Los
aliados más provechosos de que ha gozado el Gobierno durante sus 17 años, sin duda alguna, han sido la propaganda y el
uso hábil de la mentira. Es decir, no ha sido, como dicen muchos, la astucia
política y la capacidad para el empleo de la estrategia y de la logística
militar.
Pero
tales aliados ya se agotaron, perdieron fuelle, y ahora a la elite rectora no
le ha quedado más alternativa que apelar a la equivocada creencia de que conduce a una población dispuesta a someterse
al cambio de enfoques sociales, porque su cerebro no es capaz de discernir
sobre otras cosas que no sean sumisión, miedo y burlarse de sus miserias
apelando al chiste y a la broma de cafetín.
En
esa realidad de hoy, es que el Gobierno, entonces, se ha lanzado a promover
aventuras políticas alrededor de los casos del Esequibo y de Colombia. En el
primero, la gracia se le convirtió en morisqueta. En el segundo, se la juega
para evitar que se le convierta en una desventura, con peores y más graves
consecuencias que las que ya están viviendo los tachirenses, quizás también
los zulianos. Y ojalá que no incluyan,
además, a los pobladores de Falcón, Bolívar, Nueva Esparta, Anzoátegui, Sucre y
Amazonas.
Por supuesto, en la jugada se le ve la costura al propósito por mampuesto
de llevarse consigo, además, la anulación de los comicios del 6D, o de restarle
fuerza al rechazo que se ha ganado con su incompetencia y peor manera de
gobernar.
En
el caso con Colombia, el Gobierno venezolano sabe perfectamente que todas las
fronteras representan zonas de cuidado y
atención. También que cuando los países colindantes guardan grandes diferencias
entre los modelos económicos que definen
sus desarrollos, sencillamente porque sus motivaciones ideológicas no son
homogéneas, entonces, de lo que hay que ocuparse es de evitar que dichas
diferencias terminen en tensiones. Y mucho más, si por esas mismas definiciones
–o debilidades- ideológicas, entre ambos
territorios se mueven fuerzas militarizadas que son combatidas por un Gobierno
y admiradas, alabadas o respaldas por el otro.
Si
hay conciencia de eso y el argumento público que se usa para justificar
procedimientos como las medidas de excepción, operativos, movimientos de
tropas, es que están dirigidos a favorecer a las poblaciones de los dos países,
¿por qué, paralelamente, no se ofrecen demostraciones convincentes de que hay
voluntad activa para solucionar los motivos que provocan las diferencias?.
Para
resolver las tensiones y sufrimientos de los ciudadanos de ambos países, tienen
que haber disposiciones a alcanzarlo, tanto civiles como militares. Y eso
incluye, sin duda alguna, la tolerante permisividad desde ambos lados, para que
la corrupción siga siendo la fuente de enriquecimiento también con doble
cedulación.
Los
orígenes de los problemas que se dan en Colombia en su relación fronteriza con
Venezuela, los deben enfrentar las autoridades colombianas. Y los de este lado,
desde luego, por las autoridades venezolanas, que saben perfectamente cuáles
son: los controles de precios y de cambio, con la brutal devaluación del bolívar,
el demencial sistema de cambio que se mantiene interesadamente, para justificar
la vigencia del disparatado dólar a Bs. 6,30 y al otro extremo el de Bs. 700,oo
para la compra en el exterior de productos de primera necesidad, cuyo precio de
venta al público en Venezuela es infinitamente menor que el establecido en los
países vecinos.
¿Dudan
el Banco Central de Venezuela, el Cencoex, el Seniat, la Guardia Nacional que
ese par de controles no son el punto de partida y de llegada para que exista
una enorme fuga de todo tipo de productos para ser vendidos fuera de las fronteras venezolanas, a precios que generan
ganancias galácticas?. ¿Dudan, asimismo, que eso no lo evitarán jamás cerrando
puentes, vías primarias entre los
países, cuando saben, por otra parte,
que Venezuela y Colombia se unen por
decenas de trochas o caminos verdes no custodiados, y miles de
kilómetros de fronteras terrestres, marítimas y fluviales?.
Por
otra parte, ¿ a qué se debe esa curiosa conducta compartida por el Poder Ejecutivo
y Petróleos de Venezuela, para diferir eternamente la sinceración o ajuste del precio de la gasolina, hasta llevarla al
oscilante valor internacional?. Algunos afirman que es un procedimiento
administrativo patético, porque en Venezuela llenar el tanque de gasolina de un
carro cuesta Bs. 5,00, es decir, menos de un centavo de dólar, y fuera de las
fronteras cuesta $ 40, equivalentes a Bs. 28.000. La diferencia de precios es obvia; la razón
de fondo para mantenerla es la madre y el padre de lo obvio. Sobre todo, si
porque la diferencia existe y el precio no se toca, se hace posible que se
fuguen clandestinamente millones de litros diarios de gasolina que, según cifras oficiales, le
provocan a Venezuela la pérdida anual de unos $ 10.928 MILLONES.¿Y que van al
bolsillo de quién o de quiénes?.
