“El peso tremendo del mito independista y bolivariano en la psiquis venezolana y su obscena manipulación por parte de Chávez, ayuda a comprender como, después de más de una década del peor gobierno que ha tenido el país contemporáneo, su líder conserva todavía el respaldo de casi la mitad del pueblo venezolano, sobre todo de su parte más pobre. El vínculo afectivo y emocional, además del político, existente entre el presidente y una parte grande de la población, ha resistido la más ineficaz y corrupta administración que haya tenido este país en el último medio siglo. Quien crea que solo se puede explicar el liderazgo de Chávez por el petróleo y la bolsa de dinero, debería recordar aquel cartel escrito con precaria caligrafía y ortografía, blandido por una ancianita muy humilde, el 13 de abril de 2002, que clamaba: “Debuelbanme a mi loco”
Tomado del libro “EL CHAVISMO COMO PROBLEMA” de Teodoro Petkoff.
He iniciado este trabajo de análisis, citando uno de los párrafos que de manera conclusiva integran el texto del último libro de Teodoro Petkoff. En mi opinión esta aseveración de Petkoff es casi una sentencia.
Pareciera que la oposición venezolana, y especialmente las elites de los partidos que la integran, no han terminado de comprender, en su exacta, peculiar y compleja dimensión que significa, que motiva, que “siente” el pueblo, o al menos una parte sustancial de este, por Hugo Chávez Frías.
Sí, porque se trata de emociones, y no de razones, las motivaciones o “insumos afectivos” que alimenta en muchos venezolanos, su decisión de votar por él. En particular, nos hemos ocupado de exponer una visión, enfoque, comprensión o simple opinión, respecto de los elementos o factores que pudieran explicar, desde diferentes ángulos de mirada, este fenómeno sico-social, soportado en buena medida en la profusa literatura que en nuestro país se ha escrito y planteado sobre el tema. De modo que no vamos a ser repetitivos en este asunto.
Pienso que lo explicativo del fenómeno, con todas sus implicaciones, ha ido esclareciéndose, con mayor lentitud de la deseada, pero esclareciéndose al fin. Lo que importa ahora, desde mi particular opinión, es definir e identificar el marco estratégico y comunicacional, para desarrollar en el contexto táctico, la conducta, praxis y giro conceptual que permita superar el inmenso escollo representado en la fuerza electoral del Chavismo.
¿Para este análisis importan los números, es decir lo cuantitativo? Sí y no; porque pensamos que intentar evaluar, basado en números, mediciones y datos estadísticos, por bien soportados y representativos que sean, un evento electivo previsto para el 2012, (aunque tenemos razones para creer que el CNE lo convocará, mas bien, entre junio y agosto de aquel año), es por decir lo menos aventurado y totalmente divorciado de la posibilidad de predecir sucesos, eventos y acontecimientos que constantemente la política, las sociedades, pueblos y actores construyen y desarrollan dentro de su propia dinámica, intensidad y tiempo, lo que en muchos casos nos toma desprevenidos; sino tomemos como ejemplo el despertar democrático que hoy se observa en el mundo Árabe, impensable meses atrás.
Además si nos atuviéramos a los números, estos lo único que nos traen son malas noticias. Chávez, no cabe duda histórica posible, desde su ascenso al poder ha ganado; y en la mayoría de los casos holgadamente, muchas más elecciones y comicios que la oposición. No Obstante, esos mismos números nos dicen, no solo que la oposición ha avanzado, sino que además demuestran que Chávez es “derrotable”, pero solo eso y nada más que eso.
Dicho en vocablo coloquial: el mandado no está hecho, y lo que es peor aún, su cometido es harto complejo y difícil. Es decir los números, expresados en resultados electorales, nacionales, regionales y locales, no son nada auspiciosos para la oposición, y si son verdaderamente útiles para algo, es para corroborar la debilidad, repito medido en términos cuantitativos, que en el ámbito de apoyo electoral y popular, evidencian los partidos que integran la MUD.
