Desde el estrepitoso fracaso del comunismo a fines de la década del `80 a esta parte, la izquierda ha dedicado especiales esfuerzos dirigidos a modificar su ropaje discursivo. En efecto, morigeró o desechó de su retórica numerosos conceptos que remitían al marxismo más oxidado, e incorporó nuevos vocablos que le inscribían la protección de lo “políticamente correcto”.
Así pues, una de sus etiquetas preferidas es la de “progresistas”, y ha sido monopolizada con tanto vigor por estos sectores, que el subconsciente colectivo suele realizar una asociación directa, una suerte de igualación errada, entre “progresismo” e “izquierdismo”. Para mucha gente, de hecho, constituyen sinónimos.
¿Pero qué es realmente el “progresismo”? Se trata de un concepto un tanto difuso, que remite al “avance”, a lo “novedoso” y al “cambio”. La izquierda lo ha apropiado montando un astuto embuste: que el cambio en sí mismo implica progreso. Sin embargo, el cambio conduce a la superación de un estado o circunstancia determinada, en virtud de su contenido y no de su mera condición de “novedad”.
Tal engaño ha tenido por resultado una notable paradoja: quienes se autocalifican de “progresistas” en nuestro país (es decir, los izquierdistas), son en rigor de verdad los defensores de los modelos más retrógrados y atrasados del mundo.
Luego, sus ideas relativas a la necesidad de un mega Estado paternalista, su desprecio por los derechos individuales, la apología de la servidumbre y la idolatría del colectivismo (al estilo de las tribus prehistóricas) que caracteriza al sector ideológico de marras, remite no al progreso, sino a lo más arcaico y rupestre de la reseña humana.
En virtud de lo antedicho, es natural que los mal llamados “progresistas” reivindiquen y se deslumbren por regímenes dictatoriales como, por ejemplo, el de Fidel Castro o el de Hugo Chávez. Tales modelos de sometimiento, retraso y pobreza (sólo posibles mediante la represión sistemática y la anulación del hombre en tanto ser libre e independiente) implementados por éstos, en definitiva, son la realización práctica de las ideas que aquellos.
¿No será tiempo de devolverle el verdadero sentido terminológico al “progreso” y despojarles a los izquierdistas (verdaderos exponentes de lo retrógrado) tamaño rótulo?
(*) Agustín Laje tiene 22 años, es estudiante de Ciencia Política, miembro de la Red de Escritores Latinoamericanos “Plumas Democráticas” y autor del libro “Los mitos setentistas”.
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