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lunes, 25 de mayo de 2015

LUIS DANIEL ÁLVAREZ V., A 60 AÑOS DE SU LUZ

Es difícil imaginar una conversación de amistad sin que la universalidad de su obra se haga presente. Muchas noches de versos nostálgicos y de esperanza, en las que incluso la noción del tiempo se ha perdido, para pasar a contar árboles y preguntarse ¿cuántos pinos tiene una hora?, se ve complementada por el recuerdo del que probablemente es el ejemplo más idóneo para definir el civilismo en Venezuela. A la concepción tradicional de las botas y charreteras supo enfrentar su excelsa pluma de poeta, su palabra virtuosa de periodista, su sentido de justicia de abogado, su acuciosidad como parlamentario y su fino proceder de diplomático para abogar por la libertad y por la equidad.

Siempre Andrés Eloy Blanco será motivo suficiente para escribir y reivindicar, más que el 21 de mayo se cumplieron 60 años de su desaparición física en México, país en el que vivía desde que los gritos hirientes y humillantes del militarismo silenciaron abruptamente la primera experiencia democrática de Venezuela. El Presidente, hombre que sentenció a Doña Bárbara bajo la legalidad de Santos Luzardo, y su canciller, el que aseguró que el mejor lugar para querer es el mar, debían vivir la pena de medio luto de la flor de apamate que implica dejar el país para marchar a un incierto exilio y a una desconocida existencia.

Andrés Eloy, con la confianza con que lo bautizó el pueblo venezolano, revive constantemente en el pleito entre amar y querer y bajo la brisa fresca de Chachopo, cuando se mezcla con el sueño de su Cumaná natal y la fuerza del mandato que repite sin cesar el carácter divino que tienen las hijas del Cid y que tiene por fondo el sol que quema blancos y suda negros.

Pero hace falta el poeta para seguir soñando. Una sociedad que no sabe qué más esperar para que le quiten la larga venda que le pusieron en la cara, una ciudadanía que no se da cuenta que con riscos y ajetreos se le van poniendo feos los deditos de sus manos. Cuando acabó la lúgubre tiranía gomecista que asolaba a Venezuela, en un acto simbólico fueron a parar al mar los grillos que ahorcaban los tobillos de los presos políticos. Andrés Eloy Blanco vaticinó que tal vez lo más complicado sería ahogar los grillos que encadenan la mente que son mucho más poderosos y perversos.

Con Andrés Eloy Blanco vive el recuerdo del verdadero debate parlamentario, esa campanita para dirigir el debate que era el símbolo de la expresión popular y que tendía la mano pese a las diferencias. Tristemente, en muchos periodos de la historia, pareciera que el minúsculo instrumento ha sido sustituido por una corneta que exhala órdenes y mandatos, como si un espíritu de estructura militar quisiera apoderarse de la casa de la civilidad.

Queda el legado de hombres como Andrés Eloy  Blanco para mover a la sociedad y hacerla pensar en que así como una mano avara cortó el Limonero del Señor, una garra cruel trata de cercenar la rama de la libertad. Tal vez cierto espíritu de querer llevar a la ciudadanía por trochas transitadas hace décadas, haga que no se rinda el merecido, justo y obligatorio homenaje al poeta a sesenta años de su desaparición física.

El mal que nos aqueja no tiene nada de dulce y está prohibido avanzar a La Renuncia de las convicciones que llevarán a mejores momentos, pues la vida termina reivindicando los grandes hechos. Andrés Eloy Blanco pasó a la posteridad por abogar por la creación de Israel y Palestina y alertar en las Naciones Unidas que una tercera Guerra Mundial repercutiría en la población, principalmente en los niños. En estas épocas de violencia desatada, pérdida de valores y simpleza para hablar de muerte y miedo, la Venezuela de Andrés Eloy, ese Río de Siete Estrellas, debe releerlo, admirarlo y aplicarlo para terminar de romper los grillos que oprimen las ansias de libertad.

Luis D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva


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