La votación de todos los partidos de la oposición, (incluyendo al PPT y asumiéndolo como tal) para el 26 S, sumaron 5.642.553 votos, (también se debe agregar a esta cifra, los votos de candidatos independientes excluidos de los acuerdos de la MUD, como los casos del Dr. Escarrá y el internacionalista Julio C. Pineda, por ejemplo), mientras que el Chavismo obtuvo 5.399.574.
Esta ganancia pequeña, pero ganancia al fin, en nuestra opinión fue posible porque se “sembró” adecuadamente el valor de la unidad como “conector” emocional con la gente, de la cual por cierto se beneficiaron los partidos políticos que integran la MUD, y no al revés; es decir se votó por una emoción: La unidad, con toda la carga positiva emocional, pasional y neurolingüística que esta tiene, y nunca en nuestro criterio, como la reanudación per se del vinculo militante-partido.
Tan es así que si bien AD, PJ, UNT juntos sumaron alrededor de 3 millones del votos, (promedio aritmético aproximado de 1 millón por cada uno), el restos de los partidos “canalizaron” hacia sus tarjetas 2.642.553. Es decir la emoción de la unidad “regó” sus votos, entre todos los partidos de oposición que componen la MUD.
Pero téngase en cuenta, que las votaciones de UNT y PJ se concentraron en alta medida, en los estados Zulia y Miranda respectivamente, no así el caso de AD que sin duda obtuvo una votación más diversificada, pero que comparándola, en lo particular de cada partido, con la del PSUV, representa una relación 80/20 a favor del partido Chávez. Y digo “partido Chávez” porque si para el 2012, haciendo un ejercicio imaginario jocoso, el presidente Chávez, disolviera el PSUV y fundara el partido “Chávez Chévere” no tendría ningún traspiés en la votación que fuese a obtener, por el cambió de su “nomenclatura”.
De hecho, esta apreciación nuestra, se comprueba con el paso, ascenso y caída de distintas tarjetas, o siglas (MR 200, V República, UVE) a través de las cuales se ha canalizado la votación de Chávez, (aunque también hay diversas experiencias de otros eventos electorales que así lo confirman).
Dicho de modo directo, en nuestra visión, a la gente (de bando y bando) lo que menos le importa es la tarjeta o instrumento electoral por el cual expresar lo que “siente” “cree” y “quiere”, sino a la emoción, pasión, química y afecto que pueda construir un candidato, para lograr “mudar” el “objeto” de su amor del contrario hacia este y convertirlo en decisión electoral, es decir en votos.
Objetivamente se ha avanzado, en cuanto a convertir la “unidad” en un poderoso conector emocional hacia el elector “no polarizado” o “ni ni”, o como se le quiera denominar.
Pero sería injusto, aparte de desconocer la realidad de los hechos políticos recientes, olvidar o minimizar, el importante esfuerzo unitario realizado por los partidos de la oposición, la MUD y diversos sectores sociales no militantes (con gran preeminencia de los jóvenes, estudiantes e intelectuales) para “concertarse” en ese acuerdo unitario que electoralmente, fue sin duda exitoso.
Pero se sigue siendo débil y errático al no comprender, o lo que es peor ignorar deliberadamente que el desprestigio de los partidos, aparte de constituir una realidad insoslayable a tener presente, para acertar en la construcción del discurso diferenciador de los demócratas, ha sido un planteamiento estratégico muy reiterativo de Chávez, pero que se refuerza, todos los estudios de opinión de los últimos años lo comprueban, en la matriz de opinión que como estigma se ha posesionado en el imaginario colectivo, poniendo al partido la mas de la veces no sin razón, como la negación y decaimiento de la democracia, no solo en su dimensión socio-institucional, sino como un valor singular al cual hay que defender.
Por eso me atrevo a afirmar que estamos en el tiempo de la unidad, no en el tiempo de los partidos. Es hora de entender que para los venezolanos, incluso para aquellos que se han distanciado del afecto por el presidente Chávez, “la unidad va primero” y después los partidos.
