La
historia venezolana, pareciera ser el resultado de una enrarecida relación de
situaciones que, a decir de quienes la escribieron, dista de quienes la
padecieron.
Aunque
de la historia, se han hecho injustos comentarios, no hay duda de que en
algunos momentos ha servido para mostrarle al hombre el camino de las
libertades. Por eso, ha dejado ver no sólo los acontecimientos más heroicos por
cuyos efectos ha podido edificarse parte del mundo, sino también ha sido el
espejo de contradicciones que han delineado las confusiones y equivocaciones
cometidas en nombre del desarrollo de las naciones. La historia contemporánea
así deja verlo. Sin embargo, un grave problema surge cuando se enfrentan
historias distintas alrededor de un mismo hecho. De ahí derivan confrontaciones
que exponen perspectivas que no logran conciliar posturas. Es el conflicto que
se da al resaltarse las brechas que se ciernen entre la historia política y la
historia militar frente a un mismo hecho lo cual desdice del sentido de
construcción que debería fundamentarse desde la historia.
La
historia venezolana, pareciera ser el resultado de una enrarecida relación de
situaciones que, a decir de quienes la escribieron, dista de quienes la padecieron.
Particularmente, si se entienden situaciones que lucieron significativas a los
intereses y necesidades de un poder político impositivo y que por ello ha
buscado encubrir sus determinaciones mediante un populismo disfrazado. No
obstante, las actuales realidades, siguen dejando moverse por las mismas
circunstancias que en otrora fraguaron tan cuestionadas realidades.
De
hecho, los problemas que hoy afectan el devenir social venezolano se explican,
en buena parte, en la manipulación que la historia ha delineado. Es así como
destacadas figuras del acontecer político nacional, han desvirtuado el
significado de acontecimientos y episodios pretéritos para ajustarlos a su
conveniencia. De esta forma, se desfigura el entramado conceptual a partir del cual
es posible concienciar actitudes comprometidas con las exigencias de un
desarrollo equilibrado no sólo político. También, en cuanto a lo económico y lo
social.
El
militarismo, como ideología alevosamente engranada, se ha prestado para
deformar el conocimiento alrededor de lo que ha implicado el ejercicio de la
política entendida ésta en su mayor sentido. Lo mismo ha ocurrido por causa de
una historia política cuya narrativa suele modificarse a instancia de los
intereses sobre los cuales giran las aspas del poder. Es así como muchas de las
guerras de independencia y de las guerras civiles que se dieron en la época del
caudillismo, han actuado como referencia para esgrimir una doctrina militarista
de la cual se han valido personajes con ínfulas de reyezuelos.
Cuesta
así comprender que la historia sea “el progreso de la conciencia de la
libertad”, tal como solía expresarlo el filósofo alemán, Friedrich Hegel. Aún
cuando para muchos, el futuro sólo puede construirse a partir del hecho
histórico debidamente entroncado en el alma de un pueblo, para otros es la
narrativa contada por quienes se vinculan con el poder político o con la fuerza
militar. Es decir, encarna el peligro de ser adulterada y se derrumbe todo lo
que por ella se edificó. Sin embargo, así ha venido sucediendo toda vez que el
militarismo venezolano logró desencajar el tinglado de hechos que sirvieron
algún momento a estudiosos de la historia para recomponer la estructura
civilista nacional.
Hoy
es aberrante dar cuenta de cómo el militarismo de marras trastocó el sentido de
patria que tanto costó fraguar en el sentimiento de la Venezuela del siglo XX.
El saludo militar actual es la aberración de lo que fue la conciencia de una
historia vista como filosofía en ejemplos. Asimismo, la denominada Colección
Bicentenario, desvirtúa los conceptos básicos de ciudadanía al exponer
realidades distorsionadas para así complacer las necedades de un régimen
militarista. O lo que equivale a ver la historia contada desde el militarismo.
VENTANA
DE PAPEL
SE
PERDIÓ LA REPÚBLICA
La
vorágine que vive el país desde los años noventa, obliga a decantar ciertos
conceptos políticos y así, a aclarar situaciones que se tornan confusas. Una
es, el concepto de república lo cual necesita saber cuando es que se dan cada una
de las que, constitucionalmente, fueron creándose en el tiempo histórico. Pero
a decir por lo sucedido, el país dejó de ser una república civil para
convertirse en república militar. Quizás, con la intención de utilizarla para
arreglo de componendas ideológicas que servirían a intereses localizados al
interior de una estructura político-partidista.