En
Venezuela, ya no hay la abundancia de dólares que, como lo dijera el hoy
anulado exministro Jorge Giordani en su
oportunidad, permita su derroche en la actual campaña electoral. Se hizo
durante la última presidencial del ausente Hugo Chávez Frías. Lo permitían los
precios del petróleo. Hoy sólo quedan miles de nuevos ricos involucrados en la
importación de 80% de lo que consumen los venezolanos, indistintamente de que
su participación se traduzca en la ruina de los sectores privados productivos,
y que el país se vea sometido a vivir en
un ambiente de gran escasez y con una hambruna que comienza a tocar las puertas
de los despachos públicos. Algunos dicen que eso no es cierto ni posible; la
mayoría, en cambio, manifiesta que en Venezuela ya no hay más dólares y que los
bolívares para derrochar, sólo están alimentando la inflación. Y, al
final, todo se está traduciendo en
hambre y rabia.
La
Democracia, aun maltrecha, pisoteada o convertida en tarantín político, ofrece
vías para, corregir, solucionar y cambiar de rumbo. Hay que recurrir a esa
posibilidad. Porque la desesperación, la inseguridad y el hambre están
engendrando sentimientos y reacciones impredecibles. Es hora de tomar medidas
cruciales para evitar posibles males mayores. Y hacerlo, inclusive, a partir de
previos entendimientos institucionales que contribuyan a aminorar la incidencia
en esos cruzados sentimientos en el sistema de vida en el país, aunque mucho
más en el estómago de cada venezolano.
La
responsable evaluación de escenarios económicos apoyados en esa lógica
económica de la que, seguramente, no se debe hablar en el Gabinete -que no es
tal- ni tampoco, quizás, en el Banco Central -del que sólo queda un nombre y un
prestigio mancillado- conduce a una pragmática recomendación: unificación
cambiaria alrededor de un valor aproximado de Bs. 140,oo/$, mientras se libera
la compra de divisas, dejándola flotar en su valor por la demanda y oferta;
reemplazar el régimen de control de precios por un sistema administrado
transitorio, hasta que el libre mercado pueda funcionar con autonomía
plena.
De
igual manera, hay que incentivar a los productores del campo con un acceso real
al sistema financiero que facilite el emprendimiento productivo y promueva el
rendimiento productivo y competitivo. Las tierras productivas que fueron
expropiadas y cuyos dueños siguen sin recibir el pago por dichos bienes, se les
deben regresar a estas personas con sus respectivas compensaciones. Y la
agroindustria, definitivamente, tiene que dejar de estar al servicio del
capricho burocrático, y convertirse en el gran motor de la oferta nacional e internacional de alimentos, dada
su ya reconocida capacidad procesadora y el estricto cumplimiento de los más
exigentes estándares de calidad del mundo.
En
el caso de la industria privada, hay que ofrecerle la posibilidad de su
recuperación, coadyuvándola en su desarrollo, a partir de su incorporación a la
modernización del equipamiento de sus
maquinarias y del acceso a las materias primas que no se producen en el país y
que necesita para dinamizar sus operaciones. Desde luego, como en el caso del
sector primario, en la parte industrial también se deben regresar las empresas
expropiadas con sus respectivas compensaciones a los propietarios afectados. Y
en el caso de aquellas empresas en manos del Estado que sólo son mantenidas con
fines clientelares, deben ser negociadas por vía accionaria a los trabajadores
y particulares con voluntad de riesgo, para incorporarlas a un ritmo productivo
y competitivo formal y responsable.
Medidas
como éstas, entre otras tantas, serían necesarias para recuperar la economía
nacional, generar empleos productivos y bien remunerados. Se atacarían las
causas de la escasez. Y la inflación pudiera comenzar a ser domada, siempre y
cuando las devaluaciones pasen a ser un
recurso monetario para vigorizar la capacidad competitiva de la producción
nacional a nivel internacional, y no la excusa de siempre para alimentar la voracidad
fiscal del Estado venezolano.
El
hambre y la rabia colectiva que se percibe en las colas y en donde no hay
colas para acceder a los bienes de
primera necesidad, se manifiestan entre venezolanos que ya no caen en la trampa
lingüística de la guerra económica y de falsas justificaciones gubernamentales,
para no evitar que lo malo de hoy pase a ser la causa de lo peor de mañana.
Escasez,
inflación, inseguridad, desempleo no son fantasmas en esta comarca
latinoamericana. Son realidades. Una verdad de dimensiones inimaginables, cuya
peor composición está dada por el empobrecimiento de profesionales,
trabajadores y amas de casa, por igual. Un serio y grave problema que debe ser
atendido y comprendido por el Gobierno, y no convertido en un recurso
utilitario para justificar rencillas fronterizas que, en el peor de los casos,
pudiera terminar provocando un agravamiento de esa subjetiva impresión de que
la anarquía comienza a tomar cuerpo en Venezuela. ¿0 es que no cuenta el costo
referencial de la “rencillita” Argentina por Las Malvinas?
Egildo
Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
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