El único templete gubernamental que no
necesita del ruido ensordecedor de los fuegos artificiales indispensables para
engalanar “actos revolucionarios”, es el de los llamados “mercados a cielo
abierto”.
Tales eventos, en realidad, no requieren de
esos fulanos escándalos cargados de pólvora e interés en llamar la atención.
Porque de la atención, de esa necesaria
atención “popular”, se ocupan las flotas infinitas de camiones y gandolas
rebosantes de los bienes disponibles para el momento, como de una inacabable
variedad de lemas propagandistas que
destacan la obra inconmensurable que ha convertido a Venezuela en un reino de
la seguridad alimentaria y, desde luego, de la infaltable soberanía
alimentaria.
Los “mercado a cielo abierto”, en verdad, son
una vitrina; el muestrario funcional para la ocasión, cuando se trata de poner
en escena la única manera como el petroestado puede colocar ante los ojos de
miles de consumidores de bajo poder adquisitivo, lo que produce la empresa
privada nacional, de lo que es capaz de producir el propio Estado y, desde
luego, lo otro, lo obvio, lo normal, lo rutinario: las importaciones.
Nadie tiene una explicación convincente acerca de por qué hay que importar alimentos y a qué se debe la pasión del comprador por llevarse a su casa un alimento producido en Brasil, en Uruguay, en Argentina, en Canadá, en los Estados Unidos, en Nicaragua y hasta en Guyana. Pero hay reflexiones hasta para exportar.
Las respuestas y explicaciones a las que
apelan aquellos que insisten en enumerar las razones por las que hay que
importar alimentos, van desde el fracaso de la Reforma Agraria en vigencia
desde hace más de 40 años, hasta la actual incapacidad gubernamental para
administrar un conuco. 0tros dicen que todo está asociado a las expropiaciones
de tierras productivas de los últimos años, a la pereza administrativa de
Agropatria, y, posiblemente, a la crueldad injerencista y antivenezolana de los
fenómenos climáticos del Niño y de la Niña.
Sin embargo, lo que no termina de convencer
es la recurrencia reflexiva a tratar de saber cómo es que, poco a poco,
“mercado a cielo abierto” ha terminado convirtiéndose en sinónimo de “cielo abierto para las
importaciones”. ¿Por qué no puede ser que “mercado a cielo abierto” sea
sinónimo de “cielo abierto para la producción nacional”?. ¿Qué es lo que tiene
la producción internacional que esté ausente en la nacional?. ¿Asunto de
precios por lo foráneo?. ¿Asunto de desprecio por lo Hecho en Venezuela?.
Quizás pudiera estar asociado a lo que
justificó la Resolución Conjunta 205, 156 y 16 del pasado 31 de agosto y
publicado en la Gaceta Oficial número
40.734, con base en el visto bueno de la comandita Ministerio de Alimentación,
Agricultura y Tierras, Economía y Finanzas, Comercio Exterior y Cencoex. Sin
embargo, eso no tiene sentido, porque luce ilógico que un Gobierno que
busca ingresos hasta debajo de las
piedras para mantener el mismo ritmo de
gastos de la época de la bonanza, se atreva a ofrecer beneficios
arancelarios y facilitación de trámites
para la importación de una serie de productos terminados que se pueden producir
en el país. Por eso todo luce contradictorio
y hasta incomprensible.
Por lo pronto, y cuando el último y más alto
consumidor trimestre del año ya comenzó su marcha, los puertos del país abren
sus espacios a la llegada de barcos cargados de alimentos para algunos días,
quizás hasta que haga acto de presencia el comprometedor y electoral 6 de
diciembre. Sus importadores y destinatarios son Casa y hasta la Pdvsa pollera.
Es lo que dice la siamesa Bolivariana de Puertos.¿Y después qué?.
Es verdaderamente lamentable que, año tras
año, después de haber transcurrido más de tres lustros de lo que pareciera una
oculta programación para destruir todo vestigio de producción nacional, se
convoque a la dirigencia de los gremios agroproductores para que expongan, en
una especie de coro de voces afónicas, los problemas y limitaciones que impiden
la producción nacional y describan posibles soluciones.
Al final, se trata de reuniones que
únicamente han servido para tomarse las fotos de rigor, y continuar con lo mismo: la importación
cancelada con dólares subsidiados; la proliferación de grandes negociados
financieros ocultos; la regulación siempre rígida de precios a los productores nacionales, a la
vez que se les conmina a la venta de los mismos
por debajo de los costos de producción; competencia desleal con
productos importados adquiridos con dólares a precio de regalo como caramelos
de piñata cumpleañera.
