En momentos de escribirse estas líneas, todavía Hosni Mubarak es presidente de Egipto. Todavía Omar Suleiman es vicepresidente, aunque tan fresquito que no debe saber cuál es el botón para pedir café. Todavía el parlamento está en funciones. ¿Todavía?
Ahora bien, decir que Mubarak se va a ir, por las buenas, por las malas o por las peores, es una perogrullada. Decir cómo y cuándo, ya es más difícil. Y decir cómo quedará Egipto cuando este capítulo inicial termine; qué pasará en el complejísimo mundo islámico y en el no más simple mundo árabe; cómo repercutirá en ese subcontinente que llamamos Medio Oriente, y cómo terminará todo, eso es tarea para Isaías, Mandrake, Gandalf y Nostradamus, todos juntos.
¿Entonces? Entonces, si no podemos predecir qué va a pasar, es lícito, en cambio, aventurar qué puede pasar. Eso sí, pensando en voz alta, con el desorden de siempre.
Por lo pronto, la famosa teoría del dominó, tan cara a Foster Dulles, ya empezó a materializarse en Túnez, donde una auténtica rebelión popular, que no necesitó de líderes carismáticos ni de irredentismo alguno, defenestró al presidente Ben Alí. Y si el levantamiento tunecino fue relativamente moderado, casi pacífico, el egipcio no sólo no lo es, sino que de cómo se encamine de ahora en más dependerá cómo seguirán los movimientos que ya están en marcha en toda el Africa cissahariana (excepto Libia y Marruecos, al parecer, hasta ahora), en Jordania, Siria y no sé dónde más.
El Cairo es, hoy, una granada que todavía, con mucho tacto y mucha suerte, puede ser desactivada. Y más vale que lo sea y pronto, porque cuando una granada estalla, no es ella sola lo que se rompe. No olvidemos que esa capital encierra (no cabe otra palabra) unos 20 millones de habitantes, casi la mitad de toda la población argentina.
Algunos comentaristas ya ven en este Egipto de 2011 otro Irán de 1979. No digo que no vaya a suceder, no lo sé, y cruzo los dedos para que no suceda, porque sería mucho más grave. Pero creo que hay diferencias importantes. En Irán, el movimiento empezó desde arriba, y desde un "arriba" muy especial, porque fue el caso más flagrante de papo-cesarismo de los últimos siglos. Fue un movimiento religioso (o con excusas religiosas) dirigido del principio al fin por clérigos, y que instaló la única teocracia de nuestros días, como que la última palabra y el poder absoluto e indiscutible de veto los tiene un clérigo.
HERMANDAD MUSULMANA |
Un hecho de la historia reciente ayuda a despejar la confusión que aqueja a buena parte del gran público. Muchos oyen "árabe" y piensan "musulmán", y viceversa (hay muchas razones que fundamentan esa confusión, pero el tema merece una nota aparte). Pero resulta que los países donde hay mayor cantidad de musulmanes no son árabes: piénsese solamente en Indonesia, Paquistán, Bangladesh, Turquía, Irán, todos los que formaban el "bajo vientre" de la vieja URSS, Filipinas, Nigeria, los ciento y pico de millones que hay en la India.
La guerra Irán-Irak puso las cosas en su lugar. Tanto Teherán como Bagdad, sobre todo cuando la contienda no parecía favorecerles, pidieron a gritos la colaboración de los países de la región. Con una diferencia que muy pocos vieron en su momento: Saddam Hussein apelaba al panarabismo contra el milenario enemigo persa; Khomeini intentaba crear un panislamismo contra el laicizante y apóstata líder iraquí. Con pocas excepciones (Siria, y sólo a medias), Hussein obtuvo más apoyo. Otro detalle: Irán es abrumadoramente shiíta, y esperaba contar con el apoyo del shiísmo iraquí, que es muy importante; por algo su contraofensiva se llamó "operación Kerbala", porque allí murió el hijo Alí y Kerbala queda en Irak. Y el resto de los países árabes es sunnita. Pero esto también es otra historia, como diría Kipling.
Todo muy lindo (se dirá), pero ¿qué tiene que ver con Egipto y "su circunstancia", dicho esto en sentido orteguiano. Muy sencillo: en aquel entonces, la diferencia religiosa fue un factor determinante para que la guerra quedara circunscripta. Pero hoy no hay tal cosa. La revuelta egipcia es, esencialmente, no-religiosa: la gente está harta de la corrupción, de vivir mal, de la pobreza, y tiene otras mil apetencias tan legítimas como esas. Pero si la Hermandad Musulmana, o algún "iluminado" de esos que nunca faltan, consigue que el Islam "informe" (dé forma) a todo ese hervidero, no veo dónde está el telón de seguridad que impida que ese fuego se propague hasta... No quiero ni pensar hasta dónde.
Y todavía queda fuera de foco alguien que tiene "cierto" interés en el desarrollo de este drama: Israel. ¡Ah! ¿Israel? Seguramente, estará pasando el plumero a sus aviones, por las dudas.
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* Juan Arida es periodista retirado. Fue editorialista de "Clarín" y secretario de redacción de "El Economista". En ambos, columnista de política internacional.
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