard Weaver, sobre las transiciones ideológicas en filosofía, religión, ciencia, sociedad, política y artes. Propone “el uso correcto de la razón” en lugar de la intuición, para enmendar errores y catástrofes, no causadas por deterministas biológicos o de otro tipo, sino por malas decisiones, meramente ideológicas y no realistas. Combate “la disolución de Occidente”, cuyas elites abandonaron las ideas fundacionales para abrazar el idealismo, el nominalismo, el intuicionismo, el sentimentalismo existencialista y el relativismo. Propone la aceptación de la realidad, reconociendo que las ideas, como las acciones, tienen consecuencias.
Desde hace tiempo en EEUU y Europa, la palabra “liberal” significa socialista. ¿Por qué? Por ciertos pensadores no muy consecuentes, como Friedrich Hayek, quien se negaba a reconocerse conservador, pese a denunciar, de modo valiente y magistral (Road to Serfdom, 1944), aquella masiva migración ideológica hacia la Izquierda de políticos liberales igualmente inconsecuentes. Esa “larga marcha” se inició a fines del s. XIX., y siguió a velocidad crucero; medio siglo después, para los años ’30, ya la mayoría había llegado a su destino: el New Deal. Ya era muy tarde para “reaccionar”.
Los liberales clásicos tenemos enemigos: las izquierdas, todas. Tenemos adversarios: las derechas antiliberales, como las mercantilistas o corporativistas, sindicalistas, militaristas y autoritarias en general, y las derechas religiosas estatistas. Pero también tenemos malos amigos: los liberales inconsecuentes. Así y todo, no son mayor problema; el problema, y grave, es no entenderlo.
¿Y ahora qué más?
Las diferencias entre los dos hemisferios políticos son abismales; la distancia es sideral. No es cierto que “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” como dice el título de un libro popular; pero sí es cierto que Izquierda y Derecha son dos planetas distintos – quizá dos galaxias – y los seres venidos de una y otra difícilmente puedan entenderse, ya no congeniar, al menos políticamente.
Son opuestos y contrarios; las diferencias son entre civilización y barbarie. ¿Qué hacer para salvar a la primera de las garras y dientes de la segunda? Pues pasar el mensaje, por empezar. Describir las diferencias en lenguaje eficaz: llano, con palabras corrientes, e ilustrarlas en colores vivos, y si cabe, ponerles sonidos estridentes. Con ejemplos y casos, con números, con chistes y pullas, con nombres y apellidos. Con drama y comedia. Y consignas.
Que entienda el mensaje la gente corriente: los damnificados del estatismo, los parasitados, no sus parásitos. Los que pagamos toneladas de impuestos para todos los “mantenidos” del estatismo que con impuestos y trabas nos impiden a los empresarios hacer empresas, hacerlas crecer y hacer empleo. Y a los no empresarios, nos impiden contar con buenos puestos de trabajo como gerentes, trabajadores y obreros, sin tener que emigrar. Para todos es el liberalismo clásico; y muy especialmente, para los más pobres. Sólo hay que saber trasmitirlo eficazmente, para lo cual se requiere familiaridad con el mensaje liberal genuino.
Rehabilitar a la derecha liberal denunciando a toda la Izquierda, pero también a la mugre en casa: la derecha mercantilista mañosa, torpe y fraudulenta, vergüenza de la familia. Las izquierdas desmarcan entre ellas: autoritarias y democráticas, religiosas y laicas, etc.; así su Menú luce muy variado, y se ofertan muchas más opciones. No les va mal así. Si esos deslindes exitosos hacen las izquierdas con sus mentiras, ¿por qué las derechas no podemos deslindar, con las verdades?
La pregunta es: ¿por qué razones un liberal clásico tiene que horrorizarse ante el “riesgo” de ser asociado con “la derecha”, reforzando así la legitimidad de la izquierda? Sólo puede ser por estar poco informado, por importarle un bledo la acción política – o su eficacia – o por conservar cierto cariño a la Izquierda. O todo a la vez.
La Derecha no ha muerto; está de parto.
Aunque sólo es un Mito, el Socialismo es un mito poderoso porque se basa en un Tabú: el de la Derecha. Si el Liberalismo Clásico toma el liderazgo ideológico de la Derecha, ésta puede recuperar la autoconciencia que le falta, el sentido de dignidad y el crédito. Todo eso lo tiene la Izquierda en el grueso de la opinión, todavía, pese a la carga de inmundicia y crimen; por eso el socialismo renace de sus cenizas, como el Ave Fénix. Hay que quitarle al Mito su máscara, lo que no pasa por esconder el liberalismo su propia identidad y procedencia; al contrario. Sin tabúes.
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