La
alusión toca a Beatriz Rojkés, Senadora argentina por Tucumán, acompañada por
la Ministra provincial de desarrollo social, Beatriz Mirkin, la señalada se
encontraba en el sur de la provincia, visitando zonas inundadas. A viva voz los
afectados expresaban sus quejas a las funcionarias, aparentemente por la escasa
ayuda recibida.
El
enfado de los damnificados crecía junto con el malhumor y la incomodidad de la
Senadora. “Acá nos inundamos. Usted vive en una mansión allá. (La capital provincial),
pero mírenos a nosotros”, le recriminó un hombre, la respuesta no se hizo
esperar: “Yo tengo diez mansiones, no una, pero estoy acá. Podría estar ahora
en mi mansión, pedazo de animal, vago de miércoles”, concluyó Rojkés, ella la
Legisladora Rojkés es esposa del Gobernador de la provincia, José Alperovich.
La Ministra Mirkin es prima del Gobernador. Los Alperovich son miembros
importantes del oficialismo a nivel nacional; ella fue tercera en la línea de
sucesión.
En
el poder desde 2003, Alperovich modificó la constitución provincial para
quedarse más tiempo del estipulado, tres períodos consecutivos, luego de
rumores de otra reforma para permitir la reelección indefinida, como sucedió en
otras provincias y como lo intentó la propia Fernández de Kirchner, la idea fue
desechada, no sorprendería ahora que la candidata a la gobernación sea su
esposa.
El
poder y sus enroques; sus puertas giratorias, en realidad, porque el enroque
solo ocurre una vez, es un prístino retrato de las formas patrimoniales de
dominación, comunes en América Latina y otras latitudes, capaces de
reproducirse tanto a nivel local como nacional, (extraído de un reportaje del diario el país del analista Héctor
Chamis).
En
Venezuela hemos visto como este flagelo avanza indetenidamente,
indiferentemente de los campos ideológicos donde se auto-ubiquen, con el
consentimiento y silencio cómplice de
los pretendidos demócratas, y de los exégetas de viejo y nuevo cuño, que
proyectándose como guías éticos desde los medios en sus columnas y redes
apostrofan sobre las torceduras morales pero del “otro”. Ya no es suficiente la
sumisión, el activismo diario, la devoción, la entrega, la probada lealtad a la
línea política del jefe de turno, para poder optar a una posición relevante, es
necesario coger línea. Algunos verán populismo en la escena, pero es un error.
El
populismo es una relación de dominación jerárquica, donde el poder también
circula de arriba hacia abajo, pero que está envuelto en un lenguaje de
horizontalidad de la relaciones sociales, el viejo mito de la igualdad.
Son
los atributos de un orden político que Juan Linz llamó “sultanismo”. Con el
Imperio Otomano como metáfora y Max Weber como inspiración, la noción describe
un sistema de dominación donde el límite entre lo público y lo privado es tan
poroso que ambas esferas se fusionan. El sultán administra la cosa pública
igual que como administra su plantación, su hacienda…o su concesionaria de
automóviles, como Alperovich, el Estado es la extensión de los dominios del
sultán, de sus activos, como tal, el nepotismo se convierte en el principio
organizador de la administración de ese Estado por necesidad. El nepotismo
existe en todo tipo de régimen político, pero en el sultanismo tiene otro valor
estratégico, es mucho más que la práctica de repartir cargos entre parientes.
Es el instrumento más importante de dominación, la garantía de concentración
endogámica del poder del Estado y de su reproducción en el tiempo, su
perpetuación. Las relaciones de parentesco naturalizan la discrecionalidad y la
arbitrariedad del sultán.
El
Estado de Derecho se debilita hasta esfumarse. La dominación es personalista,
se hace dinástica, cuasi monárquica, solo que no es una monarquía
constitucional sino absolutista. La noción de accountability el responder por
la legalidad y legitimidad de los actos de gobierno es aquí ficticia. El sultán
solo le rinde cuentas a Dios y ello no ocurre en la tierra.
En
ese régimen el poder despótico captura intereses e identidades, los transforma
en rehenes de sus impredecibles caprichos. Lo hace por medio del clientelismo,
la distribución a discreción de premios y castigos. Las redes clientelares
crecen, pero no como política social de un Estado redistribuidor, sino como
arbitraria manipulación para beneficio del poder. La pobreza no necesariamente
disminuye, o no se sabe porque no se mide, lo cual es común a estos regímenes.
Es que en realidad tampoco importa.
En
esta brevísima historia, el lector encontrará rasgos que van, en el espacio, de
Trujillo a Marcos y de Ceaușescu a Stroessner y los Duvalier, por nombrar
algunos ejemplos. Pero también van, en el tiempo, de los Somoza a los Ortega,
de Batista a los Castro y de Juan Vicente Gómez a Maduro, también como
ilustración.
El
sultanismo no ha muerto, está vivo y goza de buena salud. Macondo es muy real y
los Buendía siguen sucediéndose unos a otros, son todos lugares donde el poder
causa el tufo del insomnio y el mal olor del olvido. Es esa amnesia que explica
la repetición, porque las personas hasta olvidan leer su propia historia. Solo
les queda esperar cien años para poder descifrar su propio destino. Hasta
entonces, seguirán gobernadas por primogénitos de los Presidentes, Gobernadores
y Alcaldes, o sus abigarradas primeras damas o los propietarios de bancos y mansiones., la sucesión es sanguínea o
filial, revelándose así ese microcosmos de la falsificación hipócrita
especialmente de nuestros “demócratas”.
Pedro
R. Garcia M.
pedrorafaelgarciamolina@yahoo.com
@pgpgarcia5
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