El "bachaqueo" es un nuevo
coloquialismo venezolano. Para más detalles, es una derivación del neolenguaje
gubernamental que, como un sinfín de expresiones de reciente data, ha pasado a
formar parte del día a día nacional, especialmente en los sitios donde se
evalúa y juzga a qué se debe la escasez y el desabastecimiento de todo en el
país.
“Bachaquear” es, en fin, otro verbo concebido, estructurado y
producido en los laboratorios propagandísticos gubernamentales para convencer a la población de que aquí no
hay fracaso productivo. Sólo una eficiente estrategia concebida por los
enemigos de la revolución venezolana para desestabilizar al Gobierno que, con
sus exitosos resultados, ya está en condiciones de patentar el primer gran
triunfo histórico del socialismo mundial.
Lo que el concepto desestima a partir de esa
acepción del socialismo a la venezolana, es que el “bachaqueo”, en realidad, no
es otra cosa que una actividad de
sobrevivencia económica. 0tra modalidad de diario “rebusque” que han generado
los controles de cambio y de precios, la destrucción de la estructura
productiva nacional y el apuntalamiento
permanente de la más exquisita, como diversificada corrupción oficial.
“Bachaquear”, “rebuscarse” de la manera que
sea para evitar que la inflación anule la capacidad hasta de alimentarse de centenares de miles de
venezolanos, se ha instituido en los
distintos estratos sociales del país. Y consiste en la adquisición y reventa de alimentos, medicinas, combustibles
y otros bienes subsidiados por el
Gobierno, como expresión del empeño político en
ocultar la inutilidad del control de cambio. También de la ventaja de
haber convertido al Banco Central en un instrumento sólo útil para imprimir
dinero inorgánico las 24 horas del día durante los 365 días del año, amén de su
penoso rol de sitio de ocultamiento de la verdad numérica y estadística de los
efectos de una pobre -¿o desquiciada?- política monetaria, fiscal y cambiaria.
La verdad es que el Ministerio de Finanzas y
el BCV son los verdaderos padres del “bachaqueo” como deformación económica, y
recurso de fácil manejo para aliviar el encarecimiento que provoca la terrible
y desproporcionada devaluación de la moneda, con su derivada inflación más alta
del mundo.
Ciertamente, los "bachaqueros" compiten con los
ciudadanos en sus compras rutinarias e inciden en el agotamiento permanente de los inventarios. Y han forzado al resto de
los consumidores a administrar un estado permanente de angustias, basado en el
temor a no quedar sin los productos más necesarios. El resultado es que se
compra en exceso para almacenar, y se crea una centrifuga de escasez perversa
que obliga a todas las familias a hacer “colas” interminables en el comercio
formal para comprar lo que sea. A la vez que se retroalimenta la necesidad
funcional de un oferente, que coloca sus propios inventarios con la fijación
unilateral de precios superiores en hasta por cuatro y cinco veces su valor
regulado, a un indefenso ciudadano que no puede adquirirlos en las redes
comerciales públicas o privadas.
Pero si grave es esa realidad que generan las
políticas económicas públicas influidas por olfato ideológico y no por formación académica, terrible es el drama
cuando se le ubica y trata de interpretarse el “bachaqueo” a nivel fronterizo.
Porque también se internacionalizó. Y se da mientras que las autoridades
venezolanas mantienen vigente una publicitada política anticontrabando que,
aparte de condenar a los habitantes de varios estados que colindan con países
vecinos a vivir como en una economía de guerra,
ha servido para justificar la presencia de múltiples funcionarios de las
instancias de resguardo en cada punto de conexión. Un contingente de resguardo
que, extrañamente, no puede acabar con lo que el Ejecutivo cuantifica en un 40%
de la producción e importación nacional, como “fuga” hacia el vecindario
continental.
Ni una ni otra cosa ha impedido la venta en
dólares de productos subsidiados a los consumidores de países vecinos
fronterizos. Dichos vendedores repotencian sus ganancias en proporciones que
rebasan lo obsceno, y lo hacen comprando los productos en Venezuela a un precio
de dólares subsidiados a Bs. 6,30; luego los venden a precios internacionales
en dólares. Y esos dólares luego son revendidos en Venezuela, por encima de Bs.
250 la unidad. ¡Negocio redondo¡.
Esto ha creado una calamidad endémica en la
economía familiar, que el Gobierno ha insistido en endilgar a los “bachaqueros”
y a una inexistente “guerra económica”, por lo que es poco menos que absurda la
insistencia en atribuírsela al
empresariado venezolano.
La única figura pública responsable de
todo es la actual administración
oficial, y su derroche desproporcionado
de fondos que terminan alimentando la cada vez más poderosa y diversificada
corrupción. Adicionalmente, hay que atribuirlo a la implacable persecución y
acoso contra el tejido productor privado, reducido ya en un 50% de su
capacidad, como a la inevitable necesidad de importar de todo; esa actividad
que, de paso, facilita la injustificada fuga de divisas, sin olvidar las
siempre jugosas comisiones que llevan implícitas determinadas negociaciones
internacionales.