En materia de producción y oferta de
alimentos, sin duda alguna, el país alcanzó su llegadero. Y lo ha hecho con
hambre, con escasez y la presunción de que, entre excusas y reuniones, al Circo
le crecieron los enanos.
Por supuesto, superado el momento comicial es
posible que los presidentes de Fedeagro, Antonio Pestana, de Cavidea, Pablo
Baraybar, y de Fedenaga, Carlos Albornoz, en razón de esa habitual costumbre de
propiciar reuniones con tintes milagrosos, pudieran ser escuchados o llamados a
integrar una Mesa Técnica para seguir estudiando los
informes y propuestas que sus gremios vienen formulando desde hace más
de cinco años, para que haya más producción nacional en las alacenas de las
familias venezolanas. Lo que nadie sabría decir por anticipado, es si,
finalmente, a sus sectores se les permitirá trabajar para garantizar el
necesario e inevitable abastecimiento del 2016.
Después de todo, últimamente, en Venezuela lo usual es que sea
irrelevante escuchar la voz de los dolientes de la producción de alimentos.
Los que producen alimentos en Venezuela, son hoy tan sobrevivientes como cualquier empresario nacional que se empeña en seguir adelante a pesar de las adversidades. Ellas son las mismas que, en su ámbito, afectan por igual al comercio, a la industria, a la banca, al sector asegurador, al turismo, a las telecomunicaciones, entre otros. Es a lo que ha llevado al país esa insistencia de flotar administrativamente, de acuerdo a lo que determina una hoja de ruta basada en la misma ideología que ahora, ¡no sorpresa¡, se insiste en mantener, después del remozamiento del Plan de Gobierno de la actual administración.
Desde luego, pocos entienden la decisión
gubernamental de mantener vigente el mismo
procedimiento político. Sobre todo cuando su cambio no es necesario
porque lo demanda la actitud caprichosa de ningún sector organizado del país.
Sino porque es una necesidad que emerge de la propia situación de crisis
general a la que ha llegado la sociedad venezolana, precisamente por haber sido
conducida con base en semejante estrategia. Y porque la solución -que implicará
peores y más altos costos a los de empobrecimiento que está siendo sometida en
la actualidad- no hay que seguirla posponiendo infinitamente.
En Quíbor, estado Lara, los productores
agropecuarios del país alertaron a qué se está enfrentado Venezuela si no
cambia su rumbo productivo de alimentos, más allá de que el Gobierno tenga
previsto en cuanto a modificar o no el formato rector de sus
equivocaciones. Lo que explicaron, no es
desconocido. Ellos hoy están impedidos de generar mayores y mejores resultados,
si no superan ciertos impedimentos: carencia de insumos, incremento
incontenible de costos forzados por una incontenible dolarización, controles de
precios que desestimulan la producción, inseguridad personal y familiar, pésima
vialidad agrícola, carencia de maquinaria adecuada de repuestos, exclusión en
la compra de combustible y lubricantes, carencia de mano de obra especializada
por estar en huída ante medidas en las fronteras.
Es el listado de problemas que, en
realidad, nunca ha estado ausente de la
agenda que ha servido de orden de trabajo en cada una de las innumerables
reuniones técnicas que han celebrado con uno y otro ministro; con uno y otro
viceministro; con uno y otro funcionario dispuesto a escuchar, pero impedido de
decidir, mucho menos de convencer a quienes presumen de salvadores populares.
Dichos obstáculos están ahí. Ante los ojos de
aquellos que, en el medio de la dura acusación en contra suya y de su
incompetencia que significan la escasez, el desabastecimiento, las colas, y el
no poder comer a diario más allá de dos veces, si acaso. Ciertamente, importar
siempre será más fácil para aplacar presiones, administrar tensiones y presumir
de una sensación de abundancia. Inclusive, será eternamente así si no hay que
demostrar cuánto cuesta la importación, identificar al proveedor y hasta poner
a prueba la calidad de lo que se importa.
En Lara, nadie habló de claudicar ni de dejar
de hacer lo que se viene haciendo desde hace dos o tres generaciones: producir;
hacerlo, a pesar de los gobiernos. Triunfar, aun cuando las importaciones de
alimentos siempre serán las aliadas por excelencia del peor uso que se puede
hacer de los recursos petroleros: financiar la producción de otros países;
darle la espalda a la producción nacional. Y también lo hicieron sentir, sin
necesidad de depender de fuegos artificiales para que se les escuche y
comprenda.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
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Enviado a nuestros correo por
Edecio Brito Escobar
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