Recurrir a formas manifiestas de violencia política a
través de organismos del Estado y de estructuras paralelas con tal de mantener
el poder, no puede ser tildado de otra forma que no sea la de una macabra
violación a los derechos humanos. El escenario se pone mucho más dantesco
cuando los que gobiernan esbozan cuantiosas riquezas, mientras la población en
general pasa trabajo para satisfacer sus necesidades básicas.
El control a los medios de comunicación no impide, en la
gran mayoría de casos, que se evidencie el derroche que se adelanta desde las
altas investiduras, mostrándose una grotesca ostentación y un lenguaje de
superioridad que en lo absoluto resulta
suficiente para ocultar los niveles de represión y la cantidad de presos
políticos y exiliados que tiene el régimen.
El pasado viernes 3 de julio hubiese cumplido 64 años una
de las figuras más crueles que recuerda la política latinoamericana y que
durante su largo gobierno de casi quince años sembró en su país la desolación,
el miedo y la miseria. Jean Claude Duvalier es, sin lugar a dudas, una mancha
lúgubre sobre la dignidad humana.
Siendo todavía muy joven asumió el gobierno de su país al
sustituir a su padre, Francois Duvalier, otro siniestro personaje de la
política, que ejercía la presidencia vitalicia de Haití y que no escatimaba en
recurrir a prácticas mágico-religiosas y a grupos de exterminio para permanecer
en el cargo. Cuando Francois Duvalier murió, su hijo tenía apenas 19 años y le
tocó hacerse con el control de la empobrecida nación, terminando por destruirla
y apropiándose de los pocos recursos que quedaban en un manejo que hacía de la
isla una propiedad personal.
Después de su salida del gobierno en 1986, Jean Claude
Duvalier se radicó en Francia donde siguió llevando una vida llena de excesos e
irresponsabilidades. Sin embargo, motivado por su desorden y derroche debió
regresar a Haití donde murió bajo la mirada indiferente de sus compatriotas.
Salvo la polémica propuesta del presidente Martelly de
rendir honores de jefe de Estado al dictador, Duvalier terminó como muchos de
los dictadores despreciado por la comunidad internacional y pidiendo perdón por
algunas de sus acciones. Ya nada quedaba del cruel individuo que usaba sus
grupos de choque para amedrentar a los opositores, pues su figura era la de una
mala reminiscencia del hombre que junto a su padre, convirtieron a su país en
una tiranía tropicalizada con un amargo recuerdo en lo que a dignidad humana se
refiere. Nadie recordó el cumpleaños de Duvalier. Es que a los torturadores y
corruptos les espera, entre otras, la condena del olvido.
Luis D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva
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