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sábado, 15 de octubre de 2011

JUAN ANTONIO HORRACH MIRALLES: SOBRE EL CONCEPTO DE CIUDADANÍA, HISTORIA Y MODELOS. UNIVERSIDAD DE LAS ISLAS BALEARES (ESPAÑA) CUARTA PARTE

2.3. EL COSMOPOLITISMO ESTOICO
En los últimos tiempos ha cobrado cierta relevancia, en la cuestión de la ciudadanía, el estoicismo griego y romano (desarrollado en tres etapas distintas, que podemos situar en el 300 a.C., en el 100 a.C. y en el 100 d.C.).
Su propuesta cosmopolita sólo desde hace relativamente poco se está considerando y estudiando seriamente como la base teórica de una propuesta sobre la ciudadanía adaptable a nuestra contemporaneidad. En ocasiones se ha citado a Diógenes el Cínico como uno de los impulsores del estoicismo político, sobre todo por su máxima “soy cosmopolita”, aunque en ella había más de crítica a los localismos que de defensa de un modelo positivo.
Tal vez sea Zenón de Citio (que vivió, aproximadamente, cerca del 300 a.C.) el principal impulsor de un proyecto de ciudadanía cosmopolita que englobaba ética y política, y cuya idea iba más allá de los límites legales que funcionaban en la política de ese momento.
La fraternidad universal, en el modelo estoico, debía estar por encima de diferencias concretas; el motivo: todos los seres vivos participan por igual del “alma del mundo” y de una misma razón (koinos logos). Por ello, la humanidad vendría a ser un mismo cuerpo, de forma que el destino de cada hombre se encontraría unido inextricablemente al del resto. Las diferencias humanas, de tipo cultural o racial, bajo esta óptica, son relativizadas y trascendidas por un orden cósmico que lo unifica todo. Lo que une se pone por encima de las diferencias, y se juzgan éstas como rasgos artificiales adheridos a lo que es esencial. Esta consideración con el todo hace que la ética estoica sea particularmente respetuosa y no excluyente; también tiene su directa conexión con la política, pues, al ser considerados los hombres como iguales, se permite que todos tengan los mismos derechos. En consecuencia, conceptos como el de patria son relativizados por el estoicismo; la única patria verdadera sería aquella que no implica fronteras, la que no separa en sentido conflictivo. La especie humana es la referencia primera, significa el punto de partida para toda argumentación, ya sea política o moral. Estos principios, muy originales en su momento, constituyeron una auténtica revolución moral, jurídica y política.
La elaboración moderna que se ha hecho del estoicismo ha provocado el desarrollo de una idea de ciudadanía mundial que pone en cierta manera en cuestión el poder del Estado. El monopolio del bien, el eje de toda decisión política, ya no lo poseen los Estados, de modo que el marco de legitimidad se amplía a niveles mundiales.
Se rompe así, en cierta forma, con la premisa aristotélica que consideraba que el hombre únicamente puede pretender alcanzar la areté dentro de los límites de la polis. El Estado es importante, y también lo es la propia individualidad, por ejemplo, pero para el estoicismo lo prioritario es la humanidad en sentido general.
La meta buscada por el estoicismo, en lo que respecta a su versión romana, es la de la res publica universalis (comunidad universal de derechos, cf. Rubio Carracedo 2007), que sería la única que permitiría una completa realización del ser humano. La idea estoica de ciudadanía englobaría la ley natural y el derecho civil en su proyecto de ciudadanía universal (kosmopolites). De hecho, en este modelo se da una doble ciudadanía, la de la comunidad cercana y la comunidad universal, y eso no tendría porqué generar problemas de pertenencia o fidelidad; todo forma parte del círculo, y, por ejemplo, a nivel local se da una comunidad política, que es trascendida por una comunidad moral general; la pretensión es que la comunidad global de corte moral alcance un desarrollo pleno en el marco político. Se trata de la tesis llamada “de los círculos concéntricos” (atribuida a Cicerón): el primero rodearía la identidad del yo; el segundo al entorno familiar; el tercero a la comunidad local; después vendrían las comunidades regional, política, continental y, al final, la mundial, que sería la culminación del proceso. La dinámica está clara: “hay que llevar los círculos hacia el centro” (Heater 2007).
Uno de los autores más relevantes para el estoicismo fue nada menos que el emperador romano Marco Aurelio, cuyas máximas se reunieron en su obra Meditaciones. Escribe: “mi ciudad y mi patria; como Antonio que soy, Roma; como hombre que soy, el mundo” (Heater 2007).
Otro autor conocido, Plutarco, afirmaba que deberíamos considerar “a todos los hombres conciudadanos de una misma comunidad” (Heater 2007).
2.4. Transición hacia la modernidad Hasta épocas bastante recientes no encontramos en absoluto que el tema de la ciudadanía haya tenido una importancia tan decisiva. Tras Grecia y Roma, ámbitos en los que la ciudadanía estructuraba fuertemente de una o de otra manera la vida cotidiana, en el mundo medieval prácticamente desaparece.
La caída del Imperio Romano acabó en la práctica con la ciudadanía, pues la autocracia bizantina no le dio margen de maniobra; también, los pueblos bárbaros que conquistaron Europa se romanizaron progresivamente y adoptaron la fe cristiana.
Al abandono de la ciudadanía corresponde el olvido de la idea de democracia, que, tras el experimento griego, es sustituida por otros modelos políticos menos igualitarios. A pesar de ello, la idea esencial de ciudadanía nunca pudo ser erradicada y permaneció hasta que, ya en épocas más recientes, fue redimensionada y puesta de nuevo en funcionamiento teórico y práctico. Otra dificultad importante para la cuestión estribaba en que el concepto de Estado, que era una invención también grecorromana, había desaparecido como tal.
2.4.1. Cristianismo y ciudadanía

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