La solución no es perseguir a los
“bachaqueros”. Ellos son una
consecuencia del desempeño gubernamental, y que han visto en las distorsiones
de esa forma de conducir lo económico, una alternativa para el lucro y la subsistencia,
ante una economía recesiva, la desaparición permanente de fuentes de trabajo e
imposibilidad de que haya nuevas inversiones privadas que las generen.
Desde luego, tampoco está en la incansable
dedicación verbal, institucional, judicial y hasta policial contra los
empresarios que se ocupan de producir, a sabiendas de que ellos son los únicos
que pueden resolver la actual situación de obvio caos en materia de
abastecimiento.
La expropiación y estatización de los medios
de producción y de las cadenas de distribución y de comercialización, han
demostrado, una y otra vez en la historia del mundo, que es un error, un
fracaso anunciado, miles de veces repetido. En Venezuela, ya no hay que decirlo
para que no sea percibido así: todos los casos de intervención oficial han sido
un Midas en reversa. Fincas, Industrias o Comercios que el Gobierno les ha
puesto la mano, han sido arruinados, y
convertidos en generadores de pérdidas
El tiempo y las posibilidades se agotan. Hay
que eliminar el espejo retrovisor, para poder tener una clara visión del
futuro. Tienen que descartarse el odio y los personalismos. Hay que imponer una
rigurosa y sana administración. Si el país necesita controles, es
exclusivamente como recurso gerencial mientras se implementa una política
integral de reformas, para liberarla
paulatinamente a medida que se corrijan las distorsiones macroeconómicas.
El Gobierno tiene que detener el derroche de
divisas, la regaladera de dinero y la venta de petróleo en condiciones
desventajosas para Venezuela. La
Procuraduría General de la República, de igual manera, tiene que trabajar responsablemente, para que
el Ejecutivo regrese las tierras, industrias y comercios expropiados o
confiscados, a sus legítimos propietarios.
De igual manera, el Gobierno también tiene
que superar su sometimiento a la creencia de que el control del Estado es una
patente de corso para conducir al país como un patrimonio particular, y su
autonomía para condenar a 30 millones de ciudadanos a vivir en la pobreza. Eso
incluye, por supuesto, evitar e impedir que la producción minera metálica y no
metálica siga siendo otra fuente de pérdidas para la nación, y que la actividad
petrolera supere su actual condición inercial y ausente de una posibilidad
competitiva global.
Y, desde luego, no temerle a las implicaciones
que representa para el Gobierno y el país, tener que ir a un entendimiento con
el Fondo Monetario Internacional, para acceder a dinero fresco que permita
superar las deficiencias del desorden administrativo, recuperar la producción y
promover expectativas ciertas en los mercados, hasta reducir el riesgo país y
despertar el interés por nuevas
inversiones.
La superación de lo que sucede, incluyendo el
inquietante cuadro que provoca la situación de la deuda externa,
definitivamente, no se supera con la generación de medidas aisladas,
distorsionadas e improvisadas como la captación de dólares a partir de la venta
en dólares de automóviles, pasajes aéreos y la tributación aduanera de barcos
con bandera no venezolana. ¿ También se va a permitir el pago salarial en
dólares, indistintamente de la actividad que lleven a cabo los millones de
trabajadores asfixiados por la inflación, la escasez y la inseguridad?.
La seguridad agroalimentaria, por otra
parte, es una obligación de fiel
cumplimiento para todo Gobierno. Es indispensable producir hasta que Venezuela
logre la autosuficiencia en lo que la naturaleza le permita, y acometer
acciones exportadoras. Pero eso sólo se logra respetando la propiedad privada y
permitiéndole a ese noble y perseverante
sector de la población venezolana, como es el de los agroproductores privados,
que haga su trabajo. Y, por supuesto, descartando esa falsedad histórica, de
que entregándole tierras a un campesino, se le hace productor. Ese ha sido un
engaño político y otro enfoque que sólo conduce al fracaso. Entregarle un libro
al analfabeta, no lo hace lector: primero hay que enseñarlo a leer. Primero hay que aprender a caminar, para
luego correr.
Venezuela sí dispone de soluciones a su
alcance, para hacerle frente a las causas de sus múltiples problemas actuales.
Inclusive, de recursos necesarios para ello. Pero carece de voluntad política y
de la decisión participativa de los venezolanos, para que eso se traduzca en
resultados positivos. Ese es el reto para el liderazgo nacional que no se hace
sentir.
Que Dios permita que aquí se oiga el trueno
de la restauración, y el perdón emerja
como soporte de la decisión colectiva de optar por la convivencia en un
ambiente de paz.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
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