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miércoles, 7 de octubre de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, CIELO ABIERTO PARA LAS IMPORTACIONES

El único templete gubernamental que no necesita del ruido ensordecedor de los fuegos artificiales indispensables para engalanar “actos revolucionarios”, es el de los llamados “mercados a cielo abierto”.

Tales eventos, en realidad, no requieren de esos fulanos escándalos cargados de pólvora e interés en llamar la atención. Porque de  la atención, de esa necesaria atención “popular”, se ocupan las flotas infinitas de camiones y gandolas rebosantes de los bienes disponibles para el momento, como de una inacabable variedad de lemas propagandistas  que destacan la obra inconmensurable que ha convertido a Venezuela en un reino de la seguridad alimentaria y, desde luego, de la infaltable soberanía alimentaria.

Los “mercado a cielo abierto”, en verdad, son una vitrina; el muestrario funcional para la ocasión, cuando se trata de poner en escena la única manera como el petroestado puede colocar ante los ojos de miles de consumidores de bajo poder adquisitivo, lo que produce la empresa privada nacional, de lo que es capaz de producir el propio Estado y, desde luego, lo otro, lo obvio, lo normal, lo rutinario: las importaciones.

Nadie tiene una explicación convincente acerca de por qué hay que importar alimentos y a qué se debe la pasión del comprador por llevarse a su casa un alimento producido en Brasil, en Uruguay, en Argentina, en Canadá, en los Estados Unidos, en Nicaragua y hasta en Guyana. Pero hay reflexiones hasta para exportar.

Las respuestas y explicaciones a las que apelan aquellos que insisten en enumerar las razones por las que hay que importar alimentos, van desde el fracaso de la Reforma Agraria en vigencia desde hace más de 40 años, hasta la actual incapacidad gubernamental para administrar un conuco. 0tros dicen que todo está asociado a las expropiaciones de tierras productivas de los últimos años, a la pereza administrativa de Agropatria, y, posiblemente, a la crueldad injerencista y antivenezolana de los fenómenos climáticos del Niño y de la Niña. 

Sin embargo, lo que no termina de convencer es la recurrencia reflexiva a tratar de saber cómo es que, poco a poco, “mercado a cielo abierto” ha terminado convirtiéndose  en sinónimo de “cielo abierto para las importaciones”. ¿Por qué no puede ser que “mercado a cielo abierto” sea sinónimo de “cielo abierto para la producción nacional”?. ¿Qué es lo que tiene la producción internacional que esté ausente en la nacional?. ¿Asunto de precios por lo foráneo?. ¿Asunto de desprecio por lo Hecho en Venezuela?.

Quizás pudiera estar asociado a lo que justificó la Resolución Conjunta 205, 156 y 16 del pasado 31 de agosto y publicado en la Gaceta Oficial  número 40.734, con base en el visto bueno de la comandita Ministerio de Alimentación, Agricultura y Tierras, Economía y Finanzas, Comercio Exterior y Cencoex. Sin embargo, eso no tiene sentido, porque luce ilógico que un Gobierno que busca  ingresos hasta debajo de las piedras  para mantener el mismo ritmo de gastos de la época de la bonanza, se atreva a ofrecer beneficios arancelarios  y facilitación de trámites para la importación de una serie de productos terminados que se pueden producir en el país. Por eso todo luce contradictorio  y hasta  incomprensible.

Por lo pronto, y cuando el último y más alto consumidor trimestre del año ya comenzó su marcha, los puertos del país abren sus espacios a la llegada de barcos cargados de alimentos para algunos días, quizás hasta que haga acto de presencia el comprometedor y electoral 6 de diciembre. Sus importadores y destinatarios son Casa y hasta la Pdvsa pollera. Es lo que dice la siamesa Bolivariana de Puertos.¿Y después qué?.

Es verdaderamente lamentable que, año tras año, después de haber transcurrido más de tres lustros de lo que pareciera una oculta programación para destruir todo vestigio de producción nacional, se convoque a la dirigencia de los gremios agroproductores para que expongan, en una especie de coro de voces afónicas, los problemas y limitaciones que impiden la producción nacional y describan posibles soluciones.

Al final, se trata de reuniones que únicamente han servido para tomarse las fotos de rigor,  y continuar con lo mismo: la importación cancelada con dólares subsidiados; la proliferación de grandes negociados financieros ocultos; la regulación siempre rígida de  precios a los productores nacionales, a la vez que se les conmina a la venta de los mismos  por debajo de los costos de producción; competencia desleal con productos importados adquiridos con dólares a precio de regalo como caramelos de piñata cumpleañera.

