El lunes 25 de enero del presente año con ocasión de la protesta reivindicativa de los estudiantes universitarios, y de los actos de repudio por el segundo cierre de RCTV, con lo cual se le da otra bofetada al derecho a la libertad de expresión y de opinión, fueron asesinadas dos personas. Dos jóvenes estudiantes (un adolescente de 16 años y otro de 28 años) y heridos por impacto de balas y lesiones 16 personas en el estado Mérida, a lo que hay que agregar otros heridos en el interior del país, y en los días siguientes de protesta.
Es el saldo bestial de toda una política, contraria a los intereses del pueblo venezolano y de su juventud; de una manera de ver al país; de interpretar la Constitución con apetencia hegemónica y de insaciable reelección indefinida; de funcionamiento antidemocrático ¿ Es este, acaso, el rostro como dice el propio Hugo Chávez, del socialismo del siglo XXl? Un rostro contradictorio que pretende ser original y tiene mucho de reaccionario y que, por el momento, no ha adquirido todavía el perfil preciso, totalizador, de la Cuba de Fidel Castro. ¿Seremos confinados los venezolanos a ese horrendo marco, donde la libertad y la legalidad quedan de lado y la reemplazan aberrantes y tradicionales formas de expresión en las cuales nada cuenta la vida humana?
Por encima de todas las consideraciones que se suelen formular para colocar la guardia nacional y la policía en las calles con el objeto de reprimir a las manifestaciones populares y estudiantiles, existe un argumento primordial y superior que de ninguna manera puede ser obviado y es el que convoca a privilegiar en todos los casos, el valor supremo de la vida humana. El derecho a la vida se impone, en efecto, como el primero y el más esencial de los derechos humanos. Si a una persona se le niega ese derecho se le está condenando a la más oscura y total de las muertes: la que en muchos casos no dejará rastro alguno en el tiempo y en el espacio.
La muerte de una vida humana, bien sea, por la delincuencia, la violencia o por el endurecimiento progresivo de la política represiva del gobierno destinada a impedir- a callar- la disidencia, implica la destrucción absoluta de una vida humana. Esta verdad terrible y desnuda es más que suficiente para que pierdan validez, en el estricto plano de los principios éticos, todas las posturas de signo contrario.
En la tradición del pensamiento humanista que preside desde hace siglos el desarrollo de los pueblos civilizados no hay nada más digno de ser defendido que el derecho de vivir. Desde el siglo XVlll en adelante, todas las declaraciones universales de derechos situaron al hombre, al ser humano, en el centro del sistema general de valores que preside la marcha de las civilizaciones presentes.
Es el saldo bestial de toda una política, contraria a los intereses del pueblo venezolano y de su juventud; de una manera de ver al país; de interpretar la Constitución con apetencia hegemónica y de insaciable reelección indefinida; de funcionamiento antidemocrático ¿ Es este, acaso, el rostro como dice el propio Hugo Chávez, del socialismo del siglo XXl? Un rostro contradictorio que pretende ser original y tiene mucho de reaccionario y que, por el momento, no ha adquirido todavía el perfil preciso, totalizador, de la Cuba de Fidel Castro. ¿Seremos confinados los venezolanos a ese horrendo marco, donde la libertad y la legalidad quedan de lado y la reemplazan aberrantes y tradicionales formas de expresión en las cuales nada cuenta la vida humana?
Por encima de todas las consideraciones que se suelen formular para colocar la guardia nacional y la policía en las calles con el objeto de reprimir a las manifestaciones populares y estudiantiles, existe un argumento primordial y superior que de ninguna manera puede ser obviado y es el que convoca a privilegiar en todos los casos, el valor supremo de la vida humana. El derecho a la vida se impone, en efecto, como el primero y el más esencial de los derechos humanos. Si a una persona se le niega ese derecho se le está condenando a la más oscura y total de las muertes: la que en muchos casos no dejará rastro alguno en el tiempo y en el espacio.
La muerte de una vida humana, bien sea, por la delincuencia, la violencia o por el endurecimiento progresivo de la política represiva del gobierno destinada a impedir- a callar- la disidencia, implica la destrucción absoluta de una vida humana. Esta verdad terrible y desnuda es más que suficiente para que pierdan validez, en el estricto plano de los principios éticos, todas las posturas de signo contrario.
En la tradición del pensamiento humanista que preside desde hace siglos el desarrollo de los pueblos civilizados no hay nada más digno de ser defendido que el derecho de vivir. Desde el siglo XVlll en adelante, todas las declaraciones universales de derechos situaron al hombre, al ser humano, en el centro del sistema general de valores que preside la marcha de las civilizaciones presentes.
Sixto Medina
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