Barak Obama y
Raúl Castro anunciaron la próxima apertura de sus embajadas, luego de más de
medio siglo de haberse mantenido rotas las relaciones diplomáticas. Obama logró derrotar al poderoso lobby
anticastrista de Florida y la resistencia de los sectores más radicales del
Partido Republicano, entre ellos el Tea Party. Incluso venció a quienes dentro
del Partido Demócrata se oponían a restablecer los vínculos con el gobierno de
la isla. Este anuncio inaugura una nueva fase en los nexos entre ambos países.
Luego de los acuerdos alcanzados, cuya
fase inicial fue ultrasecreta, se informará en fecha cercana la suspensión del
bloqueo impuesto por Norteamérica desde 1962. Este giro sorpresivo e inesperado
coloca a los hermanos Castro en una escala distinta a la tradicional. Los
ancianos dictadores, al igual que Francisco Franco o Juan Vicente Gómez, están
cerca de pasar ilesos a la historia política de América Latina y mundial. En la
actualidad, especialmente Raúl, aparece como un viejito pragmático que con los
años se ha convertido en un sabio, conocedor de los intríngulis de la política,
capaz al mismo tiempo de teledirigir a su subalterno, el Presidente venezolano,
y negociar y llegar a pactos con su encarnizado rival histórico, el gobierno de
los Estados Unidos.
El cambio de la actitud cubana revela
que el eje del poder se desplazó definitivamente desde Fidel a Raúl. El mayor
de los hermanos se resistió durante décadas a pactar con los norteamericanos, a
pesar de los intentos que en su momento realizaron Jimmy Carter y Bill Clinton.
Fidel se nutría de la confrontación con el Norte. Le ayudaba a mantener el
control total del poder interno. Raúl, seguro de la estructura política y
militar armada durante más de cinco décadas, se siente capaz de abrir una fase
de convenios con Estados Unidos sin que su autoridad o prestigio se debiliten.
Para preservar el régimen totalitario existente no requiere alimentar la
confrontación con el Norte. Piensa que Cuba, en su escala, podría ser el
Vietnam o la China del Caribe: una sociedad de mercado con un hermético sistema
político.
Esta dimensión no ha formado parte de
las conversaciones, al menos que se sepa, no obstante que en Cuba
desaparecieron desde 1959 los derechos ciudadanos tradicionales, esos
conquistados por la Humanidad a partir de la Revolución Francesa, y que la
modernidad fue fortaleciendo a medida que fue desmontando el absolutismo y
armando los sistemas políticos complejos, caracterizados por los parlamentos y
la pluralidad de organizaciones políticas y sociales.
En los diálogos
entre cubanos y norteamericanos no se ha discutido la liberación y
democratización progresiva de la vida política cubana: la realización de
elecciones libres, plurales, transparentes y equilibradas en el futuro mediato,
la posibilidad de constituir partidos de distintas corrientes ideológicas y
doctrinarias, la liberación de los presos políticos, la libertad de prensa,
información y comunicación, la formación de sindicatos independientes, la
creación de organizaciones autónomas de la sociedad civil para el control
ciudadano.
Si estos asuntos
hubiesen formado parte de la agenda, seguramente no se habría avanzado en las
conversaciones, los obstáculos insalvables habrían aparecido desde el comienzo
y el éxito no se habría alcanzado. La intransigencia y arrogancia comunista
habrían aparecido recubiertas con el manto con el que los autoritarios cubren
todas sus trastadas: la autonomía de los Estados y la libre determinación de
los pueblos. Habría que preguntarle al pueblo cubano si durante los últimos sesenta años ha ejercido esa fulana
“soberanía”, o ha sido la nomenclatura del Partido Comunista la que se ha
arrogado la representación del pueblo, sin haberlo consultado jamás de forma
transparente.
Los acuerdos
entre el presidente Obama y Raúl Castro hay que celebrarlos. Pero para quienes
vemos en la democracia norteamericana un ejemplo válido para el mundo entero,
queda un sabor agridulce. Cuba necesita
más a Estados Unidos, que estos a la isla antillana. Era conveniente que la
primera potencia del mundo exigiera respeto a los derechos humanos de la
oposición cubana y abogara por el restablecimiento progresivo de la democracia,
en un momento en el cual los dictadores necesitan encontrar nuevos aliados.
Ahora existe el
riesgo de que la vitalicia y tenebrosa dictadura de los hermanos Castro sea
indultada y reivindicada por la historia.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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