La
lucha contra la desigualdad se ha convertido prácticamente en un "frente
de combate" donde no son pocas las personas que se enrolan. Posiblemente
la mayoría lo hace, incluyendo teóricos y analistas, sin faltar, por supuesto,
probablemente también la mayoría de los economistas del mainstream.
Entre
estos últimos, los dedicados a temas impositivos han popularizado la teoría de
la capacidad de pago que -en términos breves- viene a rezar el tan conocido hoy
en día criterio que los impuestos deben ser "mayores para los que más
tienen", lo que ha dado origen a la consigna tan en boga -hoy como ayer-
que dice "que paguen más los que más ganan". De allí, se ha llegado a
otra teoría también propuesta por esta misma clase de personas, "la teoría
del impuesto total":
"2.
EL IMPUESTO TOTAL. La justicia social que, a través de la teoría de la
capacidad de pago, se pretende implantar es la igualación económica de todos
los ciudadanos. En tanto se mantenga la menor diferencia de rentas y
patrimonios, por ínfima que sea, cabe insistir por dicha vía igualitaria. El
principio de la capacidad de pago cuando se lleva a sus últimas e inexorables
consecuencias exige llegar a la más absoluta igualdad de ingresos y fortunas,
mediante la confiscación de cualquier renta o patrimonio superior al mínimo de
que disponga el más miserable de los ciudadanos."[1]
No
hace falta razonar mucho para darnos cuenta que -llevado al extremo el
mecanismo indicado en la cita- la sociedad completa en su conjunto caería a
niveles de pobreza tan profundos que difícil seria recuperarla a los que podría
haber tenido antes de la implementación de las políticas redistributivas,
porque resultaría arduo (sino imposible) volver a convencer a los que –antes de
ser decomisados- producían a que volvieran a hacerlo, dado que bastaría el
simple hecho de que alguien produzca algo por valor de 1 para que le sea
confiscado si el resto de sus congéneres no producen absolutamente nada. Y va
de suyo que, la "justicia social" clama porque así sea, dado que si A
produce 1 y el resto de sus vecinos nada, una situación semejante estaría
quebrando la "igualdad" de todos ellos. Y con esta, la de la supuesta
"justicia social" implicada en el asunto. Es decir, una sociedad en
la que impera la "justicia social" más plena y absoluta sería -al
mismo tiempo- la más miserable de todas las sociedades existentes sobre la faz
de la Tierra.
"Los
modernos paternalistas, al menos en un aspecto, son más consecuentes que los
antiguos socialistas y reformadores sociales. No identifican ya la justicia
social con arbitrarias normas que todos habrían de respetar, cualesquiera
fueran sus consecuencias sociales. Admiten el principio utilitarista. Los
diferentes sistemas económicos, reconocen, deben ser enjuiciados según su
respectiva idoneidad para alcanzar los objetivos que el hombre persigue.
Olvidan, sin embargo, tan buenos propósitos en cuanto se enfrentan con la
mecánica del mercado. Condenan a la economía libre por no conformar con ciertas
normas y códigos metafísicos que ellos mismos previamente han elaborado. Es
decir, introducen así, por la puerta trasera, criterios absolutos a los que,
por la entrada principal, negarían acceso. Buscando remedios contra la pobreza,
la inseguridad y la desigualdad, poco a poco van cayendo en los errores de las
primitivas escuelas socialistas e intervencionistas. Inmersos en un mar de
absurdos y contradicciones, acaban invariablemente apelando a la infinita
sabiduría del gobernante perfecto, a esa tabla de salvación a la que los
reformadores de todos los tiempos siempre al final se vieron obligados a
recurrir. Tras mágicos vocablos, como «Estado», «Gobierno», «Sociedad» o
cualquier otro hábil sinónimo, invariablemente esconden al superhombre, al dictador
omnisciente."[2]
En
el fondo, la "realización" de la "justicia social" se
espera se plasme en ese "superhombre", o "dictador
omnisciente", dado que todos poseen diferentes ideas acerca de que es o
que debería ser la "justicia social", en definitiva las disímiles
opiniones sobre su esencia y de cómo realizarla mejor, han de terminar
recayendo en ese dictador, líder, conductor, jefe, duce o führer carismático de
turno, hasta el punto que el propio concepto de "justicia social" se
confunde con el de la persona misma que encarne al jefe o líder, ya que como
bien se señala "Tras mágicos vocablos, como «Estado», «Gobierno»,
«Sociedad» o cualquier otro hábil sinónimo, invariablemente esconden al
superhombre, al dictador omnisciente" y es -en suma- de este o de estos
(puede ser uno o muchos) de quién se espera que delimite y ejecute dicho
"ideal".
Sin
embargo, no existe tal cosa como "la infinita sabiduría del gobernante
perfecto". No sólo porque lo perfecto es ajeno a la condición humana, sino
porque tampoco coexiste ninguna "infinita sabiduría" exactamente por
idéntica razón, lo que no implica que sean pocas las personas que si creen en
su existencia, no faltando tampoco aquellos que se juzgan a sí mismos
exclusivos depositarios de tan celestiales privilegios por sobre los demás. La
realidad indica que, tras la máscara del estado-nación, del gobierno, de la
sociedad o de cómo se le quiere denominar, sólo hay seres humanos, tan falibles
e imperfectos como cualesquiera otros (e incluso mas falibles aun que los demás),
y que por el sólo hecho de elevarlos circunstancialmente a un cargo público
parecería reputárselos provistos de cualidades cuasi o semi divinas y de
"excelsa bondad" por encima de la de cualesquiera otros. Resulta
conjuntamente arbitrario y extremadamente peligroso querer dotar a cierto
número de personas de la facultad de determinar lo que sería justo o injusto
"socialmente" por el sólo hecho de haberlas encaramado en lo más alto
del poder. Ya que, al fin de cuentas, lo justo o injusto "socialmente",
siendo imposible de establecer de manera objetiva, se dirime ineludiblemente
por criterios puramente personales, que se corresponden siempre a los del jefe
o caudillo -como tantas veces se ha visto- y los que necesariamente han de ser
arbitrarios y provisorios por ser tales.
[1]
Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A.,
cuarta edición. Pág. 1068/1069
[2]
Mises L. V. La acción humana ....ob. cit. pág. 1229 a 1231
Gabriel
Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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