Claro, ningún partido político se va a declarar antidemocrático o anti unitario, abusador o sectario. Es la práctica democrática, la amplitud y hacer dejación de intereses mezquinos y personalistas, lo que se ha convertido en una demanda tan apremiante de la sociedad democrática venezolana en su conjunto que actuar en contrario, se pagaría bien caro, sobre todo si la gente lo percibe como una burla o irrespeto al valor emocional de la unidad, máxime si además trae como consecuencia, la perdida de las elecciones.
Porque, en la actual coyuntura del país, la gente quiere participar es en “movimientos”, por cierto que los partidos pueden ayudar a construir.
Quiere protagonizar gestas, imbuirse de propósitos llenos de ilusión, revivir en el ánimo para rescatar lo que éramos y perdimos, acercarse a un futuro de paz y mutuo respeto, coincidir en una “co-inspiración” para hacer realidad nuestros sueños más preciados y ambiciosos; y no desgastarse o estancarse, en la diatriba de cuán importante pueda ser para una elite partidista anteponer como prioridad los réditos o ganancias partidistas, electorales o grupales, antes que al resurgimiento de la democracia y su ejercicio pleno.
No son los “aparatos” partidistas los que van a poder abrir la posibilidad de la ganancia electoral, es la política, el discurso, y por ende el mensaje de la emoción, la pasión y la identidad con la psiquis emotiva personal del electoral, lo que puede hacerlo posible.
Lo hemos dicho y repetiremos hasta el cansancio; conceptualmente hablando, los partidos políticos tienen un papel fundamental a desempeñar en la transición democrática en nuestro país, pero tampoco cejamos en reiterar que estos deben ser democráticos en sí mismos. Por ejemplo, los partidos deben aprender a aceptar mandatos limitados de sus dirigentes. Los partidos políticos auténticamente democráticos —ya sea en el poder o en la oposición— tienen el deber de apoyar y proteger precisamente los valores democráticos.
Robert Dahl identifica como requisito previo, para al logro de este fin, que los partidos deben afrontar con honestidad intelectual y accionar diario, las desviaciones de las prácticas antidemocráticas, y mucho más, las revestidas de “consensos” de grupos de intereses que pretendan restringir las reformas democráticas en profundidad, porque a la larga por esta vía, la política se reduce a una negociación de grupos de poder, que excluye el debate de principios y valores.
En nuestro país se observa una clara tendencia de los movimientos sociales o “sociedad civil” como erróneamente se la ha dado en llamar, (¿acaso los partidos políticos son organizaciones “no civiles”?) reivindicando u oponiéndose a decisiones políticas; en ocasiones de manera radical, virulenta y hasta irracional, especialmente medios de comunicación, devenidos arbitrariamente en operadores políticos.
Pareciera que no se entiende que los partidos, aun originándose quien duda de ello, en la sociedad civil, actúan fundamentalmente en la esfera política a través de una organización formal y con la intención de llegar al poder a través de la competencia política y las elecciones. Nadie tiene porque sentir recelo, y mucho menos “armarse” de una prédica anti-partido, por el hecho de que los partidos desarrollen plenamente esta acción íntimamente ligada a la razón de su existir.
Pero los partidos modernos, siguen teniendo la obligación de promover los valores democráticos, el respeto de los derechos humanos, la práctica de la convivencia en la diversidad, y muy celosamente, el derecho al disenso.
Sin duda, esta función es la más importante de los partidos y refuerza la necesidad que tienen las democracias de conservarlos y perfeccionarlos.
Pero esta función, cuando no se realiza utilizando métodos y procedimientos democráticos internos, y lo que es aun muchísimo más importante, cuando pierde la sintonía con el momento histórico y las autenticas aspiraciones y motivaciones presentes en la sociedad donde se desenvuelve; desemboca en el funcionamiento oligárquico de los partidos, en su debilitamiento y desprestigio.
