Decía Marx en 1848 que "radical" era "tomar las cosas desde la raíz". La ley era la transcripción de la voluntad de la clase dominante, la democracia era "burguesa" y la propiedad, cristalización de la plusvalía arrancada al proletariado. Esa es la ideología de cualquier Estado rufián de ayer, hoy y mañana. Los revolucionarios de los siglos XVIII y XIX fueron constituyentes (bendita palabra, que pronunciada por lenguas sin cerebro, nos quitó todo en Venezuela) de la sociedad democrática, al fundar el Estado de Derecho, la propiedad, las normas de la vida civilizada que se anunciaban desde siglos antes. Impulsados por la Declaración de Derechos de Virginia, los norteamericanos hicieron el gran cambio histórico que contagió a Europa e Hispanoamérica. La era de la libertad y la civilización política.
Pero los descendientes del viejo radical dedicaron sus esfuerzos en el siglo XX (y ahora) a deshacer esos extraordinarios logros. Había que regresar -decían, dicen- a las estructuras autoritarias para hacer el bien al prójimo y mientras las revoluciones tempranas liquidaron el absolutismo, las del siglo XX se hicieron para lo contrario: resucitarlo de su maloliente sarcófago, aunque ningún monarca absoluto llegó a tener el poder de Stalin, Hitler, Mao, Pol-Pot o Castro. La Humanidad pocas veces conoció sistemas así, sin ley, salvo los llamados "despotismos asiáticos" y algunos duques italianos. Los revolucionarios del siglo XX fueron contrarrevolucionarios.
En las revoluciones el poder pasa a manos de sujetos que han hecho profesión de estar fuera de la ley, con una ideología y programa explícitos de destruir el Estado de Derecho y la propiedad. Para eso cuentan con la "expropiación", el asalto a mano armada a ciudadanos indefensos con funcionarios policiales y militares, para arrebatarles sus pertenencias. Asesinan a través de los ajusticiamientos.
Las revoluciones del siglo XX huyeron a sus ratoneras, pero en Venezuela, tierra ahora de la necrofilia y la magia negra, se intenta implantar el comunismo por vía pacífica, retrocede por voluntad popular... ¡pero se radicaliza! La obra de los titanes del pensamiento y la acción democráticos no se deja derrotar fácilmente. Cuarenta años de cultura democrática tienen raíces, también fueron "radicales". La revolución incrementará los atropellos, los robos, los desmanes, la ruindad, con lo que crearán desempleo, inflación, angustia, escasez, malestar social, lo que los ha traído a este lado del río para que se los lleve la corriente. Es terrible que el Gobierno destruya la riqueza creada por el trabajo de tanta gente honorable. Vendrán tiempos mejores.
Pero Maquiavelo ríe.
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