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domingo, 10 de febrero de 2008

*JUAN CARLOS SOSA AZPÚRUA ESCRIBE: "LA ENFERMEDAD VENEZOLANA"


*JUAN CARLOS SOSA AZPÚRUA ESCRIBE: "LA ENFERMEDAD VENEZOLANA"


La Enfermedad Holandesa es causada por el virus de la insensatez.
Al igual que todo aquel que decide resolver sus problemas a punta de botella termina siendo víctima del alcoholismo, los países petroleros que desprecian al Hombre se contagian de

Enfermedad Holandesa.

Venezuela es un caso emblemático, trágico porque todas las lecciones del pasado se evaporan y los dirigentes, al subir los precios del petróleo, insisten en disfrazarse de ricos tejanos de comiquita, usando sombreros alargados para ocultar el modesto tamaño de sus cabezas.
Al superar marcas históricas, las cotizaciones del crudo deberían ser fuente de prosperidad, pero en los Petroestados son la génesis de la locura gubernamental.


Con inmensas cantidades de divisas lloviendo cual tormenta tropical, los Petroestados le producen pulmonía al sistema social, aplastando las iniciativas individuales, aniquilando al sector privado, en un ambiente de alta inflación y gasto público desbocado, comprometiendo con endeudamiento demencial la salud financiera de las generaciones por venir, que algún día tendrán que lidiar con la catástrofe.


Holanda se curó de su Enfermedad Holandesa hace muchas décadas, por tanto, no es así como merece denominarse este virus mortal que le clava los colmillos a las arterias de una nación, chupando al Hombre hasta la última gota de su Libertad.


A partir de ahora denominaremos a este mal Enfermedad Venezolana, porque en ningún otro país como en Venezuela se evidencia, tan claramente, las terribles consecuencias de esta desgracia.


El gigantismo del Estado y su burocracia es directamente proporcional al ascenso de los precios petroleros. Por otra parte, mientras más crece el Estado más se achica la sociedad, el tamaño del Petroestado es inversamente proporcional a las oportunidades que tienen los ciudadanos de emprender iniciativas productivas, creadas y empujadas por sus esfuerzos individuales.
El gigante se alimenta de las divisas inorgánicas que mágicamente facilitan la renta petrolera, el monstruo se ensancha y los ojos se le ponen rojos, el color del delirio de quien perdió la razón. Este gigante no respeta nada, se cree todopoderoso y actúa en consecuencia. Se transforma en un pulpo que mete sus tentáculos en todas partes, barriendo con todo aquello que no se arrodille ante su poder.


Si alguien sobrevuela Venezuela en helicóptero ya no verá un país. La imagen confundirá a los que no creen en monstruos, porque lo único visible será un bicho gigantesco abrazado a un pozo de petróleo, aplastando a una sociedad que sucumbió, hundida en las aguas donde el único que respira es el pulpo petrolero, el gigante que se devora todo.


¿Algún día será posible erradicar esta tragedia? ¿Qué antídoto puede aplicarse para que la Enfermedad Venezolana se cure y no vuelva a manifestarse? ¿Es acaso ésta una enfermedad incurable, como la locura?


Si juzgáramos por los últimos cuarenta años, mientras sea el petróleo el protagonista del teatro mundial pareciera que Venezuela se mantendrá muy enferma. Los precios del crudo, salvo catástrofes impredecibles, no volverán a bajar a niveles insostenibles, jamás. Todo indica que los próximos cincuenta años seguirán siendo propiedad del petróleo.


Se sabe que a los pulpos de esta historia no les interesa la salud de nadie, de hecho, se alimentan de los cadáveres que van causando con sus movimientos.


Confesamos que no tenemos respuesta a las interrogantes arriba planteadas, adelantar una sería pecar de pesimista o de ingenuo, y ninguno de los dos pecados nos interesa.


En la vida existen mejores caminos que se pueden transitar, siempre que no sean evaporados por el calor de las ideologías que respiran en el fondo

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