Para el momento en que se escribe este artículo parece cantada la eyección de Hosni Mubarak. Quizá cuando salga publicado, el antiguo dictador y aspirante a la perpetuidad será historia. Si esperaba ser recordado como una versión reencarnada del faraón guerrero Ramsés II, probablemente la dura realidad prefiera reducirlo a las dimensiones de un autócrata sin gloria ni poder. Una sombra de la estirpe de Duvalier o Zelaya.
Se ha formado un amplio frente con el virtual respaldo del ejército, disparado hacia la democracia bajo el impulso de la unidad de todas las corrientes, conforme al principio de que ``quien más saliva tenga más harina trague'', que es la piedra angular de la alternabilidad pacífica. El proteico movimiento se está dando una dirigencia plural. Si se mantiene la democracia vencerá; si se rompe, el desastre estará a la vista. Pero dando por supuesto que el asunto siga por el carril adecuado, la onda expansiva puede ser incontenible en el Medio Oriente e incluso en el planeta. El siglo XXI habrá creado su marca, su modelo, distanciándose de algunos distintivos esenciales del XX sobre todo por volver a hacer de la democracia una causa movilizadora de millones.
Desde el pasado siglo la fuerza más dinámica ha sido el Islam. Samuel Huntington popularizó la teoría del choque de civilizaciones. Por atractivo que pudiera ser semejante enfoque, pronto quedó desmentido. En el Estado territorial conviven diferentes culturas y etnias unidas en un determinado espacio geográfico. En cambio el Estado-nación supone un agregado cuyo cemento es la cultura, la lengua, la religión. Buscando una supuesta unidad nacional basada en la raza, los nazis se sintieron autorizados a invadir a Europa. Las fronteras eran para ellos unos artificios que separaban identidades culturales.
El Estado territorial es una premisa de pluralidad que congenia casi naturalmente con la diversidad democrática. Fue ese el modelo que prevaleció desde el siglo XVI. Según algunos comenzó a decaer después de la disgregación del imperio soviético, porque en el vacío muchos pueblos comenzaron a reencontrarse con base en identidades culturales. Lo notable de los acontecimientos de Egipto es que no se enfatizan las separaciones religiosas sino la democracia. A diferencia de una fuerza social homogénea de carácter religioso, la democracia es abierta y en esta revolución se evidencia la auspiciosa sociedad territorial-cultural. El punto es tolerarse: es lo que pudiera demostrar este proceso. Solo he dicho ``pudiera'' porque también es verdad que tanto en el Islam como en la democracia se agitan grupos pugnaces cuyo fanatismo puede resultar fatal.
¿Predominarán los fundamentalistas? No se descarta, pero tampoco es un destino escrito, entre otras cosas porque la Hermandad Musulmana asume la moderación y El Baradei y otros líderes son genuinamente democráticos. Más sutiles pero no menos peligrosos pueden ser los fundamentalistas laicos. Marshall distinguía tres grados de ciudadanía: la de los derechos, ciudadanos más bien pasivos aunque protegidos por el ordenamiento jurídico; la política, interesada en participar en la gestión pública y en el debate ideológico. Y la tercera, la ``social'', término frecuentemente manipulado, pero justificado habida cuenta del deber moral de ocuparse de los problemas de inmensas masas humanas. Entre el ciudadano pasivo, el político y la preocupación social se demarcan tendencias dentro de la ciudadanía que pueden desencadenar tormentas.
Pero el antídoto es el mismo: más y más democracia. Henry Lefebvre dijo incidentalmente, tal vez sin medir totalmente el alcance de sus palabras, que prefería hablar de ``movimiento hacia la democracia'' antes que de democracia a secas. Y efectivamente, si la democracia se estanca, se degrada porque es un movimiento permanente hacia un modelo ideal nunca plenamente alcanzable porque las aspiraciones subjetivas del ser humano se multiplican con el desarrollo.
Por eso, cuando el pobre vicepresidente venezolano Elías Jagua asegura que Chávez ``no saldrá nunca del poder'', lo que está es dándose aliento. El diablo --Elías-- ciega a quien quiere perder.
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