En materia de producción y oferta de alimentos, sin duda alguna, el país alcanzó su llegadero. Y lo ha hecho con hambre, con escasez y la presunción de que, entre excusas y reuniones, al Circo le crecieron los enanos.

Por supuesto, superado el momento comicial es posible que los presidentes de Fedeagro, Antonio Pestana, de Cavidea, Pablo Baraybar, y de Fedenaga, Carlos Albornoz, en razón de esa habitual costumbre de propiciar reuniones con tintes milagrosos, pudieran ser escuchados o llamados a integrar una Mesa Técnica para seguir estudiando  los  informes y propuestas que sus gremios vienen formulando desde hace más de cinco años, para que haya más producción nacional en las alacenas de las familias venezolanas. Lo que nadie sabría decir por anticipado, es si, finalmente, a sus sectores se les permitirá trabajar para garantizar el necesario e inevitable abastecimiento del 2016.  Después de todo, últimamente, en Venezuela lo usual es que sea irrelevante escuchar la voz de los dolientes de la producción de alimentos.

Los que producen alimentos en Venezuela, son hoy tan sobrevivientes como cualquier empresario nacional que se empeña en seguir adelante a pesar de las adversidades. Ellas son las mismas que, en su ámbito, afectan por igual  al comercio, a la industria, a la banca, al sector asegurador, al turismo, a las telecomunicaciones, entre otros. Es a lo que ha llevado al país esa insistencia de flotar administrativamente, de acuerdo a lo que determina una hoja de ruta basada en la misma ideología que ahora, ¡no sorpresa¡, se insiste en mantener, después del remozamiento del Plan de Gobierno de la actual administración.

Desde luego, pocos entienden la decisión gubernamental de mantener vigente el mismo  procedimiento político. Sobre todo cuando su cambio no es necesario porque lo demanda la actitud caprichosa de ningún sector organizado del país. Sino porque es una necesidad que emerge de la propia situación de crisis general a la que ha llegado la sociedad venezolana, precisamente por haber sido conducida con base en semejante estrategia. Y porque la solución -que implicará peores y más altos costos a los de empobrecimiento que está siendo sometida en la actualidad- no hay que seguirla posponiendo infinitamente.

En Quíbor, estado Lara, los productores agropecuarios del país alertaron a qué se está enfrentado Venezuela si no cambia su rumbo productivo de alimentos, más allá de que el Gobierno tenga previsto en cuanto a modificar o no el formato rector de sus equivocaciones.  Lo que explicaron, no es desconocido. Ellos hoy están impedidos de generar mayores y mejores resultados, si no superan ciertos impedimentos: carencia de insumos, incremento incontenible de costos forzados por una incontenible dolarización, controles de precios que desestimulan la producción, inseguridad personal y familiar, pésima vialidad agrícola, carencia de maquinaria adecuada de repuestos, exclusión en la compra de combustible y lubricantes, carencia de mano de obra especializada por estar en huída ante medidas en las fronteras.

Es el listado de problemas que, en realidad,  nunca ha estado ausente de la agenda que ha servido de orden de trabajo en cada una de las innumerables reuniones técnicas que han celebrado con uno y otro ministro; con uno y otro viceministro; con uno y otro funcionario dispuesto a escuchar, pero impedido de decidir, mucho menos de convencer a quienes presumen de salvadores populares.

Dichos obstáculos están ahí. Ante los ojos de aquellos que, en el medio de la dura acusación en contra suya y de su incompetencia que significan la escasez, el desabastecimiento, las colas, y el no poder comer a diario más allá de dos veces, si acaso. Ciertamente, importar siempre será más fácil para aplacar presiones, administrar tensiones y presumir de una sensación de abundancia. Inclusive, será eternamente así si no hay que demostrar cuánto cuesta la importación, identificar al proveedor y hasta poner a prueba la calidad de lo que se importa.

En Lara, nadie habló de claudicar ni de dejar de hacer lo que se viene haciendo desde hace dos o tres generaciones: producir; hacerlo, a pesar de los gobiernos. Triunfar, aun cuando las importaciones de alimentos siempre serán las aliadas por excelencia del peor uso que se puede hacer de los recursos petroleros: financiar la producción de otros países; darle la espalda a la producción nacional. Y también lo hicieron sentir, sin necesidad de depender de fuegos artificiales para que se les escuche y comprenda.

Egildo Lujan Navas
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