Creció y se
extendió por todo el territorio nacional, hasta ser capaz de estropear lo
construido con esfuerzo, por no arrancarla a tiempo estropeó los cultivos, la
semilla sembrada en años de democracia y hasta las flores del jardín.
La
mayoría ingenuamente dudaba de su capacidad para proliferar en condiciones
adversas, creían en la solidez de nuestras instituciones, en la madurez
democrática del pueblo venezolano, en la sensatez de nuestras fuerzas armadas.
Por eso nos descuidamos, por eso creció en el lugar donde no queríamos y se
apoderó de la pradera, donde pastaban los becerritos y el caballo viejo del tío
Simón.
La naturaleza exuberante, los paisajes… los llanos, montañas y lagos se
fueron contaminando, hasta quedar inaccesibles al ciudadano común. Seguían
allí, pero no fue posible recorrerlos de nuevo, demasiado peligroso, la mala
hierba convirtió el mundo exterior en algo hostil, donde los ciudadanos
terminaron igual que presos, confinados a casa por cárcel.
Nació verde, camuflada con uniforme militar, pasaba desapercibida entre la
buena simiente, pero cuando hizo raíz cambió rápido de color, volviéndose roja,
como la sangre derramada por los libertadores o por los estudiantes. En
realidad era roja por color en que están manchadas las manos de los hermanos
Castro.
La mala hierba nunca muere dice el dicho popular, lo cierto es que posee
una alta capacidad de dispersión y es difícil de erradicar. Apenas se instala
comienza a disminuir el rendimiento de los cultivos, baja la producción, se
produce la escasez de alimentos y se instalan las colas y el hambre.
En Venezuela la mala hierba se apoyó en especies invasoras, a algunos
ciudadanos les parecieron exóticas, pero alteraron el ecosistema natural. Con
un acento de colorido diferente, originario del Caribe, terminaron por alterar
valores, principios, controlaron instituciones, tribunales, registros,
organismos de identificación y comunicación, hasta lograron desplazar la flora
y nata de los que habían jurado defender la Constitución y la Patria.
De lejanas tierras llegaron otras especies, del Medio y Lejano Oriente, de
la Rusia eterna, su savia eran los dólares, las compras de armas, el uranio o
parcelas de territorio donde prosperar sus cultivos. Justo de al lado llegaron
otras, no nacían aquí, pero transitaban para acceder a los mercados
internacionales, donde fumarlas, inyectárselas o aspirarlas resultaba un
negocio que corrompió las bases nacionales y terminó salpicando a toda la
estructura castrense.
Las plantas invasoras, contaron con la cooperación de las parasitas, las
que se han dedicado a vivir de las otras, esas especies abonadas por divisas,
renta petrolera, comisiones, tráfico y reservas, un estiércol en su mayoría
extinguido hoy en día, menos el llamado tráfico, que ha prosperado tanto que hasta
es reseñado en la prensa norteamericana. Evidentemente los del norte,
preocupados por lo suyo, desean proteger su simiente, las generaciones futuras.
La mala hierba contó con quien la cultivara, politiqueros, golpistas,
resentidos, comunistas recalcitrantes, enchufados y bolichicos, como cualquier
persona mal estructurada, o por intereses inconfesables, se prestaron con
permisividad y falta de buen juicio, permitieron su propagación, decidieron
aprovechar lo que podían conseguir de hongos y malas hierbas.
Es bueno recordar que un país con problemas y con gente que sufre de
privaciones, era terreno fértil para que ingenuos y olvidados, fueran engañados
con una supuestas cosecha, que solo existía como producto de una campaña
publicitaria.
Los problemas sociales y las necesidades regaban el sentir de los sectores
marginados, terminaron propiciando las condiciones agro-ecológica-sociales que
permitieron el desarrollo de los focos de infección que dieron origen a la
situación de riesgo existencial que sufrimos.
La apología del delito, la demagogia, el populismo, el autoritarismo, el
abuso de poder floreció en tierras que antes albergaron, café, maíz, ganado,
arroz y también pozos de petróleo e industrias siderúrgicas.
En un pasado no muy lejano tambien fueron tierras donde existía la
caballerosidad, donde se podía pasear, salir de fiesta, tomar cerveza, agarrar
el carro e irse a la playa o a la Gran Sabana, sin que una bala “colectiva”,
segara la vida destinada a crecer en familia.
Necesitaremos aplomo y entereza para segar la mala hierba, la que se
extendió como una plaga, en su pasto se reprodujeron bichos, virus y bacterias,
enfermando organismos, causando daño a las personas, a la sociedad y
produciendo alteraciones a la economía nacional. Cual las siete plagas de
Egipto, arrasaron con el territorio, la libertad, la educación y el progreso.
Lo que aquí sucede es la obra de la mala hierba en “conchupancia” con la
“plaga humana”, con su impacto medioambiental dentro de la población que nació
y vive en esta tierra. Se consideran plagas, por los daños causados traducidos
en pérdidas en la cosecha o en la vida útil del lugar donde se hospedan.
Estos animales, plantas y microorganismos dañinos destruyeron nuestra
producción, tanto de los productos frescos y almacenados, como de la gente y la
generacion de relevo. Llegó la hora de combatirlas hasta erradicarlas,
necesitamos desyerbar, fumigar, arrancar, para después dejar descansar esta
tierra, para después utilizar fertilizantes manejados de manera inteligente.
En todo caso es preciso contar con soluciones innovadoras, resultado de la
evolución de la ciencia, la tecnología y las nuevas realidades. Para ello es
necesario estar preparado, la improvisación, la inexperiencia, la desidia y el
irrespeto de los ciclos naturales de la tierra, jamás han sido garantía de
producción.
Esos entes que pululan en las esferas del poder parecen personas, pero se
pueden agrupar en animales superiores (insectos, ácaros, aves, roedores,
colectivos, círculos bolivarianos, chavistas, larvas, moscas y gusanos);
Microorganismos (virus, micro plasmas, bacterias, hongos y socialismo del siglo
XXI); plantas superiores (malezas, enchufados y bolichicos) y enfermedades
(microorganismos patógenos, narcos, terroristas, extremistas y castristas).
Conocemos el peligro de la presencia de la plaga, del daño causado por esos
entes bióticos que producen daños económicos, físicos y psíquicos, y que actúan
contra los intereses de las personas.
La situación actual es grave, el “rancho está ardiendo” porque el
territorio arde también, el verano y las plagas despiertan indignación, pasaron
y arrasaron con todo.
El chavismo intento venderse como un frondoso árbol, un nuevo Samán de
Güere bajo el cual cobijarse, terminó siendo una pócima de hierbas venenosas.
Que aunque la vistan de seda, le coloquen títulos de eterno, falsifiquen su
firma para legitimar situaciones anticonstitucionales, le construyan un altar
para la magia negra e invoquen santeros y “babalaos”, nunca fue ningún gigante,
tan solo una rama seca de una planta que murió, porque se separó de su raíz.
Necesitamos desesperadamente establecer una cuarentena que permita limpiar
el territorio, así como al “científico sanitario” que se convierta en el líder
de la descontaminación, una especie de Atila democrático que detenga bajo su
planta el crecimiento de la mala hierba, tal como pretendía el rey de los
hunos, allá por el año 400 d.c.
Nelson Castellano-Hernandez
nelsoncastellano@hotmail.com
@nelcasher
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