Lo
que tenemos en Venezuela no merece ser llamado justicia. Estoy de acuerdo en que no se puede
generalizar. Debe haber uno que otro juez decente, apegado a su sagrado deber
de impartir justicia de manera imparcial y objetiva. Pero aun éstos tienen una
espada de Damocles sobre sus cabeza porque si la sentencia que dictan, por muy
ajustada a derecho que sea, no le gusta al ilegitimo o a algún jerarca del
régimen, pueden ser calificados de traidores a la patria y ser sentenciados a
30 años, como sucedió con la jueza Afiuni. Pero el manejo de la justicia por
algunos jueces es tan escandalosamente rastrero que inevitablemente
desprestigia todo el sistema judicial.
Las
denuncias contra algún personaje del gobierno no prosperan, los recursos contra
los atropellos del régimen son desestimados, las apelaciones contra decisiones
injustas de los tribunales se estrellan contra un muro de arbitrariedades en
las instancias de alzada y del más alto órgano del sistema judicial.
La manipulación de las audiencias – el caso
del juicio a Ledezma es un ejemplo (ante la inminencia de la llegada del
expresidente español Felipe González, la audiencia contemplada para el lunes
pasado, fecha en que debía llegar el ilustre personaje, fue cancelada sin ton
ni son), las ausencias deliberadas de jueces o de empleados de los juzgados,
los recesos caprichosos de los tribunales, la radicación de los juicios en
sedes tribunalicias escogidas arbitrariamente, el ventajismo en la presentación
de testigos, los retardos judiciales, el uso arbitrario de centros militares
para la reclusión de imputados, el hostigamiento a los detenidos, el
encarcelamiento mediante acusaciones o imputaciones sin fundamento y desprovistas
de pruebas, la violación flagrante de normas expresas y taxativas de
procedimiento, las interpretaciones caprichosas de disposiciones legales y hasta de las
constitucionales, son solamente algunos ejemplos de las arbitrariedades en que
incurren los órganos de justicia para complacer a sus titiriteros. En muchos
casos los procedimientos judiciales son simples y odiosos medios de tortura
psicológica
Los
informes de organizaciones internacionales denunciando los vicios,
arbitrariedades, abusos y atropellos de toda índole que rodean el
funcionamiento de la justicia en Venezuela son olímpicamente ignorados y son
empleados como justificación para vituperar contra el órgano que levantó el
informe. Los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las
decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, los informes del
Consejo de Derechos Humanos, el informe del Subcomité Contra la Tortura y los
tratos crueles e inhumanos son groseramente desdeñados.
Todo esto es ampliamente conocido no solo en Venezuela sino en todo el mundo. El régimen que desgobierna a Venezuela es conocido internacionalmente por su ruindad, su perversidad. Venezuela figura en el lugar más bajo en todas las clasificaciones que vigilan el desempeño de los gobiernos y el régimen del ilegítimo se ha hecho merecedor de los calificativos más despreciativos.
La insolente decisión de prohibir salir del país a una serie de distinguidas
personalidades del periodismo y la aun mas grave medida de privarlos del
pasaporte ha colocado al régimen en los titulares de todos los diarios del
mundo y ha generado un movimiento internacional de solidaridad con los
periódicos y los directivos afectados por la medida. Si alguien dudaba todavía
de la naturaleza dictatorial del régimen madurista, esta decisión despeja toda
duda acerca del grado de sumisión en que se encuentra el sistema judicial en
Venezuela. También demuestra el desprecio del régimen por la libertad de prensa
y el monopolio que ejerce de la libertad de opinión a través de los medios
televisivos, radiales y escritos a los cuales les ha puesto la garra.
El
carácter arbitrario, inicuo y contrario al derecho de esa decisión ha sido
ampliamente señalado tanto por las personas afectadas como por distinguidos
juristas venezolanos y extranjeros. Es una decisión que carece absolutamente de
sustento legal. El alegato de difamación es simplemente un subterfugio para
afinca la arbitrariedad. Si lo que buscaba el iniciador del proceso que condujo
a esa medida era desmentir las autorizadas revelaciones acerca de su
involucramiento en las actividades del
tráfico de drogas, de corrupción y su papel al frente del llamado Cártel de los
Soles, lo que ha logrado ha sido todo lo contrario. El resultado es que la
opinión pública internacional ha visto cómo la libertad de prensa es violada en
Venezuela sólo para satisfacer a un capitoste que pretende negar lo que es vox populi. Los editores del diario El País
han anunciado que presentarán ante un tribunal en España las evidencias que
tienen acerca de la conducta delictual de ese personaje.
Con
esa medida la jueza María Eugenia Núñez ha instituido una nueva modalidad de
impartir injusticia y crea una nueva forma de agredir a la disidencia. De
“golpe y porrazo”, de manera indiscriminada impone prohibición de salida del
país a 22 personas sin indicar cuál es su grado de participación –si es que
tuvieron alguna- en el supuesto delito que se les imputa. El sólo hecho de
formar parte de la directiva de un periódico los ha convertido en delincuentes,
en autores de un delito que no existe
porque reproducir una información periodística no es crimen en ningún
lugar del mundo. La Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que un
periódico, y mucho menos su directivos,
pueden ser responsabilizados por publicar fielmente informaciones que han sido
divulgadas por otros medios.
La medida es una muestra más de cómo el sistema judicial venezolano es utilizado como instrumento de represión por el poder político.
Adolfo
R. Taylhardat
adolfotaylhardat@gmail.com
@taylhardat
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