La preservación del aparato o estructura orgánica que legítimamente el partido requiere para desarrollarse, ha llevado en nuestro país, a que muchos dirigentes con las excepciones de rigor, adopten decisiones por encima de los intereses y deseos de sus bases y del país, sustantivado en una exacerbación tergiversada del pragmatismo y la ganancia política y electoral coyuntural, un claro detrimento de la democracia, para por esa vía, consolidar a lo interno y externo, desmedidas, reiteradas y excluyentes ambiciones de poder personal, grupal y de facciones.
Pese a estas fallas, tergiversaciones y malas prácticas, en las cuales eventualmente pueden caer los partidos, como en efecto han caído, (por cierto todas ellas superables si existe la honesta voluntad política de hacerlo), compartimos sin rubor ni duda alguna, el predominio de los mismos en las sociedades democráticas avanzadas, porque sencillamente resultan imprescindibles e insustituibles, para vertebrar la organización social.
Sin partidos que organicen y estructuren, en alguna medida la competencia por el poder en todos los niveles del gobierno, la democracia será imposible. Tampoco sin el apoyo, trabajo, movilización e incorporación entusiasta y convergente de los partidos con la sociedad venezolana y su gente, el triunfo electoral para la oposición en el 2012, será posible.
Pero las condiciones políticas y sociales de la actual Venezuela, imponen la unidad, la concertación, la integración de todos los factores que puedan motivarse para el cambio democrático, y objetivamente no son los partidos los únicos, e inclusive, los que estén en mejores condiciones subjetivas y objetivas, para abrogarse en lo particular y de manera excluyente, tamaña tarea.
Más bien, es su praxis ética y honesta, su desprendimiento, su espíritu de contribución, su claridad para valorar y sustantivar el triunfo electoral del 2012, lo que puede construir una identidad prestigiosa y de empatía con el elector, que además se constituye, en un requisito previo y vinculante a la posibilidad del mantenimiento de la democracia y de su propia vigencia existencial.
Hoy los ciudadanos no militantes de partidos, juntos y actuando estrechamente con quienes si militan, y “co-inspirados” con todos los sectores, clases, profesiones, estratos y actores públicos relevantes en distintos niveles partidistas y de las organizaciones sociales no-partidistas, ¡Todos! seducidos por el valor y la emoción de la unidad, son los factores claves que pueden concretar el anhelado triunfo electoral en el 2012.
Porque Finalmente el cometido y el papel histórico de los partidos en los procesos de transición a la democracia, son tal vez la mejor justificación para su existencia. Pero al tratarse de funciones tan elevadas y de tan particular exigencia, se corre el riesgo de no estar a la altura de las circunstancias.
Por cierto tampoco se está a la altura de las circunstancias en un proceso de transición, si se alientan posturas populistas y demagógicas, sencillamente porque en este terreno no es posible competir con Chávez, lo cual no significa que se carezca de ideas y propuestas de desarrollo social integral y productivo, apelando a la emoción del “ser-valor”, en contraposición al “súbdito-mendigo” en que los regímenes comunistas convierten a los ciudadanos.
Nunca se olvide que la inteligencia emocional existe y juega un papel fundamental en la decisión de votar, porque la gente no es estúpida o tarada para no saber cuando se le está “conquistando” o “mareando” con mentiras y promesas irrealizables.
Tampoco se está a la altura de las circunstancias, en la transición para la recuperación de la democracia en Venezuela, si no hay un intento serio por parte de los partidos de llegar a arreglos duraderos, de modificar las reglas del juego político para obrar, ello en primer lugar, conforme a esas nuevas reglas, y cuando no se entiende que la transición es una revisión de la mayor parte de sus prácticas político-partidista. Que no se actué, como lamentablemente se aprecia, en la búsqueda de un beneficio político-partidista con visión “cortoplacista”.
La Unidad es la que hace la fuerza: las palabras claves son la emoción en la cooperación, reglas claras, respeto y construcción de confianza.
Es en ese cuadro de su hora histórica, donde deben “retratarse” las elites de los partidos políticos venezolanos.
Rafael R. Bowen S.
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