La revolución venezolana, personificada en su gobierno,
ha producido una de las mayores crisis de su historia, en lo político,
polariza: socialismo vs. Democracia, derecha vs. Izquierda, socialismo vs.
Capitalismo, malos vs. Buenos, patriotas vs. Apátridas…en medio del conflicto
permanente descalifica cualquier acción política opositora, desde acusaciones
infundadas de magnicidio y guerra económica, inhabilitaciones, hasta presos
políticos; en lo económico, estatiza la economía para controlar, todo: desde
que el que necesita comprar la comida para alimentar a sus hijos hasta el que
necesita ejecutar una obra multimillonaria. Todo pasa por el gobierno: los
dólares, vehículos, casas, licores… que reparte discrecionalmente a través de
sus incondicionales a quienes extorsionan: con dinero o con la misma incondicionalidad.
Ahora, si bien es cierto que responde a una política de
Estado, no es menos cierto que cristaliza por del individualismo que ha
recrudeciendo el “Sálvese quien pueda”, la misma actitud que hizo que la
cultura del caudillo se tatuara en el comportamiento del venezolano. Ello, por
la descomposición social que produjo el orden colonial, entre españoles,
criollos, esclavos, mestizos, pardos, peones, comerciantes, ricos, cimarrones…
cada quien buscó resolver sus asuntos por los “caminos verdes”, sobornando,
corrompiendo, asaltando o tomando las montañas,
sin correspondencia con la legalidad y sin el más mínimo sentido de
sociedad. El caudillo venezolano es una figura heredada de los españoles, el
hombre fuerte que organiza sectores desposeídos, excluidos o desplazados,
primeo con fines delictivos para asaltar hacienda y repartirse el botín y luego
para acceder al poder político. Para lograr su objetivo, el caudillo, debe
tener el dominio absoluto de la situación, en una relación de ordeno y mando,
no tiene aliados, sino, incondicionales y no tiene adversarios, sino, enemigos
que debe destruir. Este comportamiento impregna la cultura del venezolano con
tanta fuerza, que pasa a ser una forma de conducción política y social, que
reemplaza la institucionalidad.
Comportamiento que se ha ido ajustando al zeitgest, al
espíritu de los tiempos: vandalismo - guerra – montoneras – dictadura –
democracia. Con ello, la fortaleza del gobierno descansa en el caudillo de
turno y no en sus instituciones y la fortaleza de la sociedad en los más
fuertes o en los más vivos. De allí que cuando la revolución, para mantenerse
en el poder, crea este caos político y económico, lo hace porque hay un caldo
de cultivo.
Pero lo más grave
es que los sectores del país que se autodenominan “democráticos”, han caído en
el juego del gobierno, al engancharse en los temas: de la democracia, del
capitalismo, del patriotismo, la derecha política, sin exigir los reales
cambios que necesita el venezolano, que están en su comportamiento, en que no
podemos seguir siendo individualistas, vivos y oportunistas, que esos
antivalores debemos cambiarlos, pero debemos cambiarlos todos, no sólo el
“chavismo” “todos”.
Debemos recuperarnos del abandono familiar y exigir
responsabilidad a los padres, educar en familia, aprender a escuchar, no
podemos oír sino aprendemos a escuchar, reconocer al otro que no es saber y
decir que está allí sino asumir que tiene un valor importante y necesario,
humanizarnos en la convivencia, adquirir la conciencia de grupo de equipo, lo
grupal por encima de lo individual, la organización social para ser libres y no
esclavos de una parcialidad partidista. Entender en definitiva que el poder
está en nosotros en la sociedad en conjunto que debe adquirir la capacidad de
canaliza sus demandas. Sólo con estos niveles de conciencia podremos abandonar
ese tirano caudillo que como el diablo malo nos habla al oído.
Cuando este desgobierno corrupto, irresponsable y
propagandero, de íconos y consignas vacías, tenga al frente un modelo de Estado
Ciudadano, que proponga los cambios reales que necesita el país para salir
adelante en paz, nos “Salvaremos todos”.
Carlota Salazar Calderón
carlotasc@gmail.com
@carlotasalazar
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