Dice
la sabiduría popular que no se puede servir a dos señores. Ante la disyuntiva,
Maduro, el sátrapa, ha optado por servir a quien lo sacó del anonimato, lo
enrieló a su servicio y lo puso en el cargo, luego de ese sórdido episodio
digno de Alejandro Dumas y el Conde de Montecristo que terminara con la vida de
su antecesor, también sacrificado, como ahora Maduro, en el altar del castrismo
cubano.
El
otro señor al que dice servir – Venezuela – ha sido brutalmente pisoteado, no
sólo en sus legítimas reivindicaciones soberanas – el caso Guyana – sino en lo
más íntimo de sus pretensiones históricas. Al usar el patrón venezolano de
Maduro, el teniente coronel Hugo Chávez, al Libertador y convertirlo en pieza
maestra de su árbol de tres raíces, asumió a plenitud el continentalismo
bolivariano y su base nacional: la Gran Colombia. Causa y razón de todas sus
desgracias. Por seguir esa utopía se alienó el respaldo de los suyos que
decidieron, poniendo a la cabeza de sus reivindicaciones estrictamente
nacionales al general José Antonio Páez, declararle la guerra y expulsarlo para
siempre de su patria.
Desde
entonces el país se dividió entre paecistas y bolivarianos. Entre
venezolanistas y grancolombianistas. Cuenta en sus Memorias Proscritas el ex
presidente Carlos Andrés Pérez, que cuando contaba con diez años de edad, en
1932, y vivía en las entrañas de Los Andes venezolanos, en Rubio, estado
Táchira, hoy tan proscrito como el caudillo socialdemócrata, era un furibundo
paecista. Nada de raro que su mortal enemigo, Hugo Chávez, padre putativo de
Nicolás Maduro e hijo putativo de Fidel Castro, fuera todo lo contrario: un
antipaecista furibundo y un devoto practicante del culto a Bolívar. ¿A
Colombia? ¡Ni con el pétalo de una rosa!
Tan prostibularia y
canalla es esta historia chavo madurista, que quienes se rasgaron las
vestiduras por Bolívar y corrieron a echarse a los brazos de las FARC
colombianas, que cedularon ilegalmente a cientos y cientos de miles de
colombianos indocumentados, o los trajeron por cientos de miles para engrosar
el REP con su carne de cañón electoral fraudulenta, ahora sacan el espantajo
xenófobo y anti colombiano para ver si prenden el cabito de vela que sobrevive
de lo que un día fuera la antorcha de la pasión chavista. Arrasan con sus
bienes, arrastran con sus niños, mujeres y ancianos, echan abajo sus modestas
viviendas con retroexcavadoras y en el colmo de la ignominia, cercan con alambradas
de púas el puente que en la realidad y la metáfora une al Táchira con Colombia
y que, para mayor INRI, lleva el nombre del Libertador. En una palabra: ya
inservible a sus fines dictatoriales, estrangulan a Bolívar con unos alambres
de espino.
Pero
por si toda esa infamia fuera poca, agregan una guinda a la monstruosa,
gigantesca torta que ponen cerrando la más importante, la más viva, la más
provechosa de nuestras fronteras: quien debe ejecutar la medida por órdenes de
aquellos a los que sirve es, según todos los indicios y sospechas, nacido en
Colombia, como su progenitora.
Que
quien así escupe al cielo no se sorprenda. Le caerá en el ojo.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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