Por que Chávez no conciliará
Ana Julia Jatar
Lunes, 17 de diciembre de 2007
Luego de la derrota que sufriera en las urnas electorales su propuesta constitucional el pasado 2 de Diciembre, todos le aconsejan al presidente de Venezuela que concilie y que deje atrás la confrontación. Le piden sobretodo que acepte la decisión del pueblo soberano y que no siga -con la complicidad de su Asamblea Nacional- en su intento de colar, por oscuros vericuetos, los derrotados 69 artículos propuestos. Desde su ideólogo Heinz Dieterich hasta su amiga Jennifer Mc Coy del Centro Carter, la oposición venezolana y muchos de sus colaboradores le piden que abra espacios para el diálogo y que le ponga freno a su proyecto. ¿Lo hará? Si bien se esperaría esta reacción por parte de un demócrata, todo parece indicar que Chávez no escuchará a quienes así le aconsejan.
En democracia, cuando una idea venida del gobierno es derrotada, se abre el juego, se incorporan nuevos actores y se busca consenso alrededor de otras. Pero no ha sido así con Chávez. El empujó su agenda radical Marxista y su re-elección indefinida a pesar de que sabía que una inmensa mayoría del pueblo venezolano las rechazaba. Hay que entender entonces la verdadera dimensión del problema. El presidente de Venezuela no ha conciliado, no concilia, ni conciliará porque está enfermo de lo que podríamos llamar totalitarismo Rousseauniano. El quiere “liberarnos” de nuestro “propio egoísmo”,imponiéndonos un contrato social que responde a una supuesta voluntad general éticamente superior a la definida por cada uno de nosotros. Quizás por eso, en su propuesta de reforma, el elemento más peligroso y perverso era la creación de un enemigo interno con rango constitucional: la supuesta “oligarquía” venezolana, el comodín para todo aquel que no piense como él.
Chávez cree, como decía el padre del totalitarismo moderno Jean-Jacques Rousseau, que la “soberanía popular” es indivisible e inalienable y decide lo que es bueno para todos. Por ello, si los individuos se empeñan en dejarse llevar por su propia voluntad o su propio “egoísmo” habría que, según la famosa frase de Rousseau, “forzarlos a ser libres” con un contrato social en el cual el hombre pierda su “derecho ilimitado a todo lo que le tienta”. Con algo similar a este discurso en mente, Chávez tomó erradamente su triunfo electoral del 2006 como un mandato para re-escribir nuestra constitución e imponerle al pueblo Venezolano esa agenda totalitaria que luego fue rechazada. Pero a pesar de que la llevó a consulta y perdió, no lo acepta. Enfermo de nostalgia Rousseauniana, el presidente quiere ahora “obligarnos a ser libres” y busca maneras distintas a la voluntad popular para imponérnosla. Según él, “no entendimos”, o quizás “no era el momento”, en otras palabras, fuimos tentados por egoísmos capitalistas exacerbados –por supuesto- por los infames medios de comunicación privados.
Chávez ya no cumple con los requisitos para ser miembro del club de los demócratas del mundo. Quizás por eso se apresuraron a felicitarlo por haber aceptado su derrota el 2 de Diciembre; como si eso no fuera lo obvio y lo elemental en un sistema democrático. La actitud de la comunidad internacional se asemeja a la de los padres que se congratulan de manera exagerada al hijo que siempre sale reprobado -o “raspado” como decimos en criollo- cuando finalmente se presenta con un 10 -lo mínimo para aprobar- en la boleta. Las sobredimensionadas manifestaciones de satisfacción por parte de muchos presidentes democráticos ante la aceptación por parte de Chávez de los resultados electorales del referéndum del 2 de Diciembre, son la prueba más contundente de la claridad con la cual el resto del mundo ve las intenciones totalitarias del presidente venezolano.
Y es que esta fama se la ha tejido a pulso el propio Chávez. Una mala fama que se ha extendido sobretodo con sus actuaciones de este primer año de su nuevo gobierno. En enero anunció los cambios constitucionales y, a pesar del rechazo que generaron, se dedicó a empujarlos. Para ello, le era imprescindible controlar el canal de televisión privado con mas penetración en las clases populares y, a pesar del la inmensa impopularidad de la medida, ordena el cierre de Radio Caracas Televisión. Con esta decisión se encendieron dos mechas que no han hecho sino crecer: las severas críticas a nivel internacional que ponían por primera vez en duda su vocación democrática –incluido el senado brasileño- y la formación de un motivado y organizado movimiento estudiantil que llegó para quedarse.
En vez de conciliar, el presidente venezolano llamo “loros del imperio” a los senadores brasileños mientras tildaba de “niños de papá” y “traidores oligarcas” a los miembros del movimiento estudiantil. Con esto sólo logró que el senado brasileño retardara la entrada a MEROSUR hasta el día de hoy, a pesar de que Chávez les diera un ultimátum para septiembre, y que el movimiento estudiantil se convirtiera en el gran motor de lo que luego seria su derrota el pasado 2 de Diciembre.
Si Chávez hubiera conciliado, quizás hubiera logrado parte de su agenda. Los estudiantes y el país le pidieron que rectificara tanto en la medida contra Radio Caracas Televisión como en su empeño de imponer una constitución que no representaba la ideología ni la historia del pueblo venezolano. Pero Chávez siguió por el camino de la confrontación y la división. En un intento de ganar votos para su propuesta constitucional, se va a Chile para revivir en Venezuela las divisiones que lo sacaron del poder en abril del 2002 e insulta de fascista al ex presidente Aznar.
Luego de salir con las tablas en la cabeza, en vez de buscar la reconciliación, “pone en el congelador” las relaciones con España. Lo mismo hace con Colombia luego de fracasar como mediador entre el gobierno colombiano y las FARC para el intercambio humanitario de secuestrados por presos. Así nos ha ido llevando a un aislamiento sin precedentes en la historia de Venezuela.
Para predecir el rumbo que Chávez escogerá de ahora en adelante, hay que entender que su socialismo del siglo XXI es puro totalitarismo del siglo XVIII. Por ello no podemos esperar de él ni conciliación ni respeto a la diversidad sino más bien la creciente utilización de toda la fuerza y el poder del Estado para imponernos su innegociable agenda.
Si asume su derrota podrá seguir siendo el líder, de lo contrario, ira con paso firme hacia su Waterloo. Yo apuesto a la segunda, Chávez nunca ha reconciliado, ni reconcilia ni reconciliara. Otros tendrán que venir tras él para abrir el juego de lo que ya se comienza a llamar “Chavismo sin Chávez”. Tal como lo dijo su ideólogo Heinz Dieterich tras la derrota del pasado 2 de Diciembre: “Hugo Chávez es necesario para la continuación del proceso, pero sólo tendrá futuro si se abre a instancias colectivas de conducción. Si no, destruirá el proceso que ha ayudado a construir, porque no solo es cierto, que “la Revolución devora a sus hijos”, sino también que los líderes revolucionarios, cuando se convierten en conductores unilaterales, “devoran a la Revolución”.
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