Sin
embargo, tales pretensiones no han ido por el camino de la insurgencia que
avala toda revolución verdadera. Más, por lo engañosa que ha sido la llamada revolución
bolivariana toda vez que se ha servido de un doctrinario socialista inventado
sin que hasta ahora se tenga claridad de cuál es su norte social y económico
pues todo terminó enmarañándose para luego transformarse en el monstruo que
sólo busca comerse a si mismo.
No
hay duda de que el país vive una dicotomía que tiende a acentuar la fractura
que ha dividido no sólo la historia. Igualmente, la sociedad. Y cómo no fue
así, si los procesos autocráticos por los cuales se rige el presente régimen
tienden a hacer anacrónica la faz del país volviéndola atrasada tecnológica,
económica y políticamente.
De
hecho, la concepción de república dejó de ser lo que Montesquieu razonó como el
ámbito espiritual bajo el cual las virtudes del hombre fundamentan un gobierno
donde domina la paz y las leyes. Ahora la república dejó de ser lo que en
principio fue o pretendió ser. Es decir, una república civil o civilista. Fue
así como la anomia borró la institucionalidad, La demagogia barrió la
democracia. La violencia sembró la inseguridad. La impunidad instaló la
corrupción. La desvergüenza desmoralizó la sociedad. Y la arbitrariedad arrasó
con los valores.
Al
perderse el sentido de república civilista, las realidades sucumbieron para
darle paso a lo que luego se impuso: una república militarista en la cual el
sector militar se apropió de la estructura gubernamental para vapulear la
democracia de manera encubierta. Así podría negarse ante el resto del mundo lo
que luego pervirtió las libertades y la justicia venezolana, a pesar de los
preceptos constitucionales que exaltan la democracia como sistema político a
partir del cual se enarbolan los conceptos y procesos que comprometen las
libertades y derechos fundamentales del hombre de cara al discurrir nacional.
Lo que ahora vive el país jurídica y políticamente, es una aberración conducida
por hombres que no tienen formación como estadistas. Ni siquiera como
dirigentes de partidos políticos democráticos.
En
Venezuela, la palabra no se tiene como recurso de reivindicación democrática.
La palabra resultó aniquilada al conjurarse la libertad de expresión, golpearse
la libertad de información y lesionarse la libertad de prensa. Ya no quedan
medios libres que no se vean censurados por vías ajenas o por decisión propia.
Las amenazas se convirtieron en el recurso de mayor disposición por parte de la
fuerza que gobierna al país. Lamentablemente, puede decirse que se perdió la
república.
LOS
PELIGROS DEL PERIODISMO DEMOCRÁTICO
Si
bien es cierto que el periodismo es un oficio que dignifica a quien lo ejerce
honestamente, también es cierto que su praxis está constriñéndose a
consecuencia del impúdico terrorismo al verse desenmascarado públicamente. Pero
también, por la pretensiones hegémonicas de gobernantes acosadores y
usurpadores.
Considerar
que el periodismo es tan primordial para la vida en democracia, no significa
que no está sentado sobre explosivos en riesgo de prenderse. Aunque el caso de
México, evidencia la crisis que padece el periodismo, el caso Venezuela no está
muy lejos de calcarlo, aún cuando con distinto patrón.
No
obstante, la situación del periodismo venezolano no deja de ser alarmante toda
vez que hay periodistas víctimas de persecuciones. Medios impresos acorralados
por las coacciones del órgano gubernamental de Telecomunicaciones. Medios
radiales también inhibidos. O peor aún, arrebatados a sus dueños para luego ser
transformados en emisoras al servicio del partido de gobierno.
Sin
embargo, el periodismo sigue siendo fundamental para contener la crisis de
Estado bajo la cual se debate el futuro del país. Aunque a pesar de esto y
mucho más, seguirán advirtiéndose los peligros del periodismo democrático.
“En
el militarismo se fortifica la arbitrariedad. Tanto así, que en su terreno yace
la democratización cimentada en el sentimiento republicano”
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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