Hace rato que
estoy con la letanía de que Venezuela vive el peor momento social, político y
económico desde el descubrimiento hasta nuestros tiempos.
Me sorprendió leer
unas declaraciones en la misma línea de uno de los ex militares que participó
en el fallido intento de golpe de estado de 1992. La sorpresa viene de pensar
que el silencio de esos que se consideran originarios del proceso político que
sufrimos los venezolanos parecía avalar el desastre que padecemos.
Lo cierto es que
el país no es solo un territorio con unos límites geográficos y una cierta
cantidad de riquezas. El país es sobre todo una sociedad que habita en ese
territorio y que lo considera el ámbito natural para el desarrollo de su
persona y el de su familia. Ese acuerdo según el cual vivimos juntos en este
territorio para contribuir al desarrollo de una república que sea capaz de
valerse por sí misma y pueda llamarse soberana en su toma de decisiones, en sus
posibilidades de subsistencia, en marcar el norte hacia el desarrollo que
garantice, en una especie de círculo virtuoso, mantenerse a la par o por encima
de sus vecinos para poder, precisamente, defender esa soberanía.
Una mirada a esa
Venezuela que ha producido para la clase política que la dirige en los últimos
dieciséis años más del doble que los ingresos que tuvo la república entre 1811
y 1998, genera una dolorosa sensación.
Por doquier se
observan los signos de una sociedad sometida a vejaciones de todo tipo. Los
derechos de los venezolanos quedaron para ser enunciados en la constitución. No
hay una sola institución del estado que se preocupe por darle validez a ese
libro fundamental y responderle a los venezolanos por las promesas de
superación que se les hicieron hace ya 17 años.
Produce
indignación un video que se volvió viral en el que una anciana de más de
ochenta años llora por la gravedad de la situación que le ha tocado vivir,
especialmente cuando parecía que ya había vivido todo lo malo que le tocaba
vivir. La respuesta del gobierno, culpando a una guerra económica es un
insulto. Debe ser esa la subestimación que Maduro confiesa se hizo del pueblo.
Creerlos tan pendejos como para irse a comer semejante mentira.
Es humillante ir
a una panadería y encontrar un papel que indica que no hay el producto. Que los
incapaces que conducen la economía no tomaran en cuenta el debido manejo de los
inventarios para garantizar la limosna en divisas que otorgan para el trigo.
¿Cómo puede un gobierno que lo controla todo, culpar a los demás de sus graves
desaciertos?
Es humillante ir
a un centro asistencial y que no se le preste a la persona los servicios de
salud que le garantiza la constitución. Por el contrario, hay largas colas de
espera para operaciones no electivas (obligatorias), no se encuentran las
medicinas, el personal debe atender a los pacientes con los pocos implementos
con los que cuentan. Nuevamente, la incapacidad de los no economistas que
manejan la economía se pone en evidencia. De ahí que veamos como reaparecen
enfermedades incurables y la gente debe contentarse con el remedio que se
consiga.
Es una
humillación que los bachilleres que recién terminan sus estudios sean desplazados
por unos burócratas que renuncian a los criterios académicos y buscan imponer
por la vía de la fuerza unos mecanismos claramente partidistas para favorecer a
su clientela. El derecho al estudio garantizado por la constitución y la
autonomía universitaria son planchados olímpicamente por unos politicastros que
no tienen en su mente otro asunto que la revancha.
Es una
humillación mayor tener que ir a buscar a un familiar a la morgue. El derecho a
la vida es el menos garantizado por esta clase política minusválida y atrasada.
El número de asesinatos debe estar cercano y hasta puede ser superior a la
sumatoria de todas las muertes en guerras en todo el planeta durante los
últimos dieciséis años. Ante el impacto que este tema está teniendo en las encuestas
se inventan un remedio de última hora que de ninguna manera va a resolver un
problema de mucho mayor envergadura que lo que alcanzan a ver los burócratas a
cargo de la seguridad.
Los servicios
públicos nunca habían estado tan mal. Es una humillación quedarse sin agua y
sin luz al mismo tiempo. Que el servicio de internet sea el peor del
hemisferio, que la recolección de basura se vea afectada porque el control de
cambio no permite mantener el adecuado nivel de inventario de repuestos para
los camiones recolectores.
Humillación
sufren los viejitos que viajan a sus países de origen y tienen que rogar se les
otorgue una tarjeta de crédito en un banco del gobierno para poder usar su
dinero en el exterior. Humillación es ese control de cambio que ha convertido
al venezolano en ciudadano del cuarto mundo. Una persona que no puede contar
con sus recursos en cualquier lugar del planeta cuando así lo requiera.
Esta clase
política que llega al poder bajo la promesa de reivindicar a los venezolanos no
ha hecho otra cosa que someterlos a humillaciones permanentes. Una cola para
todo lo que se necesite. Una humillación para tratar de medio mantener una
calidad de vida que los mantenga un poco por encima de los países más pobres
del continente.
La dignidad del
venezolano ha sido pisoteada por una clase política que viste trajes importados
de primera calidad, que disfruta de vehículos lujosos para los cuales se les
asigna chofer y guardaespaldas, que no tienen que hacer ningún tipo de cola ni
pasar por las humillaciones que sufren los venezolanos de a pie.
He ahí el terror
que le tienen a las elecciones. Esa es la llorona de Jaua. Alguien le hizo
saber que el pueblo no les cree lo de la guerra económica, que se resiente de
las colas, que no aguanta la inseguridad, que no desea seguir viendo el
deterioro acentuado de su calidad de vida.
Y ese pueblo
sabe, que así como en 1998 despachó a una clase política que había perdido la
capacidad de sintonizar con sus expectativas, tiene ahora la oportunidad de
usar el voto como ese castigo al que más temen los que ejercen el poder
haciendo caso omiso del clamor de los ciudadanos.
¡Alea jacta
est!
Jose Vicente Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
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