En
política, el pecado de la traición muchas veces no es otra cosa que la virtud
del pragmatismo
Es
la reunión preparatoria para el tercer congreso del Partido Socialista Unido de
Venezuela. El evento tiene algo de secta religiosa. Maduro predica levantando
su “biblia”, El libro azul de Chávez, el cual agita como trofeo para aparente
regocijo de la militancia. Lo abre y recomienda capítulos. Invoca la sabiduría
inagotable de su autor, constituido en deidad. Sitúa a los allí presentes en el
periodo de su enfermedad y agonía, previo a su paso hacia la inmortalidad.
Sin
embargo, el relato no recrea una última cena, como podría pensarse, sino más
bien la pedestre orden de Chávez mandándolo a estudiar la constitución. Para
quien ya era un alto funcionario de gobierno, la anécdota—real o imaginaria—no
deja de tener un cierto rasgo de candidez.
Eso para el agnóstico. En otro tiempo y lugar, un partido hegemónico usaría la ocasión para reforzar la homogeneidad ideológica, incrementar la cohesión entre los cuadros y anunciar líneas programáticas futuras. Pero ese es un lujo que este partido no puede darse.
Necesitado, pero también acorralado, Maduro le
dedicó más tiempo a los pecadores que a los santos, a los traidores más que a
los leales. ¿No es mezquino—palabras más palabras menos, aseveró esa noche—que
en este año 2014, plagado de conspiraciones y magnicidios, estos traidores
ahora fomenten la fisura y la división en el movimiento revolucionario?
A
fuerza de repetición de la misma frase, Maduro no hizo más que admitir y
enfatizar su propia debilidad. El chavismo es tan frágil hoy que hasta la
contrariada respuesta de un ministro caído en desgracia constituye una amenaza
grave. De eso se trató la arenga partidaria.
Es la historia de la remoción del
ministro de planificación, Jorge Giordani, quien respondió a su destitución con
una carta abierta criticando a Maduro por su incompetencia en el manejo de la
economía y sus debilidades de liderazgo. A ello le siguió otra carta crítica y
de apoyo a Giordani por parte de otro histórico del chavismo, Héctor Navarro, a
posteriori suspendido de su cargo directivo en el partido oficial.
Así
las cosas, son las grietas del propio chavismo las que van produciendo cambios
políticos, y Venezuela se dirime entre varios escenarios. El primero es que el
gobierno profundice la purga, eliminando a las voces disidentes y al mismo
tiempo disuadiendo a posibles imitadores. El problema para Maduro es que para
emprender una purga generalizada contra altos jerarcas del partido se requiere
una gran concentración de poder político en sus manos, o una gran dosis de
éxito económico.
O ambas,
y Maduro hoy no posee ninguna. Su presidencia tiene un déficit congénito de
autoridad y está en un proceso de desgaste desde febrero, con bajos niveles de
aceptación en la sociedad. Su aliado más importante de hoy parecería ser
Diosdado Cabello; su enemigo más temible, toda una definición. La economía, por
su parte, no muestra signos de recuperación. Continúan la persistente inflación
con estancamiento, la total ausencia de inversión privada y la carencia de
bienes de primera necesidad.
Un
segundo escenario, entonces, podría ser que Maduro no recupere la cohesión del
otrora partido hegemónico, y que los disidentes se multipliquen, aumentando la
fragmentación. Se propagarán las críticas y los desencantados, en tanto más
voces del chavismo recogerán el dato más abrumador de la calle: que la
aprobación de Maduro no pasa del 30 por ciento. Es que para el dogmatismo
autoritario, del cual el chavismo es un ejemplo, es difícil entender que en
política el pecado de la traición muchas veces se transforma en la virtud del
pragmatismo.
Aquí
se trata de un escenario de proto-transición, donde la oposición tiene la
oportunidad de tender puentes con los chavistas decepcionados y arrepentidos y,
otra vez, no hay indicios que ello esté ocurriendo. La historia de la democratización
indica que no hay transición a menos que la elite del campo autoritario se
divida. La conocida historia de los duros y los blandos, los halcones y las
palomas, eso ya está sucediendo y abre la oportunidad del cambio político.
Estas
“traiciones” evidencian que el PSUV está perdiendo su lugar de partido
hegemónico, un lugar dado no solo por ganar elecciones sino fundamentalmente
por ser el generador de la interpretación dominante de la realidad, es decir,
la narrativa que relata el orden natural de las cosas. La transición entonces
no será de un partido a otro, como en una democracia normal, ni de un régimen a
otro, como en el colapso de una dictadura militar. La que viene es una lenta
transición de hegemonías. Y esa parte, incierta y riesgosa, ni siquiera ha
comenzado. La oposición democrática debe comenzar a trabajar en ello.
Héctor
E. Schamis
hes8@georgetown.edu
@hectorschamis
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