Lo
primero y más doloroso que se pierde con
el socialismo es el humor. “El humor es una manera de hacer pensar sin que el
que piensa se dé cuenta de que está pensando”. Aquiles Nazoa.
Sería
estúpido pensar que los chistes que el “Conde `er Guácharo” hace en sus rutinas
de stand up comedy, generalmente a costillas de su familia (madre, padre,
esposa y hermanas), son ciertos y que ellas efectivamente son como él las
describe. O pensar que las situaciones absurdas, mágicas y muy lejos de la
realidad o de la ciencia, que uno expresa cuando echa un chiste donde un animal
habla o si uno refleja algo acerca de un personaje vivo, es que efectivamente
uno desea eso para el mismo. Todo eso forma parte del humor. Mucho podría aprovecharse el gobernante y
sus adláteres de esta característica fundamental de nuestra idiosincrasia.
Por
otra parte, no debemos olvidar aquello de “Chiste explicado no es chiste” y que
hay humor negro, blanco, fino, elegante, con doble sentido, vulgar, obsceno,
etc.; pero, siempre el humor es inteligente o se apela a la inteligencia tanto
del que crea o expresa la pieza de humor como del que lo recibe y entiende. No
se puede hacer humor sin inteligencia. En otras palabras, el humor es la máxima
expresión de la inteligencia.
Tres
anécdotas recordaré para apoyar este
escrito. La primera es:
Carlos
Soublette tiene una anécdota significativa. Cuando se escribió una obra
titulada Excelentísimo, Señor, en la que se hacía sátira de él, citó al
escritor, Francisco Robreño, y le pidió que se la leyera.
Soublette,
que se rió en algunos casos, le dijo: “Veo efectivamente que usted se burla de
mí, pero le voy a hacer honesto: esperaba mucho más”; y agregó: “Vaya y monte
su obra que Venezuela no se ha perdido ni se perderá, porque el pueblo se ría
de su presidente sino cuando el presidente se ría de su pueblo”. General Carlos
Soublette, aproximadamente en 1837.
La
segunda viene de Inglaterra: Bernard Shaw, escritor irlandés, ganador del
Premio Nobel de literatura en 1925 y del Óscar en 1938, estaba enemistado con
Winston Churchill. Prueba de ello fue el día que, antes del estreno de una de
sus obras, Shaw le envió unas entradas a modo de invitación a Churchill. Junto
con las entradas Churchill pudo encontrar una tarjeta que decía:
“Le
mando dos entradas para el estreno. Venga con un amigo (si es que tiene
alguno)”.
Churchill
contestó:
"imposible asistir a la primera
representación. Intentaré ir a la segunda (si es que tiene lugar)".
En
la tercera me referiré a otra muy curiosa sobre el mismo Churchill, tipo tan
especial, un genio de la política del siglo XX y escritor magistral. (Como
todos los grandes, claro, tiene sus cosas malas, pero su peso histórico es
gigantesco).
Corría
el año 1893 y en Inglaterra se vivía un puritanismo ético exacerbado. Es la
época en la que la Liga por la Pureza Social tenía una influencia enorme en la
sociedad londinense. Habían conseguido convencer a la clase política para
cerrar los prostíbulos de la ciudad, consiguiendo que todas las prostitutas
inundaran las calles de las zonas bajas de la ciudad.
Con
la excusa del terror que provocaba Jack el Destripador, vigilaban las calles
tratando de hacer volver a sus casas a las “vendedoras de flores”, como se las
conocía ahora. No contentos con esto, ejercieron esa influencia en el juicio al
que fue sometido, y por el que sería encarcelado, Oscar Wilde, por el hecho de
ser homosexual, una de las peores perversiones posibles. (Obviamente, había mucho más: Wilde había
dibujado el verdadero rostro de esa moralidad podrida en su genial obra El
retrato de Dorian Gray, describiendo un mundo que conocía de sobra. También
acababa de escandalizar con su reciente y muy exitosa obra Salomé).
La
cabecilla de todo este movimiento y líder de la Liga era la señora Laura
Ormiston Chant, brillante oradora que hizo giras dando conferencias por Estados
Unidos, donde tuvo un éxito rotundo. Pero, no contenta aún, trató de convencer
a los parlamentarios y a la alcaldía de Londres para cerrar todas las salas de
espectáculos del tipo music hall -que siempre estaban abarrotados- debido a las
actuaciones “obscenas y vulgares” de las actrices. Es más, el público solía
estar bastante animado debido al consumo de alcohol -hay que añadir que esta
mujer también pretendía imponer la ley seca en Inglaterra, pero por ahí ya no
pasaron los ingleses, como era de esperar-, pues abrían sus puertas desde las
18 horas hasta las 23 horas, sin interrupción de las actuaciones y con las
barras a pleno rendimiento.
Después
de que consiguieran cerrar algunos llevándolos a los tribunales, se atrevió con
el más famoso, el Empire (tiene güasa el nombre), pero sólo consiguió que se
construyera un tabique entre el escenario y las barras de cerveza y whisky.
Y
aquí es donde aparece nuestro peculiar personaje. Se hizo el tabique un sábado
y el domingo apareció un anuncio sobre la creación de la Liga de Protección de la Diversión,
convocando a una reunión fundacional en un hotel de Londres. El día de la
reunión sólo se presentó el autor del anuncio y un joven cadete de la academia
militar de Standhurst, que había gastado toda su asignación en llegar a la
capital británica y que había dedicado grandes energías a la composición de un
discurso en defensa de las libertades constitucionales. Obviamente, este chaval
de diecinueve años era Winston Churchill.
Fiel
al estilo que le caracterizaría en el futuro, no se desanimó, y organizó con
algunos compañeros la toma del Empire. El sábado siguiente al levantamiento del
tabique, se presentaron con entre doscientos y trescientos “señoritos” y
derribaron el muro con sus bastones ante el clamor del público. Acto seguido,
desfilaron por Leicester Square mostrando sus fragmentos a los transeúntes.
Aquí, oportunista como siempre, Churchill pronunció un discurso ante la
multitud congregada:
“Habéis
visto cómo hemos echado abajo hoy estas barricadas; veréis cómo derribamos a
sus responsables en las próximas elecciones”. Era el primer paso de su peculiar
carrera política, que le llevaría a ser el primer parlamentario en la historia
de Inglaterra en ser elegido estando tanto en el partido laborista como en el
conservador.
La
señora Ormiston estaba enfurecida, pues el Empire siguió funcionando como
siempre.
Se
dice que le dijo a Churchill en público: “Si yo fuera su esposa, le pondría
veneno en el café”; a lo que respondió éste: “Y, si yo fuera su marido, me lo
bebería”. Acababa de encontrar la horma de su zapato, la pobre señora, que
pasaría al olvido.
Como vemos, ni a Soublette ni a Churchill se les ocurrió meter preso u hostigar a sus humoristas o adversarios políticos. No les enviaron el SENIAT, ni les impidieron el acceso a los dólares.
¡Cuán
tontos! o por tontos pasan quienes no son capaces de reírse hasta de sí mismos.
Ojo con esto, finalizo con una lapidaria frase:
De
todas partes se regresa, menos del ridículo.Mario Szichman
Eddy
Barrios eddybarrios@gmail.com
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