La crisis
económica del país ha llegado a todos los
rincones de la geografía nacional. No existe un poblado de Venezuela
donde los ciudadanos no estén haciendo colas para lograr acceder a los
alimentos o medicinas. No cabe duda que las colas han pasado a convertirse en
un fenómeno que aturde a la sociedad venezolana.
La vida de la
ciudadanía transcurre entre colas en las que se van gestando sentimientos,
ideas y opiniones que en algún momento
tendrán una manera de expresarse,
y que estarán conducidas por las expectativas de quienes desde muy temprano se
plantan frente a farmacias y demás lugares en los que se expenden artículos
básicos para la subsistencia.
La nueva vida que
el Socialismo del Siglo XXI ha diseñado para los venezolanos arranca cuando aún
no ha salido el sol. Cuando ni siquiera los comercios están por abrir sus
puertas largas colas esperan la orden de entrada. De allí en adelante nuevas
dudas afloran: estarán los artículos necesitados, habrán aumentado de precio,
cuántos se podrán adquirir…
El Plan de
Soberanía Alimentaria se convirtió en un discurso que no consigue un correlato
con la realidad. Anaqueles vacíos, niños a los que no se le conseguirán pañales
y mucho menos la alimentación apropiada son el panorama agobiante de la
sociedad cada vez más inquieta. Todos estos acontecimientos van colmado la
paciencia y el sentido de solidaria convivencia. Cada quien se apresta a lograr
lo suyo para los suyos.
El gobierno
anuncia que pronto llenarán los anaqueles. Lo tiene que importar porque en estos
15 años destruyeron el aparato productivo y van por más. Se endeuda porque no
tiene liquidez. Parecieran llamar a sus amigos allende las fronteras: te sobran
caraotas, azúcar, café, leche, papel tualé. Bien, embárcalo y mándalo que
después te pagó. Supone uno que éstos se preguntarán: ¿pagarán con las chapitas
de Coca-Cola que no usarán por falta de producción?
La eficacia del
gobierno está como los anaqueles y su legitimidad en igual proporción. Los
venezolanos se sienten atropellados y obligados a vivir una vida que no tienen
razones de valorar. La paciencia y la tolerancia a tanta injustica
gubernamental comienza a dar signos de peligroso agotamiento.
Nadie apuesta a
una explosión social y mucho menos pueda
acusarse a alguien de dirigirlas. Estos procesos ocurren sin liderazgos, se
detonan y los individuos se ven inmersos en un estado del cual emergen
unos sentimientos que de otra manera no aflorarían. Al suavizarse la intensidad
de la protesta se ven las dramáticas consecuencias.
El gobierno no
tiene como aliviar la desesperanza colectiva, no dispone de una narrativa que
aliente confianza en el futuro, por el contrario, solo dispone del “monopolio
de la violencia legítima”, esto es,
plomo al hambre.
¿Quiénes los
acompañarán en tan penosa empresa?
Leonardo Morales P
@leomoralesP
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