Una revolución no dialoga con el enemigo; sólo lo hace por una de dos razones: como finta para marearlo o cuando está debilitada y busca ganar tiempo para superar el soponcio. Entender la reciente maroma de Chávez es esencial; anda en una nueva campaña política dentro de la cual la dimensión electoral juega un papel, tal vez no tan esencial como se cree.
Hacer de tripas corazón. Sin duda el régimen ha estado severamente golpeado en todos los terrenos. En términos políticos, perdió la batalla de opinión sobre quién ganó las elecciones del 26 de septiembre pasado; se impuso la tesis de una oposición gananciosa con el respaldo de 52 % del voto popular. En términos económicos la debacle de la economía venezolana es única en América Latina con la compañía del país más pobre de la región, Haití. Han hecho de las suyas la inflación, la devaluación, el desempleo, el cierre de empresas, y el intento de sustituir las leyes de la economía por el rebenque del caudillo. En términos sociales, el crimen, la protesta laboral y la parálisis de las misiones, añaden ingredientes al descontento.
Como resultado la disidencia ha crecido y la fragmentación del chavismo también; en casos de forma abierta -como en el chavismo popular- y en otros de forma enclaustrada -entre los dirigentes.
Chávez ha reaccionado frente a este panorama. En primer lugar ha puesto a funcionar un arma que administra muy bien: la simpatía personal, esa manera querendona que usa en el cuerpo a cuerpo, como lo demostró con su entrada a la Asamblea Nacional y la cordialidad con aquellos a quienes previamente llamó a triturar. Tanto fue así que a algunos arrancó sonrisas, a otros aplausos y hasta algunos diputados hicieron breves e inauditas intervenciones con espíritu de "agárrense de las manos".
El caudillo ha ido más allá. Ha retrocedido en aspectos que podían generar inmediatas movilizaciones de calle, como con la Ley de Universidades, y hasta lanzó unos caramelos envenenados desde el helicóptero como el de reducir el tiempo de vigencia de la Ley Habilitante. Este retroceso lo ha hecho o lo ha incorporado a una estrategia con dos objetivos definidos: en el campo social, el de ganarse o neutralizar a la clase media sin vivienda, asediada -según su visión- por los banqueros sin alma; así, ha logrado introducir una poderosa cuña entre los carentes de vivienda (pobres y de clase media) y los que las pueden proveer (constructores y banqueros). Desde luego, con el conveniente mutis sobre la responsabilidad del Estado en la materia. En el campo político se ha planteado reunificar a sus dispersas, agraviadas y de vez en cuando enfurecidas ovejas. Hasta el minúsculo PCV se ha hecho eco del descontento al sostener: "El proceso viene sufriendo un peligroso desgaste que de no revertirse a tiempo, pudiera causar enormes dificultades para mantener el ritmo actual de cambios e, incluso, un retroceso histórico".
Para remediar esta situación el caudillo se ha propuesto resucitar el cadáver del Polo Patriótico que, como se sabe, de vez en cuando es sacado del closet en fechas imperecederas y días de guardar. Pero la estrategia más importante es la de dividir a la oposición.
Ven a Mí que tengo flor. La oposición está en serios dilemas como lo mostró la concentración fallida del 23 de enero. No es falta de descontento sino falta de dirección, rumbo, objetivos y estrategias. Uno de los retos más grandes que tiene es el de saber articular la fuerza parlamentaria con la de la calle. Corre el riesgo de salir de la escena de los medios de comunicación convencionales para recluirse en otro escenario, el de la AN. Hacer, no del debate sino del espectáculo del debate el todo del asunto. Por supuesto que entra un fresquito ver cuando en el mismo cuadrilátero los de acá lanzan buenos jabs a los que se sentían invulnerables; pero sin articulación con la calle, el set de televisión puede pasar a ser sustituido por el set de la AN.
En este marco, Chávez se ha propuesto neutralizar a varios de los gobernadores, alcaldes y demás representantes opositores con lo que cree es su arma secreta: darles el dinero que les ha mezquinado, retenido o suprimido ilegalmente. Creen los estrategas oficiales que al aflojar el talego lograran rebajar el tono de los contestatarios opositores. No se alude acá a ninguna operación corrupta sino al hecho de que se pretende callar a los dirigentes en cargos públicos por la vía de decirles: "está bien, te vamos a dar parte de aquello a la que tienes derecho, pero baja el tono, cesa la denuncia, ponte a trabajar... " Ávidos como están de responderles a los ciudadanos con obras y programas el chantaje de las alturas, no les parece descaminado a los dueños del país.
Nada que objetar a que las autoridades del lado democrático se muevan con finura en esa ambivalencia siempre que sepan que no están ante un gobierno que rectifica sus errores sino ante un régimen que los chantajea sin rubor. El problema está en el tipo de respuesta que proporcionan ante los cantos de sirena, pues si no se ponen cera en los oídos o se amarran al mástil, pueden perder el rumbo y estrellarse contra los arrecifes. A varios ya les ha ocurrido.
¿Se Colabora o no?. En diferentes momentos de la lucha contra Chávez han surgido tendencias colaboracionistas. Estas han derivado de la idea de que se puede torcer el rumbo del régimen hacia una senda que permita elecciones limpias en las que aquél admita su derrota. Para no perturbar ese rumbo habría que mantener fluidas relaciones con el Gobierno, en ambientes sosegados que permitan reconocer "caramba, cuánto daño nos hacen los radicales de lado y lado" o pamplinas parecidas. Esa visión sostiene que por más que patalee, el hombre tendrá que ceder y es mejor no perturbar demasiado las aguas para que la corriente fluya a la mar que es el morir del bochinche actual y el futuro victorioso de los apaciguados.
Doce años de julepe deberían haber bastado para demostrar la invalidez de la estrategia, pero hay quienes dicen "Chávez ganará en 2012, pero en 2018, para nosotros, todavía jóvenes, el mango del poder estará bajito". Lo que este razonamiento no cuenta en términos existenciales es que para entonces Chávez se habrá echado al pico a dos generaciones.
Si esa visión es equivocada, lo que el mundo democrático tiene que buscar es el reemplazo constitucional de Chávez, lo cual significa una estrategia en la cual las elecciones sean un punto de confirmación de una derrota que tiene que haberse producido antes, este año, en manos no de la oposición sino de los trabajadores, estudiantes, profesionales, académicos, partidos, ONG y ciudadanos con una conducción lúcida. ¿Pero, dónde comienza la lucidez? En la palabra que describe, que fija el objetivo y dibuja la estrategia. Con ella se pierde o se gana.
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