Las políticas públicas sobre ciencia están orientadas a destruir lo que tenemos y reemplazarlo. El reemplazo sería por una mal definida "ciencia útil revolucionaria". El daño que se ocasiona al país es inmenso.
Poco a poco se ha ido incorporando en el pensamiento consciente de mucha gente, la idea de que la ciencia es algo importante. Las razones son muy diversas, pero casi todas están relacionadas con una vaga idea de que la ciencia puede ayudar a que la gente viva mejor. La simple noción de que "la ciencia nos puede ayudar a todos" se ha convertido en un concepto con arraigo popular.
Gente con mejor preparación sabe también que los mismos conocimientos que pueden ser utilizados para el bien común pueden ser empleados con propósitos destructivos. Quizás el ejemplo más conocido sea la energía nuclear, pero muchas de las cosas que nos rodean, como el láser y las técnicas de manipulación química y biológica de la materia pueden ser empleados para matar mejor y más rápido. Es decir, hay un problema ético y moral con el uso del conocimiento y no solamente con su producción.
La expectativa de que la ciencia nos puede ayudar a vivir mejor crea una serie de exigencias políticas y sociales sobre los científicos y las instituciones públicas y privadas que financian la actividad científica. De hecho, la comprensión que existe en los países desarrollados sobre la importancia de la ciencia para mantener el liderazgo mundial de esos países hace que el asunto del financiamiento y la promoción de la actividad científica sea un asunto de importancia nacional. Por otro lado, ya se entiende también que la ciencia y sus parientes cercanos, la tecnología y la innovación, son elementos claves para salir de la pobreza porque impactan el corazón de las actividades económicas que es la generación de valor. Es decir, la ciencia es un asunto social y económico que va mucho más allá de sus practicantes.
Un elemento clave en mantener la vitalidad científica de una sociedad es cuidar que las nuevas generaciones puedan acceder al conocimiento científico que poseen las generaciones más maduras. Ello se logra a través de la educación y la investigación. La educación superior perece sin la práctica de la investigación porque no se puede enseñar lo que no se sabe ni se practica.
¿A qué viene esta larguísima introducción sobre cosas que deberían forman parte del bagaje intelectual de cualquier persona razonablemente culta? Intento poner en perspectiva la precariedad de las políticas públicas que en la práctica están aplastando a la ciencia venezolana. No es solamente que todas las decisiones están politizadas, sino que el sentido de esas decisiones es difícil de discernir excepto si se usa como brújula la convicción de que el gobierno pretende destruir lo que existe de ciencia en Venezuela para crear una suerte de "ciencia revolucionaria" o mejor dicho de científicos dóciles y obedientes ante el poder. Las pruebas de que esta es la interpretación correcta abundan y, de hecho, confirmarían lo que gente como Alonso Moleiro ha afirmado en repetidas oportunidades: la tendencia ideológica más influyente en el gobierno, cuando no se trata de simple piratería, desorden y resentimiento, es una suerte de guevarismo irredento. Hay que leer los discursos del Che Guevara sobre la necesidad de demoler la universidad cubana y crear otra a la medida del "hombre nuevo" para entender con claridad lo que pretenden nuestros iluminados tropicales.
La más reciente emboscada contra los "científicos burgueses venezolanos" es el Programa de Estímulo a la Investigación. Para entender porqué el asunto es tan grave hay que pasearse por la naturaleza del trabajo científico, no importa en qué entorno político y social, y la forma en que se reconocen jerarquías dentro de la comunidad. Tomemos un caso más fácil de entender: Imaginemos que Gustavo Dudamel, nuestro celebrado y joven maestro, sea sometido a un proceso de revisión curricular por gente que no entiende de música; que le pide una justificación sobre la utilidad social de la música y que lo somete al escarnio de verse equiparado con gente cuyo conocimiento musical no excede las notas del Compadre Pancho, pero que lo adquirió de modo espontáneo, sin estudios. Pues por absurdo que parezca, así se ha hecho la evaluación de los científicos venezolanos. Por supuesto que uno puede cuestionar si todos los científicos están al nivel de Dudamel en sus respectivas carreras, pero el hecho es que se necesitan decenas de años de estudio para trabajar en investigación. Unamos al irrespeto en la evaluación el hecho de que la asignación monetaria asociada al premio es vergonzosamente menguada, pero que representa una contribución importante a los salarios de hambre universitarios, y estaremos comenzando a entender el enorme malestar que existe en la maltratada comunidad de científicos.
En la práctica se están creando todas las condiciones para que la gente exhausta y humillada se retire del quehacer científico o se largue a otros sitios donde gente menos pequeña dirija los destinos del país. Si al menos los científicos revolucionarios estuvieran bien preparados, el asunto sería solamente lamentable y mezquino pero no destruiría la capacidad del país para salir de la pobreza. Lo peor del caso es que el fracaso estruendoso de la nueva universidad chavista es la mejor evidencia de que las cosas no se pueden, no se deben, hacer como se están haciendo. Por lo pronto, los venezolanos les debemos estar agradecidos a quienes dentro y fuera del país mantienen viva la llama del conocimiento frente a tanta sevicia.
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